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"El amor en nuestra época"

Por Aida Carrino

El arte, la literatura, testimonian que en todas las épocas hubo encuentros y desencuentros en el amor.

En el siglo XVIII, se prescribían medicamentos contra lo que llamaban "los ardores del amor para las mujeres que buscan marido o para las jóvenes viudas que han perdido el suyo".

Las mujeres, se decía " son más enajenadas para el amor que los hombres, pero con qué arte saben disimularlo".

En esta época, los desencuentros del amor parecen agudizarse.

Mujeres que hablan de la falta de hombres, de la falta de palabras de amor, hombres que dicen encontrar sólo mujeres histéricas o autosuficientes.

El mercado intenta vender la idea que se puede ser como se quiera ( cirugía mediante).

Cuerpos sin fisuras para ir al encuentro del otro.

Se supone que todo puede ser mostrado o dicho, sin pudor ni vergüenza.

Las ofertas de respuestas mágicas, universales, prometen la felicidad.

El amor, en este contexto, parece un bien descartable, sin importancia. Versión cínica del amor, que condena a los sujetos al aislamiento.

Los desencuentros del amor en nuestra época dan cuenta que el vínculo al otro se ha desquebrajado pero también ponen en evidencia que ningún objeto material puede suplir la satisfacción que aportan las palabras de amor para una mujer.

Podemos pensar también, además del lugar del amor en nuestra época, el lugar que para cada mujer tiene el amor.

Estar obsesionada por el amor, por la falta de amor puede convertirse en una queja interminable.

Si bien en toda queja se juega algo de la verdad de una mujer, con la obsesión y la queja no alcanza.

¿Cómo está implicada una mujer en aquello que le pasa en el amor?

Podría atribuir lo que le pasa a la mala suerte, al destino, a las características de los hombres con los que se encuentra.

Podría estar en pareja, sin saberlo, con su propia obsesión, con su propia queja, casada desde siempre con su ideal, sellando silenciosamente un pacto de fidelidad que ningún hombre puede quebrar.

Podría buscarse en caracterizaciones generales ( las solas, las infieles, las maltratadas...) para reconocerse en un conjunto de mujeres que nada dicen de su lazo singular con el amor.

Podría, tal vez, abrirse una pregunta en relación a esos tropiezos del amor, a esa insistencia en el mismo padecer.

Preguntarse qué tendrá que ver ella en lo que le pasa posibilita encontrar una respuesta singular que ningún discurso preestablecido o universal puede contestar.

La apuesta de cada mujer, si es que a ello consiente, es que la pregunta por su deseo siga abierta.

No se trata de cómo hay que vivir, sino de restaurar un deseo que haga vivir de otra manera, sin lamentos constantes ni añoranzas, que permita descubrir en cada mujer qué lugar ha tenido y tiene el amor para ella en su singularidad.