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Curso del miércoles 12 de diciembre de 2007

Este año veo el Curso como una suerte de refugio de paz. Y mi deseo sería consagrarme, silenciadas las pasiones, a algunos trabajos sabios, minuciosos, incluso quizá algo inútiles... Y una y otra vez llego cubierto de polvo. Tengo la impresión que acabo de bajar del caballo.

No puedo decir que soy un guerrero aplicado, según la expresión de Jean Paulhan que se hizo canónica, retomada una vez por Lacan y de la que hicimos un estereotipo; no serlo supone una distancia, la que tomo aquí, sin duda; pero en fin, el resto de la semana soy un guerrero apasionado y prudente –no son condiciones incompatibles entre sí.

Estoy visiblemente atrapado por un imaginario heroico, proveniente de las malas lecturas que hice en mi infancia –o de las buenas, según se considere–; es así como vivo esto y estoy bien instalado en esa perspectiva, demasiado bien sin duda.

Yo que nunca fui un gran lector de René Char, así y todo aprecio su imperativo: ¡Avanza hacia tu riesgo! Y avanzo hacia el mío con prudencia, con cálculo, razón y logro. El logro es esencial en el asunto.

El acto es necesario, explica Lacan. Allí donde hay acto, es preciso que el inconsciente esté cerrado. Un verdadero acto es correlativo del cierre del inconsciente, es en ese sentido que Lacan puede hablar de acto analítico. Algo que vale para todo acto. Si ustedes tienen un lapsus, un fallido, un error de cálculo, es porque el inconsciente volvió a abrirse.

En lo que a mí respecta, no se vuelve a abrir. Pondré mucha atención en eso.

Me di cuenta de esto a propósito de una cierta hinchazón. Se trata de algo que se conjuga bien con el rol. Pero como quiera que sea, puedo yo mismo tomar distancia respecto de la postura heroica que me asedia desde siempre.

Pero ustedes lo pudieron apreciar bien hace cuatro años, hacia fines del año 2003, yo vi perfectamente cómo los psicoanalistas se escondían en una madriguera cuando se descolgó, en la Cámara de Diputados, una reforma aberrante que definía las psicoterapias.

Para que llegue a ser anulada, fue preciso que un grupo le diga no a la unanimidad de la Cámara de Diputados. Era el grupo de la Escuela de la Causa Freudiana. Por entonces, dije que el voto que había faltado entre nosotros para hacer la unanimidad, no era el mío.

Yo sé quién votó no. Lo hizo por espíritu de contradicción, en fin, era para prestar servicio, para que no se diga que todos... Fue una mujer quien votó no y tuvo razón de hacerlo Pero en fin, la tarde en que confrontamos nuestra unanimidad a la otra, dije bromeando que ese sería nuestro 18 de junio.

Pues bien, lo fue. Y además, fuimos recompensados con un reconocimiento de utilidad pública, altamente merecido, que inspira la esperanza en la república, como diría el otro.

Cuatro años más tarde, veo que son los universitarios quienes se esconden. Es más impresionante. Entre los psicoanalistas, es algo profesional.

Ya Lacan echaba pestes contra la doctrina según la cual, en toda circunstancia, tanto mejor cuanto uno menos dice y hace. Es abusivo hacer extensivo así, a todos los contextos, aquello que según creemos constituye la posición analítica. Pero en fin, es la pendiente de la profesión y, por consiguiente, no me produjo sorpresa.

Los universitarios, aquellos que pude conocer, tenían más recursos. Pero se trata de una generación que ya pasó. De mi generación de los Canguilhem, también de los Foucault, de Derrida, no queda nadie, lo cual terminará por dar la razón al Times Magazine y su consideración acerca de The dead of french caution. Es impresionante ese silencio, especialmente entre los filósofos.

Ocurre que en un momento dado, la filosofía analítica les dio vuelta la cabeza, cuando esa filosofía ya había empezado a declinar en los Estados Unidos e Inglaterra, en el mundo de habla inglesa. Fue entonces cuando muchos se pasaron, con armas y bagajes, al campo de quienes tomaron por vencedores, los cognitivistas. Y quienes no lo hicieron, bajan la cabeza y no piensan que forma parte de la posición del filósofo hablar a la ciudadanía. Todavía mucho tiempo después, deben comentar la muerte de Sócrates, pero sacando de allí la conclusión que es preciso guardar la calma.

En todo caso, por el momento el silencio es ensordecedor, en tanto viene a quedar emplazada la gran máquina de descerebrar, como decía Jarry, mientras se monta –es el Año I– esta institución llamada AERES, Agencia de Evaluación de la Investigación y de la Enseñanza Superior. Pensamos que les falla ahí su intelección. No comprendieron todavía que se trataba de su Némesis.

Ser boludo no es una excusa. Por mi parte me inclinaría, en función de ese hecho, a rendir homenaje al hombre que concibió esta máquina; ya pronuncié su nombre, lo escribo ahora en el pizarrón: Jean–Marc Monteil.

Su único defecto es el de ser demasiado discreto. Algo que no resulta coherente con las cosas que dice. Mientras tuvo a su cargo la Dirección de la Enseñanza Superior, y en especial entre 2002 y 2007, pronunció una buena cantidad de discursos dirigidos a los universitarios. En uno de ellos, que leí rápidamente y quizá pueda encontrar, celebra las virtudes de la mediatización. Aquí está; no figura la fecha, pero faltaban pocos meses para la elección presidencial de 2006. Dice allí:

"La investigación entró, desde hace mucho tiempo, en una lógica de competición internacional. Desde hace algunos años, los resultados de esta competición son objeto de una mediatización más importante, siguiendo modalidades que por lo demás, no siempre son extremadamente rigurosas. Como quiera que sea, lo que es preciso remarcar es que esa mediatización acrecentada de los resultados de la investigación internacional, tiene sin duda efectos positivos".

