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Relativos a la AMP - IV Congreso AMP: La práctica lacaniana
Traducción española Nº 4
Tres textos de Ricardo Seldes
Indicaciones y contraindicaciones en la práctica lacaniana
Los tres momentos de las reglas técnicas
Variaciones, modificaciones, desviaciones
 
Indicaciones y contraindicaciones en la práctica lacaniana

Partiremos de una premisa lacaniana: no hay contraindicaciones a priori al psicoanálisis.

Freud señaló después de 20 años de ejercicio, que en ciertos casos se verificaba la inaplicabilidad del psicoanálisis, por la refracción de ciertos síntomas,  por resistencias internas, y también por lo que llamó obstáculos externos. Desde entonces se han realizado múltiples listas con criterios que han excluido  pedidos de psicoanálisis, que pueden resumirse en dos: la no posibilidad de su aplicación y la no conveniencia de hacerlo.

Nuestra premisa inicial, no hay contraindicaciones a priori, es la apuesta de la práctica lacaniana, que tiene sus propios principios indicativos, sin que ellos impliquen una restricción segregativa ni una apertura indiscriminada al “vale todo”.

Introducir a un sujeto al discurso analítico requiere al menos de ciertas advertencias: la efectivización de la regla fundamental produce por lo general un sentimiento de liberación que en algunos puede inducir al pasaje al acto. Es el analista quien debe evaluar la autorización a la libre asociación. J-A. Miller ha recordado en una conferencia en Caracas el peligro que hay en introducir en la cura psicoanalítica a un sujeto débil: se trata de un sujeto vacilante con respeto a los sistemas simbólicos, en particular con respecto al sistema de interdicción. Si un tal sujeto flotante, es introducido al permiso analítico, el riesgo es que se deslice totalmente; cuando a la debilidad del sujeto se agrega el permiso psicoanalítico, se obtiene lo que Lacan llama un canalla, es decir, un sujeto al que nada detiene. Luego, un cierto número de catástrofes podría ocurrir. Agregamos, por supuesto otra contraindicación expresamente formulada por Lacan al inicio de su enseñanza, “una linda y hermosa psicosis, psicosis alucinatoria, no hablo de una esquizofrenia precipitada, se desencadena luego de las primeras sesiones de análisis un poco movidas; a partir de entonces el bello analista se transforma rápidamente en un emisor que le hace escuchar todo el día al paciente qué debe y qué no debe hacer.” El bello analista, es el alma bella que no puede desentenderse de las consecuencias de su acción.

Es preciso tomar en cuenta diversos parámetros para poder ordenar el estudio de esta problemática: el ensanchamiento de las perspectivas terapéuticas ha ampliado el rango de la posibilidad-conveniencia, desplazando el problema del psicoanálisis puro a su aplicación en diversos campos: interesa el encuentro con un analista.

En el “otro psicoanálisis”, los ortodoxos debían armar listas exhaustivas de los criterios de inanalizabilidad: importa tratar de alcanzar su lógica, teniendo en cuenta que fundamentalmente sostenían las condiciones de posibilidad de un tratamiento, es decir la instalación de la neurosis de transferencia y su posterior análisis.

En Variantes de la cura tipo leemos que “el mantenimiento de las normas cae más y más en el orbe de los intereses del grupo, como se mani­fiesta en los Estados Unidos donde ese grupo representa un poder. Su conclusión, se trata menos de un Standard que de un standing.”  En la actualidad los analistas americanos, en la medida en la que se encuentran desencantados del psicoanálisis, (Freud ha muerto para ellos) desdeñan el uso de todo criterio: no pueden restituir el sentido de las reglas técnicas, cuya virtud indicativa resaltó Lacan.

