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Una carta de Sade

Por Alexandre Stevens

Un pequeño fragmento clínico me servirá como punto de apoyo para una lectura de los matemas lacanianos de la perversión. El caso del cual se trata es célebre: el del Marqués de Sade. Es, por lo tanto, un caso de la literatura. Fue, no obstante, elevado a la dignidad de caso clínico por el estudio que Lacan hizo de él en su "Kant con Sade".[1]

Los textos de Sade no dan sólo a la perversión sus títulos de nobleza, sino que su gran precisión clínica permite desplegar en todos sus rasgos la estructura perversa. Su interés no se limita a establecer una lista de perversiones - se conoce la fuente que es Los 120 días... para Havelock Ellis-, pues el detalle de algunos de esos textos es más precioso para nosotros que la lista de fenómenos que ponen en evidencia. Su precisión clínica tiene además el rigor con el cual Sade sostiene la máxima que Lacan enuncia con el estilo de Kant:

Tengo derecho a gozar de tu cuerpo, puede decirme quienquiera, y ese derecho lo ejerceré, sin que ningún límite me detenga en el capricho de las exageraciones que me venga en gana saciar en él.'

Es este el rigor que quisiera demostrar a partir de una carta dirigida a la Señora Sade. Ésta fue escrita en 1783, Sade estaba, en ese entonces, internado desde hacía seis años, por lettre de cachet [3] en la torre de Vincennes.

Hay que suponer que acababa de recibir por parte de su mujer la propuesta de ocuparse de su ropa. Transcribo in extenso el pasaje de la carta de Sade. El texto completo se encuentra en el volumen de las cartas publicado en 1949 por Gilbert Lely, bajo el título L'Aigle Mademoiselle. Se trata de la carta XIX:

Encantadora criatura, ¿usted quiere mi ropa sucia, mi ropa vieja? ¿Sabe usted que es una delicadeza consumada? Usted ve cómo me siento seducido por las cosas. Escuche, mi ángel, tengo todas las ganas del mundo de satisfacerla en esto ya que, como usted sabe, respeto los gustos, las fantasías, por más barrocas que sean, las encuentro todas respetables, y porque no somos el amo y porque la más singular y la más extraña de todas, bien analizada, tiene siempre su origen en un principio de delicadeza. Me encargo de demostrarlo cada vez que así lo requieran: usted sabe que nadie analiza las cosas como yo. Tengo entonces, mi repollito, todas las ganas de satisfacerla; sin embargo, yo creería hacer una villanía si no doy mi ropa vieja al hombre que me sirve. Así lo hice y lo haré siempre; pero usted puede dirigirse a él; yo ya le hablé, con palabras embozadas, usted ya sabe. Él me comprendió y me prometió recogerla. Asi, mi cocotte, te dirigirás a él, te lo ruego y serás satisfecha.

Examinemos paso a paso cómo la máxima sadiana, tal como Lacan la dedujo, está en este fragmento. "Tengo derecho a gozar de tu cuerpo, puede decirme quienquiera...... éste es el comienzo de la máxima. En la carta, ese cuerpo del cual puede gozar quienquiera se reduce a un objeto, la ropa sucia, se la puede situar en la serie metonímica de los desechos del cuerpo.

Hay que señalar de entrada la posición de Sade: se pone en el lugar de ese objeto y propone su cuerpo bajo la forma de la ropa sucia: "Encantadora criatura, usted quiere mi ropa sucia". Con la ayuda del término de Lacan, llamaremos a esta posición en la cual se coloca: (a).

El Marqués enuncia la máxima que da derecho a la Señora Sade de valerse de él en beneficio del goce. Por estructura, la máxima divide al sujeto en una relación no simétrica con el partenaire. La frase que sigue inmediatamente al pasaje citado propone el desquite, que no es reciprocidad: "¡Ah, justo cielo! Si por una vía tan corta y tan fácil, me fuera posible procurar llenarme de cosas tuyas".

Sade, pues, se coloca en el lugar de ese objeto. Hay que señalar ahora la configuración de esta posición. Él se coloca allí para sostener, o más exactamente, para ponerse al servicio de lo que considera un "principio de delicadeza", al cual se reducen "los gustos" y "las fantasías" -cito- "usted sabe que respeto los gustos, las fantasías, por más barrocas que sean, las encuentro todas respetables". Se podrían agregar aquí las per-versiones, los fetichismos... Al respecto, invoca dos razones. La primera, "porque no somos el amo", connota la puesta en función de la ley de los "gustos" y de las "fantasías". La segunda se refiere a un principio que da la razón a sus fantasías: "Porque la más singular y la más extraña de todas, bien analizada, tiene siempre su origen en un principio de delicadeza". Ese principio de delicadeza no es otra cosa que la Ley de la Naturaleza, dios oscuro de la obra sadiana.

Sade se propone, pues, como objeto, listo para satisfacer a la Señora, respetando el principio de los gustos y de las fantasías. La demanda, aquí, no está tomada dentro del enigma del deseo, sino que está imaginarizada como Voluntad de Goce. Sade está en posición de objeto para ponerse al servicio de una Voluntad de Goce supuesta al partenaire (otro), pero también lógicamente deducida de ese Otro absoluto, principio de delicadeza, exigencia de la naturaleza.