Se trata de la famosa clasificación de Shangai, según la cual la universidad francesa y el conjunto de sus instituciones universitarias quedaban ubicados a la cola del pelotón. Son las virtudes de la mediatización.

Es una pena que el propio Sr. Monteil rehúse aparecer. Pero le rindo homenaje. Es un hombre habitado por un deseo, el de transformar el mundo, el de transformar la universidad francesa. Concibió esta AERES, por cierto, tan bien como pudo. Es él quien debió inventar la sigla, combinando un día las letras en un papel.

Hasta hace quince días, yo no conocía siquiera su nombre, no sospechaba su existencia. Ahora ya es una suerte de amigo para mí, como yo lo soy para él. La semana pasada tomó contacto conmigo. Tan discreto como es, llamó por teléfono a uno de mis amigos, que resultó formar parte de su entorno conocido. Francia es un pequeño país.

Llamó por teléfono al Prof. Roland Gori, el lunes por la tarde. Él tenía mi número telefónico. El Sr. Monteil tenía mi número, porque yo me había dado el trabajo de hacerle llegar mi diatriba anti–cognitivista a uno de sus allegados, diciéndole que le acordaba todo derecho de respuesta, tanto a él como al Sr. Monteil, y que tenga la gentileza de hacérselo saber.

Me dije: vamos a ver cómo lo toma. No podía fallar, fue algo que lo tocó de cerca. Se procuró entonces, por vía de un amigo común del Prof. Gori y de él mismo, el número del celular del Sr. Gori; lo llamó hacia la media tarde para decirle que yo había sostenido respecto de él propósitos indignos, insultantes e injustos. Esos son los tres adjetivos que empleó, en ese orden, como lo pude verificar con el propio Gori.

En consecuencia, rogó a mi amigo Gori me transmita su número de teléfono, para que yo lo llame y le diga eso mismo a él, a Monteil, en la propia cara. Por supuesto, pregunté si esa era exactamente la expresión de la que se había servido. Me lo confirmaron y me dije: ¡Ah! ¡No es un purista!

Debo decir que me bailaron los ojos de contento. Encontré muy divertido el asunto, el hecho que no me haya llamado directamente y que su respuesta a la indignidad, el insulto y la injusticia fuese ofrecerme que hable con él. Es sin duda algo que anunciaban esos términos que utilizó, propósitos indignos.

Quiere justificarse –me dije. Y tampoco quería dejar huellas, puesto que todo se iba a dar por teléfono.

Redacté entonces una carta para él, se la hice llegar al Hôtel Matignon, donde se desempeña como Encargado de Misión ante el Primer Ministro; se trata de una función alineada a continuación de aquélla de Director de Gabinete; sólo hay cuatro o cinco encargados de misión. La nota es un poco larga, pero en fin, voy a leerles tan siquiera el comienzo.

Señor y estimado colega,

El Prof. Roland Gori se comunicó por teléfono ayer por la tarde, para decirme que Ud. se había procurado mi número de celular por intermedio del Prof. Jean–Paul Caverni y que Ud. lo había llamado promediando la tarde.

Ud. le dijo que consideraba mis propósitos –lo cito citándolo a Ud.– indignos, insultantes e injustos, en ese orden.

Por consiguiente, le pidió me comunique su número de teléfono –allí consigno el número en cuestión– y le confió la misión de hacerme llegar el mensaje, aquél según el cual se trataba de decirle a usted eso mismo en su propia cara.

Pues bien, lo haré con gusto. Deseaba conocerlo y el montón de epítetos con el que usted recubrió mis propósitos, apelando a la aliteración, no me hace cambiar de idea.

Me permito, por lo demás, hacerle notar que el texto que corrió el azar de disgustarlo, así como la carta del Dr. Rabanel de Clermont–Ferrand que él suscitó, Ud. no los hubiese conocido si yo mismo no los hubiese enviado al Prof. "X" por correo electrónico, indicándole que le dejaba abiertas así, tanto a él como a Ud., las mismas columnas y la misma difusión para toda réplica, corrección, complemento de información u otra interpretación que ustedes pudiesen considerar necesarios para mantener al público informado.

Le hago notar que él puede tomar contacto conmigo, le reitero mi oferta y agrego lo siguiente –es un poco largo, no les leo los detalles–:

Deseo entrevistarlo para mi diario LNA, Le Nouvel Âne; puede ser cuando Ud. quiera, durante la jornada o en horario nocturno, sábado y domingo incluidos, ya sea en mi domicilio o en su despacho del Hôtel Matignon.

Le anuncio que llamaré por teléfono el martes, promediando la tarde y me despido: Esperando que Ud. tendrá a bien recibir el testimonio de mi decidido interés, le ruego acepte, señor y estimado colega, la expresión de mi distinguida consideración.

Llegué entonces, sin dificultad, a ponerme telefónicamente en contacto con el Sr. Monteil; bastó que una simple secretaria fuese a ver si estaba en su despacho. Él me dijo: "¡Ah! ¡Justamente, lo estaba leyendo!".