Tomemos un pequeño slogan, cada uno en su práctica, la que se juega en el secreto de consultorio, sobre la que es difícil saber lo esencial, y que la hace imposible de estandarizar. Es evidente que la pregunta acerca de las contraindicaciones del análisis no se plantearía si no tuviésemos presente tal caso de nuestra práctica, o de la práctica de nuestros colegas. Un examen de la casuística lacaniana promete sacar a la luz las razones de nuestro accionar no estandarizado cuando por ejemplo tomamos en análisis a parientes y amigos de nuestros pacientes: ¿solamente los lacanianos lo hacemos? ¿cuándo, por qué sí, por qué no?

A partir de la conceptualización del deseo del analista, hay contraindicaciones para los lacanianos: por ejemplo que el analista coloque su propio objeto parcial, su agalma, en el paciente con quien trata.

En todo caso el estudio de las indicaciones y contraindicaciones nos permite pensar cómo cernir lo real en juego en la experiencia analítica.

 
Los tres momentos de las reglas técnicas

En nuestra presentación del tema de las indicaciones y contraindicaciones, nos hemos basado fundamentalmente en la disertación que hiciera J-A. Miller en el segundo Congreso Internacional de Psiquiatría de lengua francesa en París, el 13 de diciembre de 1997. Ahora tomaremos como referencia las reflexiones que ha hecho en su  curso 1998/99 acerca del modo en que los postfreudianos debieron confrontarse con lo real en juego en la experiencia analítica.

¿Por qué partimos de este punto? Nos interesa remarcar el hecho de que en su encuentro con las resistencias en el análisis, surgió el término de técnica, que apunta a ubicar una cierta de manera de hacer, recomendaciones, reglas para vérselas con lo real con el cual se encontraban en su práctica, aunque no supieran demasiado cual era. Las reglas técnicas implican que lo real exige una cierta manera de hacer con él.

Años más tarde, el problema de las resistencias se enlazó en los analistas de la IPA a la cuestión de las contraindicaciones al tratamiento analítico. En principio todos coinciden en el punto en que la ampliación del campo del análisis a casos que originariamente no contemplaba, exigió un debido esclarecimiento, lo que concuerda con nuestra perspectiva de estudiar la cuestión del psicoanálisis aplicado, aunque se oponen a ésta, cuando llegan a proponer el deber de restringir al máximo el ensanchamiento del campo psicoanalítico.

En el symposium sobre Indicaciones y Contraindicaciones al tratamiento psicoanalítico, que tuvo lugar en el 25º Congreso Psicoanalítico de Copenhague en julio de 1967, un psicoanalista holandés, P.C.Kuiper arma su tesis principal sobre el hecho no solamente de exigir indicaciones más exactas para un análisis, sino que también pide a la comunidad que se vuelva a estrechar su alcance, al señalar que se trata de corregir un exceso de entusiasmo de los analistas producto de la decepción generalizada que ha provocado la psiquiatría y de la satisfacción que tienen los psicoanalistas de poder aplicar su técnica. Es su llamado a un retorno a Freud. ¿Cuál es el peligro que Kuiper trata de advertir a sus colegas? Se trata de que el insight completo del proceso analítico y la aplicación de la técnica son tan difíciles de aprender, que “ante la extensión del rango de los pacientes debemos refugiarnos en las así llamadas variaciones de la técnica”. Según él, la mala selección de los pacientes lleva frecuentemente a los analistas, primero a innovar en la técnica y luego a abandonar el método analítico, hecho causado tanto por la desilusión que sufren, como por el incremento de sus propias defensas en las situaciones difíciles (así como por la imposibilidad de dominar anhelos pasivos o fantasías destructivas enraizadas en la envidia y los celos). En su elevación del tono, Kuiper lo dice aún más enfáticamente: si el método psicoanalítico, tal como fue descubierto por Freud, seguirá existiendo, será solamente si el insight psicoanalítico está presente y sólo se puede alcanzar en cooperación con pacientes adecuados para el análisis. Por supuesto que a Kuiper no se le escapa la pregunta esencial ¿cuáles son los pacientes adecuados para el psicoanálisis? Lo dice con cierta ironía ya que alega que no acuerda con los que afirman que no existen más los pacientes que sufren de neurosis clásicas, con buenas funciones yoicas y algunos síntomas neuróticos, porque ellos son los que componen la mayoría de su clientela. Y finalmente devela el misterio, los pacientes analizables no son los que esperan aliviarse de su sufrimiento sino son los que tienen el anhelo o el deseo del auto-entendimiento (self-understanding), es decir si el paciente verdaderamente obtiene placer en descubrir cosas de sí mismo. Lamentablemente no saca consecuencias de la captación de esta nueva satisfacción que proporcionaría el psicoanálisis, sino que apunta especialmente al hecho de la indicación de análisis: sin pacientes de los buenos, no hay psicoanálisis. Esto invierte completamente la clásica definición de Lacan de que el psicoanálisis es la cura que se espera de un psicoanalista, para transformarla en que el psicoanálisis es posible sólo si hay pacientes adecuados para él.

