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¿Cómo interpretar la depresión?

Por Marisa Morao

Uno de los males que aqueja a la "subjetividad moderna" es el sentimiento de "estar deprimido". En inmumerables casos, cualquier signo de malestar unido a cierto desvanecimiento o falta de interés por distintos órdenes de la vida es atribuido por las personas que lo padecen al famoso estado de depresión. Esto se ha transformado en un motivo de consulta habitual al médico, al psiquiatra, al psicólogo o al psicoanalista.

Desde el punto de vista de la medicina, la respuesta a formas muy variadas del padecimiento humano es dada bajo un aspecto universal: para todos lo mismo.

Este modo de tratamiento se pone de relieve en la cura con el medicamento; un ejemplo de la actualidad es recetar el mismo psicofármaco para todo paciente que entre en el conjunto o grupo "depresivos".

A diferencia de la clínica del psicofármaco, el psicoanálisis atiende el modo singular del sufrimiento, esto significa que en cada paciente se producen síntomas, excesos, conflictos que no se homologan ni son iguales a los de otro sujeto. El ser humano padece de su cuerpo ó de sus pensamientos de una manera particular aunque no lo perciba.

En los tiempos que corren, es frecuente en nuestra práctica recibir hombres y mujeres que se presentan en la consulta con la auto clasificación de depresión: "estoy deprimido", "padezco de depresión", "soy depresivo" etc.

Este fenómeno se manifiesta en ocasiones con un sentimiento de tristeza que deja al sujeto inhibido en su acción y en su deseo. Se produce un empobrecimiento de los lazos afectivos y sociales, cuya forma extrema puede ser es el aislamiento acompañado en muchos casos por un sentimiento de profundo dolor de no tener lugar: en la familia, en el trabajo, en las relaciones amorosas, en el estudio, etc. lo que conduce habitualmente a la sensación de ser víctima.

Es habitual que el sentimiento de tristeza que acompaña a aquel que se presenta como "deprimido", se entronque con los horrores de la pantalla de televisión. Esto deja a las personas en un estado de sugestión con las desgracias de la víctima de la TV, se pierden en el sufrimiento ajeno, identificándose con la misma.

Con el avance de la técnica, casi todo el mundo puede observar en forma simultánea los horrores de las víctimas que en forma compulsiva nos muestra la imagen de la televisión. El ejemplo cercano, mundial y paradigmático fue el atentado a las Torres gemelas en los Estados Unidos.

Es evidente que habitamos una sociedad en la que todo puede ser visto, dicho y mostrado, todo y fundamentalmente lo peor. Se pone de relieve que, en cuanto a lo peor, el maltrato de los cuerpos que los medios de comunicación nos acercan es algo que atrae, me refiero a aquello que mucha gente no puede dejar de mirar.

En El último día - un film acerca de la guerra entre serbios y bosnios en la década de los 90- unos de los protagonistas cuya imagen representa el dolor del desamparo humano le dice a una reportera inglesa que intenta entrevistarlo "ustedes lucran con nuestra miseria". La frase refleja que la miseria también se consume. Es un objeto de consumo más en el mercado.

Sentimiento de tristeza, inhibición de los actos, identificación con el horror son formas cotidianas en las que los sujetos se presentan a la consulta bajo esa clasificación de depresión que constituye el achatamiento del interés.

Bajo la perspectiva de la coyuntura nacional razones no faltan; los ciudadanos en su conjunto, en mayor o menor escala, son o han sido víctimas de la inseguridad, del corralito, etc., sin embargo no es ese orden nacional -que genera el malestar social- lo que define la relación de los sujetos a sus deseos.

Para el psicoanálisis cada persona responderá a cualquier coyuntura general "traumática" conforme a su historia subjetiva.

Los encuentros con un psicoanalista constituyen un espacio en el cual esa historia puede producirse. Esto tiene como finalidad que cada caso, cada paciente -con su estilo de vida que incluye sus propios síntomas, sus propios excesos o desvíos, sus propios horrores- avance en la búsqueda de un empuje vivaz que oriente sus decisiones, sus actos y sus pensamientos aliviado ya del peso de identificaciones falsas.