Le hice llegar entonces esta carta por un correo puerta a puerta, así como los documentos que había enviado a su amigo, además del último número publicado del Nouvel Âne.

Un hombre encantador. ¿Quién dijo el lunes por la tarde que mis propósitos eran indignos e insultantes? Debe ser alguna otra persona. Encantador, disponible, me explicó que se mantenía en una posición de reserva, que no podía acordar una entrevista, no podía ser fotografiado ni grabado, pero deseaba que discutiésemos. Le pregunté entonces si yo podría transmitir sus propósitos y me respondió que me acordaba su confianza.

Le precisé que le entregaría el texto de lo que por mi parte habría comprendido. Cuando le dije que podríamos fijar la fecha para el miércoles próximo, porque ese día no dictaba mi Curso, estuvo de acuerdo. Quedamos entonces para las 15 hs. del miércoles próximo, en su despacho del Hôtel Matignon. Me dijo que tenía una reunión a las 16 hs.; le pregunté si podía en ese caso tener previsto que me espere un taxi para esa hora. "En absoluto –me respondió–; mi chofer lo acompañará".

Por consiguiente, estamos en una República y me doy el trabajo de aportarles los detalles de todo esto, en el comienzo de este Curso, porque lanzo al mismo tiempo un llamado. Si entendí bien, el Sr. Monteil tiene la reputación de ser muy difícil de contactar. Para quienes quieran hacerle preguntas, incluso algún reproche para hacerle, es el momento. Es el momento de transmitirme las informaciones, para que yo pueda cuestionar a esta potencia. Les dejo entonces el código de mi correo electrónico: JAM@lacanian.net

No meto mi bandera en un bolsillo, ¿no es cierto?

Muy felizmente, ya hubo alguien que hizo uso de esta vía. Recibí este mail hoy, a la una menos diez. Me lo envió alguien de quien no les daré el nombre, porque no sé si el remitente puede temer medidas de represalia y no quiero correr riesgos, pero me dije que se los leería, a modo de ejemplo de lo que se me puede dirigir en estas circunstancias.

Estimado señor,

En ocasión de su último Curso, Ud. citó el rol jugado por el Sr. Jean–Marc Monteil en el plan destinado a desmantelar los departamentos de Psicología Clínica y de Psicoanálisis en la universidad.

Quien me hizo llegar este correo (no doy su nombre, aunque esté fuera de todo alcance; se trata de una psicoanalista que estaba aquí, yo la vi, alguien que quizá pueda estar presente también hoy) me comunicó su mail, ya puedo agregar algunos matices impresionistas al cuadro que Ud. presentó del Sr. Monteil.

En efecto, Ud. relató su guerra contra la psicología clínica en la universidad de Clermont–Ferrand (se trata de alguien que no es de Clermont–Ferrand). Diría por mi parte que fue algo percibido como una verdadera cruzada, que parecía desmesurada incluso para la comunidad cognitivista, que no llegaba a comprender del todo ese encarnizamiento.

Se hablaba por entonces del "triángulo de oro" (la remitente lo hace figurar así, entre comillas) que el Sr. Monteil había construido entre las universidades de Clermont–Ferrand, Rennes y Aix, en la perspectiva de su política de hacer tabla rasa.

En fin, el término pronunciado casi en voz baja a propósito de él (es extraordinario, ¿no es cierto? Casi en voz baja, ¿qué quiere decir esto?) es el de "destructor" (así lo hace figurar, entre comillas).

Preciso que en los comandos de la Dirección de la Enseñanza Superior –la DES, entonces– fue él quien piloteó la reforma LMD.

Su misión consistía, como lo subraya en una entrevista acordada el 07.02.07 a la publicación mensual de la universidad, Magazine Universitaire, en –lo cito– salir de la lógica de los espacios cerrados y transformados incluso en santuarios. (Esto coincide muy bien con otros textos que por mi parte leí acerca de él, donde en efecto queda consignado que se trata de obtener una movilidad general de los aprendizajes propuestos, de retirar todo aquello que funcione como obstáculo para comunicación entre las disciplinas, para llegar a contar sólo con un espacio uniforme. Y el Sr. Monteil es un progresista, es decir, desea la igualdad de todos para el ingreso a la universidad, como así también que ésta sea en sí misma, claramente, un conjunto sin particularismos. Su conclusión es: continuemos el trabajo).

Cito un ejemplo entre muchos otros: una formación destinada específicamente a profesionalizar la escritura de escenarios, no fue sin embargo habilitada; se la juzgó demasiado lujosa, casi insultante respecto de otros departamentos que carecían cruelmente de recursos.

En efecto, todos los argumentos son buenos cuando se trata de hacer desaparecer los santuarios. Es por cierto el conjunto de la universidad el que peligra –es quien remite el correo que lo afirma–, amenazado por esta voluntad de hacer desaparecer las disciplinas juzgadas menores y sin un resultado óptimo y cifrable bien establecido.

Pues bien, le preguntaré al Sr. Monteil si escuchó hablar del "triángulo de oro". Quizá lo ponga al tanto del hecho que ese era el nombre asignado a lo construido por él entre Clermont–Ferrand, Rennes y Aix. También le preguntaré si sabe que hay quienes se refieren a él como "el destructor". Y tomaré nota de cuanto se diga.