Los pacientes que no son los adecuados, son aquellos en los que la regresión provocada por la situación analítica los “tienta” al acting out y la única salida es, para el analista, la de quebrar la regla de abstinencia: pacientes inadecuados ® analistas inadecuados. En este mismo Symposium encontramos otras ideas para validar la indicación del análisis, a saber, funciones autónomas del yo  (A. Namnum), o la concordancia del analista y el paciente (R. Diatkine).

Tenemos entonces un llamado desesperado a sostener la ortodoxia del método, y en particular las reglas que, standardizadas, permiten lo que Lacan llamó el standing del grupo analítico. Para ello era preciso segregar del consultorio a aquellos pacientes con resistencia al análisis y en particular a la regla fundamental. Lo que daría cuenta del dicho que “muerto el perro se acabó la rabia”.

Consideramos que éste puede plantearse como un segundo período en lo que hace al uso de las reglas técnicas, ya que el primero es el que nos atrevemos a ubicar en la época de los llamados post-freudianos. Solamente que en ellos el problema se presentaba de otra manera. Digámoslo de este modo: en los analistas de los años 20 o 30 se evidencia el esfuerzo por conceptualizar el obstáculo y, tal como lo ha señalado J-A. Miller, el análisis de las resistencias era una suerte de confrontación y de fascinación por lo real en juego en la experiencia analítica. O sea una relación primordial con la inercia presente. A diferencia de lo que vimos acerca del Symposium del 67, Reich por ejemplo plantea una regla técnica, completamente opuesta a la segregativa: no hay interpretación de fondo en tanto existan resistencias a interpretar, o sea que se debe postergar la interpretación de sentido hasta que la interpretación de resistencia haya concluido. Y en la base de las resistencias se puede ubicar la presencia del deseo del analista con el empuje que lo signa.

Nos hallamos ante el descubrimiento de lo real de las resistencias y de su carácter inconsciente y el hecho de que algunos pacientes aparezcan refractarios al análisis, entendido como refractarios al desciframiento simbólico del síntoma. El fundamento es que el analista, por su insistencia, por su intención de hacer decir, promueve ese obstáculo que no es sino expresión de lo real en juego, a saber, la resistencia y las defensas, la pulsión y el goce.

Tenemos entonces el primer tiempo en la IPA, el del encuentro con las resistencias y sus resoluciones técnicas posibles como un modo de hacer con los obstáculos, el analista en el lugar del Otro de la autoridad; el segundo momento, el de la exacerbación de las reglas y los standards, un fundamentalismo fallido con el fin de preservar la ortodoxia analítica, y evitar el riesgo inminente de que el analista quede ubicado en el lugar del sujeto barrado mientras que el objeto causa aparece del lado del paciente, una verdadera contraindicación desde los principios lacanianos.