Esta voluntad que escribimos "V" es llamada por Sade, en la Filosofía del tocador, la "ley de la naturaleza". Lacan, en los matemas que construye en su escrito "Kant con Sade", lo escribe así:

a - V

Podríamos, por supuesto, objetar que hay un tono de singularidad en esa carta. Es cierto. No por eso deja de ser un pequeño matema de la perversión. La singularidad está acentuada por la imaginarización loca, pero pronto vira a aquello que no es de ningún modo singular. Basta considerar la lista de sobrenombres que colorean esta carta (mi ángel, mi repollito, y otros mucho más originales) para percibir el estrecho margen entre los nombres tiernos y la obscenidad, incluso la injuria: por un lado, "mi reina", "alma de mi alma", "imagen de la divinidad", u otros, "mi pequeño toított", "mi fanfan", "mi cocotte", para transformarse en "cerdo fresco de mis pensamientos". En la misma carta hay que observar su delirio de las cifras, que no tiene nada de extraño.

¿A qué apunta la maniobra perversa? Si ella somete al perverso a ser objeto de una Voluntad de Goce en el Otro, no está aquí menos presente la de Sade que la de la Señora. Podemos deducir perfectamente de este pasaje el efecto de tal maniobra. Él hace de la Señora su cómplice en la perversión ("¡usted también, no es cierto!"), proponiéndose él, como cómplice de la suya por inversión de los sujetos. Él la hace perversa ("tú quieres mi ropa"). Hacer de ella su cómplice es hacer un sujeto del deseo cuyo deseo está atrapado en su trampa.

Pero podemos aún pensar aquí que la Señora Sade, cuando leyó esta carta, debió tener alguna vacilación subjetiva. No sólo le dice "usted es perversa", sino además "quiero satisfacerla, pero no puedo hacerlo sin dejar de lado el honor (¡por lo cual deja el honor de su lado!), no obstante le hablé a mi sirviente, el cual conoce vuestro gusto por la cosa y la satisfará en mi lugar". La vacilación subjetiva, el malestar, la angustia que debió padecer la Señora Sade (supongámoslo, aunque más no sea) es lo que puede escribirse: sujeto dividido, inseguro de sus inscripciones en el Otro. Tenemos entonces:

a - V - S

Esta fórmula escribe que el perverso se hace objeto (a) en nombre de una Voluntad de Goce, con el fin de provocar en el Otro la emergencia (la prueba) de una división del sujeto. Esto indica al mismo tiempo que la castración fue bien identificada por el perverso: el Otro está castrado ya que está dividido.

Pero hay que completar esta fórmula. En efecto, se trata de hacer vacilar a la Señora, de hacer aparecer su división. Es sin embargo con la idea de que más allá de este sujeto dividido, sería alcanzable un puro sujeto del placer, un "S, sujeto bruto del placer". He aquí el matema de la perversión:

a-V-S - S

Precisemos el lado objeto. Ubiqué el objeto (a) como objeto mediante el cual se propone el perverso, aquí el cuerpo de Sade propuesto al Otro bajo la forma de desecho. No es exacto, sin embargo, más que para el aspecto cómico que da a su carta y para el fantasma masoquista que la sostiene.

Hay, pues, un segundo objeto en juego aquí, el de la pulsión invocante del fantasma sádico, que sólo escucha en esta carta la voz obscena que profiere: ¡pero goce, entonces, mi querida! Es la voz del sirviente en el próximo encuentro con la Señora Sade. Hay una Orden de Gozar, un imperativo que viene del Otro de la máxima. Esta orden subsume una voz. El matema queda entonces tal cual, pero la cuadrilla se completa alojando esta voz del sirviente en "V".

Por otro lado, ¿qué constatamos del lado del sujeto, es decir, del lado del otro, la víctima o el cómplice, la Señora Sade? El perverso hace aparecer la división del partenaíre , es decir, su sumisión a la castración. Pero, al mismo tiempo, no reconoce la castración (tú serás satisfecha). Empuja la escena más allá, más lejos, a veces hasta el límite de la muerte, siempre con la idea de encontrar un sujeto bruto del placer, un sujeto fuera de la castración (S, no tachado).

El perverso ve la castración, la conoce pero no la reconoce. Ella es rápidamente velada en lo imaginario. Esta manera particular de relacionarse con la castración es lo que Freud designa Verleugnung.

¿Qué nos enseña Freud? El fetichista, confrontado con la ausencia del pene materno, ve la castración pero no la reconoce, se detiene en el último velo que deviene fetiche. Por lo tanto, el fetiche muestra y al mismo tiempo anula la castración: no es necesario el velo, ya que no había que velar esta ausencia. A esta Verleugnung, término que Lacan traduce "desmentida", hay que situarla en el matema de la perversión en el ámbito de la flecha que pone en juego la falta (S Sujeto tachado) y un placer referido al falo en tanto que no falta (S sujeto no tachado).

Agreguemos, para concluir, que esta carta testimonia de manera estupenda un rasgo identificable de la perversión: el perverso cree en sus semblantes y los impone al otro como valor absoluto.

 
Traducción del francés: Daniela Rodríguez de Escobar |
 
Notas
* Ballester Añon, R.: Confaldas y a lo loco, Barcelona, Octaedro, 1999.
1- Lacan, J.: Escritos 2, México, Siglo XXI, 1985, págs. 744 -770.
2- ídem, págs. 747-748.
3- Lettre de cachet: carta cerrada con el sello real que exigía el encarcelamiento en el destierro de una persona. [N. de la T.]
4- Donatien de Sade, cartas publicadas por Gilbert Lely con el título: L'Aigle, Mademoiselle, París, Ediciones G. Artigues, 1949, pág. 120.
5- Lacan, J.: Ob. cit., pag. 754.