Por consiguiente, hay aquí personas que vienen de diferentes puntos de Francia. En esta ocasión, siento que estoy en esa asamblea como en una cámara de resonancia. Diría que ha llegado el momento sino de levantar la cerviz –no puedo forzar a nadie a hacerlo– de continuar hablando; lo haré por mi parte en voz baja, voy a continuar murmurando, pero ayúdenme, ayúdense ustedes mismos.

A propósito de la calma, hay unos versos que periódicamente recuerdo –yo, que conozco pocos versos–, que dicen así: "¡Oh, recompensa después de un pensamiento / una mirada penetrante / en la calma de los dioses!".

Y en el fondo, la calma de los dioses siempre se asocia –así son las cosas– a la figura de Gœthe. Tampoco queda del todo sumida en la figura de Gœthe, pero como ella tiene cierto encanto para mí, no veo por qué intentaría agrietarla.

Esta figura de Gœthe estaba más viva, resultaba más vivaz para los franceses, en la cultura francesa, antes de la Segunda Guerra Mundial que después; era la figura de referencia del joven Gide, tan apasionado, en cuanto a atravesar el deseo culpable. Según la biografía de Jean Delay, fue hacia los 25 años que se estabilizó en él una referencia imaginaria esencial centrada en la figura de Gœthe.

No releí para hoy esas páginas, de modo que voy a reinventar el asunto. Digamos que se trata de algo que se relaciona sin duda con la imitación, con el hecho de imitar lo antiguo.

Se ha perdido el sentido de lo que es imitar, de la dimensión del ejercicio que consiste en seleccionar, para decirlo con un término de la informática, seleccionar en el catálogo de las grandes figuras, aquélla que resulta afín con la sensibilidad, con el inconsciente de ustedes. Y modelar una manera de ser acorde con ella, la propia manera de sentir y de escribir.

Somos más plásticos de lo que creemos, pero nadie, durante siglos, se consideró disminuido por el hecho de inventarse imitando. ¿Cuándo desapareció ese sentimiento, esa pendiente, esa práctica de la imitación?

De toda evidencia, es algo que empezó a palidecer cuando apareció, con la revolución industrial, el culto de lo nuevo. Ya Baudelaire quiere ir al fondo de lo desconocido para encontrar lo nuevo.

Y el culto de lo nuevo se volvió frenético entre nosotros. Es una resistencia a esa incitación lo que me conduce a apreciar la imitación de los Antiguos, a cultivar en ustedes una pequeña experiencia al respecto, con el aporte de Gœthe.

En su artículo integrado en los Escritos, "Juventud de Gide", hay un pasaje donde Lacan comenta, pongan atención, la biografía de Jean Delay. Considera que en cuanto a la validez del concepto, la personalidad del joven Gide encuentra su punto culminante, su punto de capitón, recién cuando adopta la imitación de Gœthe, el momento en cual Gide introyecta Gœthe –utilicemos ese verbo que no es francés y que quizá no está siquiera en su lugar, clínicamente hablando, es algo a discutir. Es posible que se pueda introyectar hasta los 25 años. La pregunta queda planteada. En fin, como nadie sabe exactamente en qué consiste la introyección, se trata de algo acerca de lo cual uno puede seguir preguntándose durante largo tiempo, es un asunto que toca definir.

A decir verdad, pensé en aportar alguna lectura de Gœthe, sobre todo con motivo de ese poema que tanto me gusta y que lleva por título "Cifra", según la traducción del Prof. Lichtenberg; en la traducción más reciente de Claude David –que es la más fácil de encontrar, forma parte de la colección Gallimard en libro de bolsillo consagrada a los poetas–, figura como "Lenguaje cifrado". Y como por mi parte había evocado los mensajes secretos, es una pieza a integrar al expediente.

Y también es para hacer, por mi parte, una retractación pública respecto de la lengua alemana. Hablé de las dificultades claramente inconscientes que tenía con ella. Las dificultades son conscientes, pero las raíces, el cómo, el por qué, en fin, el modus operandi, es opaco. Hacer retractación pública respecto de la lengua alemana, decía, porque los poemas de la antología de Gœthe titulada "El diván oriental–occidental" –¡ah, sí! Así es como se llama–, pese a mi precario conocimiento del alemán, mi ignorancia de su pronunciación correcta, me parecieron encantadores. Por ese motivo traje esta edición donde figura el texto alemán y no la otra.

Así, integro al expediente de mensajes secretos, este poema cuyo título en alemán es Geheimschrift, Lenguaje cifrado o Cifra. Pertenece a esa antología del "Diván" (1819) y entre los diversos libros allí integrados, lo encontramos en el que se titula Souleika. Y esto suma una razón más, ya que el personaje de Souleika también está presente en el poema de Nietzsche donde figura la frase "el desierto crece".

Es, según creo, por los comienzos del s. XIX, que comenzó la moda del lirismo persa, descubierto particularmente en Physe y que después de Gœthe, siguieron Nietzsche, Gide y más tarde Aragón. Todo esto forma parte de las pequeñas referencias que no tengo tiempo de desarrollar y que ya tenía un poco dispuestas.

Souleika, además del nombre que ya en sí hace soñar, decepciona un poco cuando uno se entera que su nombre corresponde, en la leyenda persa, al personaje que en nuestra cultura conocemos como la mujer de Putiphar, aquélla que seduce al joven Joseph y de quien se nos dio a conocer, por otra parte, un personaje un poco escabroso. En nuestro imaginario no es alguien recomendable, pero a partir de ella fue elaborada Souleika –y Souleika encanta.