Podemos señalar un tercer tiempo en la IPA, más actual, en donde el principio de autoridad es el obstáculo a la libre conversación entre dos seres con iguales derechos. Lo real queda subsumido, evaporado, en el juego de una democracia analítica. Las reglas se han aflojado, la técnica se decide en el caso por caso, el Standard es obsoleto. Sin embargo, a diferencia de la propuesta lacaniana de desregulación de los Standard, que permita captar lo particular del goce del síntoma de cada sujeto, la perspectiva es la indiferenciación y como ha indicado Eric Laurent, ahí está el Uno que hace a todos parecidos.

Para estos practicantes, las indicaciones y contraindicaciones habrán perdido todo su sentido, y con él, el abandono de un saber clínico depositado desde el descubrimiento freudiano.

 
Variaciones, modificaciones, desviaciones

Un colega, lector de Papers, me ha preguntado si yo no creía en la existencia de un prejuicio de los lacanianos de suponernos libres de reglas y que al mismo tiempo, engordando un poco ese prejuicio, creemos que los analistas de la IPA están tan atados a un rígido dogmatismo que les impide captar lo real de la experiencia analítica. Debo confesar que la ocurrencia tuvo para mí el valor de un Witz, ya  que efectivamente, desde que hemos comenzado con nuestras reflexiones, no pienso que nos encontremos liberados de toda regla ni que ellos sean los fundamentalistas del psicoanálisis. Le recordé que justamente nuestro debate se ubica en tratar de reflexionar acerca de los “principios lacanianos” y nada dice que no vayamos a toparnos con algunos standards.

Recordamos con sumo interés el diálogo mantenido entre J-A. Miller y Eric Laurent en las clases del curso de Miller 2001-2002 dedicadas a las reflexiones sobre el momento actual en donde remarcaron el punto de vista antiformalista, y cómo la práctica actual  del Psicoanálisis, especialmente entre los americanos, subraya que los principios de la técnica no son reglas absolutas sino direcciones generales que se debe adaptar al caso por caso. Hay todo un discurso muy sostenido sobre la flexibilidad del analista, evidentemente dirigido a las comunidades analíticas que por el contrario han sido criadas, educadas en el tipo rígido, más inglés, impersonal, de la posición standard del analista. La idea hoy es la de dejarse conocer por el paciente y dan recomendaciones específicas, tales como abandonar el pedestal analítico, ponerse en el mismo plano que el paciente, o no hacerse el misterioso. Una aceptación tranquila de un Otro barrado del poder y del saber. 

* * * *

La provocadora pregunta de nuestro colega me llevó a volver sobre mis pasos y encontré algo que había planteado en la anterior entrega (como una serie en capítulos), la que llamé “Tres momentos de las reglas técnicas”. Debo decir ahora que he entendido que mi preocupación por las indicaciones y contraindicaciones se ubican muy bien, como lo dedujo Graciela Brodsky, en la apasionante cuestión del psicoanálisis aplicado. Y he visto también que ese derrotero me llevó a pensar la cuestión de las reglas técnicas para tratar de encontrar su lógica. Pero la pregunta de mi colega hizo que descubriera algo que tenía muy cerca de mi vista y que no alcanzaba a visualizar. Cuando el holandés Kuiper compulsaba a los colegas a volver a los cabales del standard, y exigía un retorno a Freud, (no lo hace en el mismo sentido que lo hiciera Lacan) es porque el debate acerca de las variaciones de las técnicas se había instalado con enorme fuerza en el seno de la I.P.A. desde hacía un par de años. Vino a mi encuentro así un panel, fogoso, que tuvo lugar en el 20° Congreso de la I.P.A, en París en julio de 1957, y que precisamente llamaron Variaciones en la técnica psicoanalítica clásica, que contó con la participación (nada más ni nada menos) que de Rudolph Loewenstein, Maurice Bouvet, Annie Reich, K.R.Eissler y comentarios de S. Nacht, Rosenfeld, Ralph Greenson y una respuesta fuerte de Loewenstein a los comentarios críticos de Eissler.

