Por Pedro Pablo Cassalins

Mi escasa casuística personal con relación estrictamente a la red no me da elementos para transmitir algún detalle diferencial tipo de las demandas dirigidas a ella como siendo propio de la época. Pero como puedo suscribir algo de lo que dice Claudia Lázaro en el boletín anterior, me restringiré a problematizar un aspecto de sus observaciones sobre lo que describe como la resultante en los niños de una cierta "modalidad familiar" que se hace garante de la provisión indefinida de objetos (uno tras otro), y que, para lo que me interesa señalar, conserva su valor, desde el punto de vista de su estructura, en sujetos mayores. Si admitimos que esos síntomas descriptos en los niños (apagamiento del deseo, tiranía infantil, problemas de aprendizaje, etc.) conservan una relación con la función del Nombre del Padre (al menos en ocasiones), vale preguntarse entonces qué condición de la misma favorece esos resultados sintomáticos. En este sentido, tal vez se pueda pensar que este plegamiento familiar a los ideales del consumismo encubre el hecho de que estos padres declinan la función simbólica a favor de la figura de las leyes del mercado en el punto en que deberían habilitar la dimensión del deseo y hacerse dignos objetos de amor. Padres actuales gelatinosos (gracias José Num) –más allá de que asuman una impostura autoritaria- que, por otro lado, son la resultante de generaciones anteriores en que fueron dándose las condiciones para que se propague la dificultad de sostener la función que se espera que ellos articulen.

En relación con esto me pregunto si no sería conveniente establecer qué es lo genuinamente novedoso en lo que participa en la expansión de estos nuevos síntomas y qué es fruto de nuestras nuevas maneras de pensarlos. Ya que si variamos nuestra lectura de la clínica surgen detalles que parecen novedosos pero que en realidad no se evidenciaban antes por la forma en que pensábamos los casos. Dicho de otro modo, qué es lo nuevo y qué no en nuestra clínica.