Como el conjunto de los poemas incluidos en el Diván, éste data de los años 1814, 1815; respecto de la mayor parte de ellos se conoce con bastante exactitud el día en que Gœthe los compuso; la fecha que corresponde a Souleika es la del 21 de septiembre de 1815, en Heidelberg, durante el congreso de Viena.

Por mi parte, lo leí hace unos diez, quince años y por entonces no era algo que me tocase de cerca; en ese momento no contaba con la edición reciente y se me presentó en términos de: son las poesías de un hombre viejo, de 65 años.

Como pueden apreciar, continúo interrogándome acerca de si soy un hombre viejo.

Gœthe había atravesado años de morosidad y a continuación descubría el lirismo de los poetas persas; según creo, seleccionó siete y se consagró con entusiasmo a intentar una forma literaria, una forma de expresión que no había sido nunca hasta entonces la suya, sin renegar de su referencia a la literatura clásica, griega y latina, que seguía ubicando en un primer plano. Como quiera que sea, su creación pasó, durante esos años, por las poesías que escribió y que a mi gusto se ubican entre las más encantadoras que se hayan escrito nunca.

Gœthe se dedicó a imitar la poesía persa en alemán y tenemos allí otro motivo para reflexionar acerca de las virtudes de la imitación.

Por ejemplo yo, que arrastro mucha gente conmigo en la aventura de este LNA, del que espero mucho, los invito a imitar a Voltaire, a escribir imitando a Voltaire antes que a Lacan.

Cuando uno hace periodismo intelectual, es lo que resulta más convincente. En fin, se pueden elegir otros modelos, pero no está mal tener alguno. No se llegará a producir como el modelo, pero al menos uno se cultivará, corregirá ciertas modalidades familiares. Y para mí, Gœthe es también algo de lo que estoy de toda evidencia muy lejos, esto es, la sabiduría. Ésa que le hace decir: conviene saber gozar de todos los momentos de vida. Incluso aquellos del hombre viejo.

Lo que resulta muy hermoso en el Diván es que se trata, así y todo, del libro de un amor; no hubiese sido escrito sin un amor acerca del cual uno se interrogó mucho. Algo respecto de lo cual no corresponde que avance mi opinión, porque verdaderamente, no conozco eso sino de segunda o tercera mano.

En fin, en 1814, Gœthe encuentra a un banquero de Francfort, llamado Willemer, un hombre agradable y, poco después, conoce a la esposa de Willemer, su tercera esposa. Willemer tiene por entonces 55 años y su esposa, Marianne, 30. La diferencia de edad entre los dos es de treinta años. Al parecer, ella es algo así como la hija adoptiva de Willemer. Hay unos 35 años de diferencia entre ambos, la diferencia de edad que Lacan consideraba óptima entre un hombre y una mujer. Lo dijo al pasar un día y no cayó en oreja de sordos. Aunque no en el mismo sentido de Gœthe y Marianne, consideraba que 40 años de diferencia era verdaderamente lo mejor. Hay que reconocer que en la actualidad, es algo que vemos en los dos sentidos. Me refiero a Marguerite Duras respecto de Yann Andréa.

Gœthe es entonces su huésped en Francfort, se instala allí durante cinco semanas; según se dice, parte en el momento en que la amistad intelectual y literaria con Marianne hubiese podido dejar lugar a otra cosa. No lo sabemos. En todo caso, Marianne no sólo es bella, sino que es inteligente, contribuye a la producción del Diván; hay cientos de poesías que, según se dice, fueron hechas por ella; un sobrino de ella pretende incluso que esa contribución intervino en el poema así titulado, Diván, de modo que los especialistas discuten al respecto.

Este sobrino, justamente, los recibe en Heidelberg algunos días después de ese 21 de septiembre, fecha en que fue escrito ese Geheimschrift; debió recibirlos el 22 o 23 de septiembre; después de dos o tres días, Marianne se va y Gœthe no volverá a verla nunca más; se diría que no quiso volver a verla, pero seguirán escribiéndose hasta la muerte de Gœthe.

Quizá esto responda a mi corazón de costurerita, pero esta historia me parece hermosa, muy oscura también, pero en fin...

Y entonces, al parecer, Gœthe fue conducido por Marianne justamente a la práctica que él evoca en ese Lenguaje cifrado, a saber, la de escribirse mensajes a partir de la referencia en común a un escrito –tengo que volver a encontrarlo, no puse el señalador. Se cita de ese texto la frase importante y se llega a un acuerdo acerca del libro del que se trata; así, la correspondencia se intercambia valiéndose de las palabras de un poeta o de un escritor. Todo esto lo explica aquí, en las Notas del Diván, pág. 388, notas preciosas en sí y por lo que hace al uso del texto.

"En Oriente –dice Gœthe– el Corán se aprendía de memoria; de ese modo, la menor alusión a las suratas o los versículos permitía a las personas ejercidas comprenderse sin dificultad. Conocimos lo mismo en Alemania cuando, hace cincuenta años, la educación buscaba volver a la juventud "fuerte en Biblia"; no sólo se aprendían de memoria los versículos importantes, sino que se adquiría también un conocimiento suficiente acerca de otros; había así muchas personas que se destacaban en el arte de aplicar las sentencias bíblicas a todo cuanto ocurría y de valerse de las Santas Escrituras en la conversación habitual. No correspondería negar que esto daba lugar a los intercambios más espirituales y felices; todavía hoy, algunos pasajes eternamente aplicables vuelven de manera dispersa en la conversación."