¿Cuáles fueron los ejes más importantes del debate?

El moderador (Greenson de Los Angeles) planteó, su anhelo de que el panel llegue a diferenciar las variaciones, que no implican un conflicto con las reglas básicas y las metas, de las modificaciones que pueden ser necesarias pero que implican “interrupciones temporarias de nuestros procedimientos y objetivos” y finalmente (por supuesto) de las desviaciones que conducen a un permanente cambio en el método psicoanalítico con la consecuente renuncia de sus resultados.

Debo reconocer que con esa introducción al debate debía indicarle a mi colega que se olvidara de pensar en prejuicios lacanianos y que acepte esa verdad irrefutable. Al continuar con la lectura del panel vemos en cambio en los participantes, una muy seria preocupación en ellos por lo que el tema significa y, adelanto mi punto de vista, con una gran intranquilidad por no encontrar una respuesta a los obstáculos clínicos que los conducían contra su voluntad a las variaciones en casi todos los standards.

Se nota la división profunda que existía entre kleinianos y annafreudianos en 1957, entre los analistas de las relaciones objetales y los de la psicología del yo. Y se ve especialmente en la discusión que se produce entre Loewenstein y Eissler

Todos los participantes coinciden en que la tarea fundamental del psicoanalista es la de interpretar, y que es allí en donde comienzan los verdaderos problemas. Para Eissler es impensable aplicarle la categoría de variación a la interpretación, es una calificación que solamente se le puede dar a las herramientas que no son la interpretación, y las llama parámetros o pseudo-parámetros. El ideal del tratamiento es aquel en el que el analista se limita a interpretar.  Loewenstein responde que según su experiencia, ningún paciente puede ser analizado con una técnica en la que solamente se usaron interpretaciones, y recuerda los casos que cada uno citó para señalar justamente la dificultad o la imposibilidad de la interpretación por las resistencias que producen.

Eissler ataca nuevamente y para sostener su posición da un ejemplo, las preguntas que se le hacen a un paciente, y es imposible no hacerlas, agrega, sin embargo pueden perfectamente tomar la forma lingüística apropiada de una interpretación. Si se le debe preguntar a un paciente ¿por qué usted nunca habla acerca de como se llevaban sus padres?, se puede formular bajo la forma de una interpretación: “Ud. nunca menciona el modo en el que sus padres se llevaban, está evitando el tópico. Debe haber un displacer asociado con su hablar de ello y por lo tanto no aparece como parte de su discurso.” Loewenstein le dice que desde su entender es mejor hacer la pregunta con franqueza y le responde también a Rosenfeld que sus formulaciones, parecen conducir a una regimentación estéril de la técnica. Lo mismo con una indicación de afrontar una fobia, en vez de decirle vaya y hágalo (tal como lo sugiere Loewenstein), Eissler plantea que se le debe dar la forma lingüística de una interpretación, casi un disfraz. El epicentro se ubicará, por supuesto, en la interpretación de la transferencia, y en la búsqueda implacable por esa vía de alcanzar la total liquidación de la misma.

* * * *

No entraremos en más detalles, a pesar que la discusión continuó sobre precisiones acerca de la aplicabilidad de la regla de la abstinencia, el anonimato de la persona del analista en las diferentes versiones de la neutralidad, cuando y por qué responder o no a las preguntas, cuando y por qué recibir o no algún regalo,... en fin problemas cotidianos derivados de la oscuridad o del misterio que constituyen para el mismo analista los efectos que su acción produce. Pero ésta es ya una deducción lacaniana, es Lacan que en esta época logra sintetizar todas esas preocupaciones, al preguntarse en La dirección de la cura por la acción del analista, es decir ¿cuáles son los principios para que su hacer sea conforme a la esencia del psicoanálisis? O quizás la gran pregunta de este escrito, ¿cómo actuar, cuando la paradoja de la acción analítica se ubica más del lado de un no-hacer que de un verdadero hacer?