A mí me encanta leer esto, el sembrado abundante del texto, del escrito, en la palabra; el escrito que vuelve y se aplica allí como eternamente, en las diferentes circunstancias y contingencias de la vida.

Nosotros nos servimos de Lacan un poco de este modo, en fin, para quienes están dopados con Lacan, es algo que les resulta por completo natural citarlo cuando algo se presenta como similar. ¿Y por qué no? Es el mejor uso que se puede hacer. Uno necesita de ese soporte, del soporte del escrito, para poner un poco de orden en el caos de lo que se vive.

Así, Gœthe se refiere a la práctica por él evocada, la del Geheimschrift:

"(...) Recordaremos una manera muy conocida, pero siempre misteriosa de comunicarse simultáneamente valiéndose de una cifra: es el caso de dos personas que llegan a un acuerdo respecto de un libro y que, componiendo una carta con la ayuda de números que designan páginas y líneas, tienen la garantía de que el destinatario sabrá descubrir fácilmente el sentido.

La poesía que designamos bajo el título de Cifra (se trata de Geheimschrift), alude a una convención de ese tipo. Los amantes llegan a un acuerdo para tomar los poemas de Hafis como instrumento de su comercio amoroso; designan la página y la línea que expresa su sentimiento presente y así nacen cantos combinados que suscitan los más bellos efectos. Pasajes dispersos del incomparable poeta se articulan unos a otros por la pasión y el sentimiento; la inclinación y la libre opción acuerdan al conjunto una vida interior y los amantes separados encuentran un consuelo resignado, engalanando su duelo con las perlas de su palabra."

Encontramos a continuación uno de estos poemas así combinados, acerca del cual la bibliografía de referencia de Gœthe nos dice está "compuesto a partir de los pasajes de Hafis indicados en una carta cifrada, escrita por Marianne". Sin duda, entonces, ella jugaba a esto con Gœthe y se supone incluso que es ella quien le habría enseñado a hacerlo.

Es necesario que lo lea un poquito, como quiera que sea, y después pasaremos a otra cosa:

¡Oh, diplomáticos! (Lasst euch, o Diplomaten!) (*)

¡Oh, diplomáticos,
Tomaos a pecho esta empresa
Y aconsejad a vuestros potentados
Fina y sabiamente!
Que el envío de cifras secretas
Ocupe el mundo,
Hasta que por fin todo este asunto
Encuentre por sí mismo su equilibrio.

Esta es la apertura. Se trata de los mensajes cifrados de la diplomacia. Después se aborda la diplomacia íntima.
De mi dulce amante
La cifra me resulta familiar.
Ya me resulta placentero el hecho
Que haya sido ella quien encontró este arte;
Es la plenitud del amor
En el más amable de los dominios
(Est ist die Liebesfülle
Im lieblichsten Revier)
La dulce y fiel voluntad
Que nos une a ella y a mí.
(Der holde, treue Wille,
Wie zwischen mir und ihr).

Es un ramillete de vivos colores matizados
De millares de flores,
Una casa poblada por entero
De angélicas almas;
Un cielo sembrado
De pájaros de variado plumaje,
Un mar rumoroso de canciones
(Ein Klingend Meer von Liedem)
donde circulan soplos perfumados.

Viene ahora el final, que no está traducido de la misma manera en ambas versiones. En ésta figura así:
La expresión secreta y ambigua / De una pasión absoluta.

Y en la otra, de este modo:
Es un amor absoluto / Lenguaje secreto y ambiguo.

Esta última conserva la inversión que figura en el original alemán:
Ist unbedingten Strebens / Geheime Doppelsschrift.

Y es ese Doppelsschrift el que resulta traducido como lenguaje ambiguo, el lenguaje ambiguo cifrado. Allí, evidentemente, es hermosa la unión de lo absoluto, de la pasión y de la ambigüedad del lenguaje que ese absoluto expresa:

Que penetra en la médula de la vida / Como una flecha después de otra flecha.
(Die in das Mark des Lebens / Wie Pfeil um Pfeile trifft)

Como ven, no tenemos necesidad aquí de conocer el alemán, es algo sonoro.
La revelación que os he aportado / Ha sido desde hace tiempo un disfrute piadoso.

Me gustan mucho los dos últimos versos:
Y si lo habéis adivinado, / Callaos y servios de él también.
(Und wenn ihr es gewahre, / So schweigt und nutzt es auch).
Cállense y hagan lo mismo, en cierto modo.

En esto consiste la lección de Gœthe, donde se mezclan el amor prohibido, el amor en infracción y el lenguaje secreto que se combina con él, el absoluto y la recomendación de hacer sin decir.

Por mi parte, quiero decir en las acciones; en torno al Sr. Monteil digo mucho, pero esto forma parte de la estrategia de decir mucho. Procuro que se levante un rumor, por supuesto, para que alguien que vive, que nunca estableció comunicación como no sea por medio del Geheimschrift, del lenguaje cifrado, pero en el sentido de (¿?), [1] de toda evidencia, vea crecer en la universidad quizás un rumor. Esto determina que yo hable. Claro está, no digo todo.

Agregaría tal vez algo para concluir mi confesión. Hablo de mi confesión y se trata, evidentemente, de un ejercicio, por excelencia dudoso –me doy cuenta de ello–, incluso si tiene por referente un análisis. Esto explica, así y todo, porqué me consagro de este modo a señores como Monteil. Antes era Accoyer, después era Basset; visiblemente los amo, de lo contrario no serían objeto de todos mis cuidados. Es por eso que no iría a su encuentro así.

¿Por qué tengo que vérmelas con esa gente, finalmente, por qué me movilizan, por qué mi libido se dirige hacia...? Como quiera que sea, es más encantador lo que hay en Gœthe, ¿por qué mi libido se dirige hacia el Sr. Monteil, con la mejor intención?

S ¯ A

Evidentemente, doy la clave de lo que está en juego. Ocurre que si me inscribo como sujeto barrado, tengo visiblemente una relación esencial, al mismo tiempo carnal e intelectual, con el gran Otro –lo llamé Otro de la vigilancia–; es también cuestión del ojo del padre, radiólogo, atravesando los cuerpos.

S ¯ A

De toda evidencia estoy aquí y me defiendo de esta causa, con toda mi pasión, cabe decirlo; tuve verdaderamente un momento de pasión, existe una pasión de Jacques–Alain Miller, en fin, de Jacky, la pasión de haber padecido la intrusión de esa mirada. Por consiguiente, soy eso y me defiendo de serlo, continúo defendiéndome, todavía hoy, queda claro.

Pero al mismo tiempo no puedo defenderme como no sea ocupando en cierto modo este lugar, es decir, siendo al mismo tiempo –no se trata en verdad de una oscilación–, seamos duros conmigo mismo, es lo que quiere esta lógica, el Otro implacable.

Se llega a curiosos resultados, ¿no es cierto? Hablábamos de la espera, del hijo de la madre fóbica y llegamos al Otro implacable.

Y de construir esto así, puedo deducir que a la edad de 13 años, porque esa era la edad que tenía, seleccioné a Robespierre entre las figuras imaginarias que podía conocer. Conocía muchas, puesto que era, como ya dije, un gran lector; me gustó Pericles, esta claro, e hice la prueba con esa figura; ocurrió otro tanto con otras que podría recordar, Bruto, por ejemplo, pero así y todo seleccioné a Maximilien Robespierre.

Comprendo por qué construyo esto así. Ocurre que Robespierre encarna el Otro implacable, pero lo hace bajo la figura más desinteresada; es implacable pero al servicio de una causa, al servicio del interés, del beneficio público. Entonces, por un lado, es inflexible –y en ese término es preciso entender también su valor fálico– y, por otro, termina siendo víctima. No logra sostenerse, lo guillotinan. [2] Y es así como pasa a la historia, en tanto crucificado en nombre de la causa que él sostiene.

Tiene, por consiguiente, una imagen doble. No es la del triunfo, ni tampoco la de ese retiro del mundo, lento y espantoso, como el de Napoleón en Santa Helena. Es el disparo que le quiebra la mandíbula y lo conduce a la guillotina, ésa de la que él mismo se había servido, había hecho un uso de terror.

Entiendo que hay así, puntualmente, una lógica que da cuenta del golpe inflexible que debía conducirme, como hacia una forma de solución, a exaltar esta figura; aunque no había contado nunca con imágenes piadosas en mi infancia, al punto que no sabía siquiera cuál era el uso que se hacía de ellas, cuando tenía 13 años fui así y todo a comprar, en los bordes del Sena, un retrato de Robespierre; encontré una reproducción del que está en el Museo Carnavalet; lo ubiqué en la cabecera de mi cama y allí lo conservé durante años, hasta que se perdió en el curso de una mudanza. Me ocurrió eso.

Por lo demás, Robespierre ha sido víctima de una injusticia, ya que ese gran hombre, que había movilizado la energía nacional contra los invasores y se había opuesto a la guerra extranjera que buscaban los girondinos, no es una figura a la cual se le rindan honores en el panteón francés, no se le asigna allí un lugar. Quizá sí en Arras, donde no fui nunca; en París creo que todo cuanto lleva su nombre es una callecita, una calle cualquiera.

Algo muy diferente ocurre con Adolphe Thiers, quien despertó en mí una cólera permanente a lo largo de todos mis estudios. Fue así hasta el punto que llegué a elaborar todo un desarrollo contra Thiers en el examen de ingreso a la Escuela Normal, cuando fui interrogado acerca de los Derechos del Hombre en el ´89. Logré insertar un párrafo contra Thiers, quien era para mí la figura opuesta a Robespierre. El informe del concurso lo relevó, indicando que hay candidatos que por cierto van a buscar asuntos que no tienen nada que ver con el tema. En fin, como quiera que sea, yo conocía bien la cuestión de los Derechos del Hombre en el ´89.

Lo que emergió allí era la vieja cólera que alimentaba por el hecho que Robespierre contase sólo con una callecita, en tanto el nombre de Thiers –ahora se lo reemplazó mucho por de Gaulle, en muchos lugares– siempre era asignado a un gran boulevard, a una plaza central.

Claro está, el nombre mismo de Robespierre no es indiferente, puesto que está allí presente "pierre", piedra. Ya dije cuál era el papel que había jugado para mí "el hombre de piedra", esto es, la estatua de Beaumarchais. Ese hombre de piedra representó en un momento dado a ese Otro en vías de constituirse, cuando yo tenía entre seis y siete años y consideraba imprudente pasar a los pies de esa estatua. No puedo decir que fuese porque imaginaba que iba a saltarme encima. En el fondo, estaba racionalmente persuadido de que eso no era posible, pero esa idea de que podía "saltarme encima" persistía.