Años más tarde revelará en su seminario del acto analítico, que ese acto hace el lugar de un decir y la condición para que se lo considere tal, es que el sujeto cambia. A partir de La dirección de la cura, la interpretación, junto con la transferencia y el problema del ser quedarán ubicadas en el tríptico conocido de los registros del acto analítico.

Mientras los psicoanalistas de la IPA se debatían en este Congreso en torno a las variaciones en las reglas, Lacan retomaba en el seminario contemporáneo el problema de la técnica, pero ocupándose de la técnica del chiste. En el panel de la IPA se  enredaban en laberintos de recetas, ¿es conveniente usar los chistes como herramienta, se debe prohibir su utilización para evitar seducir a los pacientes? y

Lacan desplazaba el problema para ubicar el chiste como la forma más notoria en la que el Freud mostraba las relaciones del inconsciente con el significante, y por supuesto, sus técnicas, las del significante, y el goce que comporta.

Pero es evidente que el tema que más preocupación se nota en los panelistas era como interpretar la regla freudiana de la abstinencia. Con enormes diferencias entre ellos, los kleinianos apuntan a que se trata de reducir al mínimo la satisfacción que los pacientes encuentran en el tratamiento mismo, en la transferencia; Loewenstein recuerda por su parte, que Anna Freud la ejemplifica como la puesta en acto de la prohibición a un paciente a satisfacer sus impulsos homosexuales al salir de la sesión. Sin embargo y a pesar de las derivaciones que tienen esas diversas posiciones, para todos, hay un principio que se evidencia detrás de cualquier intervención, pseudo-parámetro o interpretación de la abstinencia y es el principio de la frustración, aún cuando planteen la necesariedad de aflojarla en ciertas circunstancias.

También en La dirección de la cura, Lacan reemplaza la trilogía la de la IPA, frustración, agresión y regresión por lo que su lógica del significante le imponía: el deseo y la demanda.

Y desde esta lógica, desde la lógica del significante como principio, es que desprende la conclusión de que la realidad de la pulsión es la demanda, que el sujeto paga con su carne las exigencias de la demanda. Desde la demanda del Otro, o al Otro, Lacan destapa la lógica de los objetos vinculados a los bordes del cuerpo, lista no uniformada con la de los objetos pulsionales deslindados por Freud.

* * *

Tal como ha planteado J-A. Miller en su curso anteriormente mencionado, hay un dogmatismo lacaniano y es que la cura analítica tiene una lógica, con un inicio claramente demostrable o típico y una conclusión que, aunque formalizada por Lacan de diferentes maneras a lo largo de su enseñanza, no puede ubicarse (según mi entender) sino en la lógica del acto: si el acto analítico lo vamos a suponer a partir del momento selectivo en que el psicoanalisante pasa a psicoanalista...  aislado así a partir de este momento de instalación, el acto está al alcance de toda entrada en psicoanálisis (de la reseña del Acto Analítico). Y así como es el acto el que puede dar más luz sobre el acto, o los actos, es el discurso analítico el que puede alumbrar algo acerca de los otros discursos.

Lacan desarrolla su seminario de la lógica, la del fantasma para dar paso al año siguiente al del acto psicoanalítico. El mismo apólogo de los tres prisioneros mostraba esa conjunción, y la prisa por concluir en su certeza, no es sino la condición del acto.

La dirección de la cura y los principios de su poder, se puede leer también como la lógica de la cura y los principios de su poder, un movimiento riguroso que la anima. Lógica y acto: nada más alejado de las flexibilidades, de las variaciones, de las modificaciones, de las desviaciones de ninguna técnica creada o por inventarse, ya que no existen las mil maneras de hacer con el dispositivo analítico.