Por consiguiente, Robespierre, el inflexible Robespierre, con su nombre de "piedra" me atrajo. Esto fue, si considero el razonamiento de Lacan a propósito del Gœthe de Gide, un punto de capitón. No el último, pero un punto de capitón.

Por lo demás, ¿cuál fue el último? Según creo, como quiera que sea el último fue Lacan. Encontré a Lacan cuando tenía 20 años y si consideramos la cronología que él mismo propone, a esa edad uno puede todavía introyectar algo. Pues bien, de toda evidencia fue algo que me hizo mucho bien. Es mucho más fácil, uno vive más fácilmente introyectando a Lacan que introyectando a Robespierre (risas).

Pero sí, en este momento improviso porque no me había preguntado qué era lo que había introyectado en último término. En el fondo, esto explicaría el fenómeno tan curioso del que fui víctima después de la muerte de Lacan. Era preciso continuar, la vida seguía su curso; yo tenía que dictar cursos, debe haber todavía gente que me escuchó por entonces. Durante un año o dos, en mi cabeza –hubo quienes lo registraron– imité al Dr. Lacan, su elocución, su manera de hablar, no podía dictar curso de otra manera.

Esto fue así al punto que más tarde, quienes podían reconocer este fenómeno incluso a partir de pequeños detalles, a saber mi esposa y mi hija, abandonaron una de mis exhibiciones absolutamente fuera de sí, reprochándome luego esa payasada, que por cierto lo era, pero que resultaba irreprimible y más tarde se extinguió. Ahora me costaría dar con ese fenómeno de nuevo, ya no está... Pero hay algo que surgió del duelo, algo surgido sin duda de ese trozo, quizá psíquicamente introyectado.

Hablaba entonces de las contradicciones entre el verdugo y la víctima. No hay contradicción, por el contrario, sino conciliación, un mixto entre uno y otra que finalmente aprendí a conocer. Cuando al comienzo veían en mí a la vez a quien no cambia de posición y al juez, pensaba que había error en cuanto a la persona. Más tarde comprendí, así y todo, cómo funcionaba esto y aprendí a jugar en cierto modo con esta cuestión; es así como puedo presentar en alternancia una vertiente o la otra.

Siento que hay algo así también en Monteil, a distancia, ¿no es cierto? El lunes por la noche lo insulté, lo injurié y al día siguiente se mostró conmigo absolutamente encantador; cuando terminó nuestra comunicación telefónica casi éramos buenos camaradas. Por eso siento esa suerte de vertiente peligrosa.

El peligro reside en que uno sabe cuál es la faz que va a ser presentada. De toda evidencia, la gente que es monofásica tienen la desventaja de dar a conocer con mayor precisión dónde se van a encontrar, en tanto los otros cuentan con una gama más extensa.

Hay otra conciliación que llevo en mí y que hace también a una contradicción, aquélla referida al aire y a la piedra.

Por un lado, la inmovilidad y, por el otro, al contrario, la extrema movilidad. Como diría el otro, allí reside la lógica de mi vida. Encontré a Lacan, su enseñanza, cuando tenía 20 años y me sentí bien. Allí estoy todavía, a los 60. Y esa fue verdaderamente mi sinecura, no puedo decirlo de otro modo. Por otra parte, en el marco de esto mismo, he sido de todos modos alguien muy revoltoso.

En el fondo, ahí están las dos figuras. Más joven, había seleccionado a Hermes como el dios que me correspondía entre los doce dioses del Olimpo y a los 13 años, elegí a Robespierre. Allí están las dos figuras: por un lado las pequeñas alas en los pies; del otro, la inmovilidad, incorruptible y glacial.

Podemos agregar la guillotina; dado que, como quiera que sea, el pensamiento debía representar un cierto peso para mí, la idea de poder encontrarme aliviado de él de golpe, con uno solo que bastase, ¡clack!, era algo que debía complacerme de algún modo. En todo caso, tenía claro lo que eso podía garantizar.

De allí proviene, sin duda, mi gusto por dar un corte definitivo, decidir por sí o por no, situándome por entero en esa decisión, sin el glogló de mi amigo Gori con su SIEURPP. ¡Hay que inventarlo, un nombre así! ¡Es para sacarse el sombrero! En el fondo, ahí está, él no debió quedar identificado con la guillotina, sino más exactamente con la mare aux canards. [3] Claro está, como representación de la castración, es algo que difícilmente pueda ser superado; uno va derecho por allí a una representación mayor de lo cortado.

Puedo decir incluso que existe todavía una conciliación, contradicción–conciliación que está presente; en función de ella, tenemos por un lado el significante al servicio de lo verdadero, donde se fundaba la intolerancia de mis tiempos infantiles a todo uso dañino o mentiroso del significante y, por el otro, la práctica misma del significante, alimentando el sentido de la combinatoria. Aquélla por la cual uno puede decir esto, pero también puede decir aquello. Por consiguiente, de un lado el significante al servicio de lo verdadero y por el otro, el significante–semblante.

Y por ese motivo me gustó mucho –y transmití ese gusto a mi hermano menor– la pieza de Courteline "Un cliente serio". En ella, Barbemolle comienza por ser el abogado de Lagoupille y después, una vez que el sustituto del procurador ha sido evacuado y Barbemolle es nombrado procurador; esto es, en el mismo proceso viene a ocupar el lugar del procurador y dice lo contrario de lo que había dicho como abogado, a partir de los mismos hechos. Lo que está en juego es saber si Lagoupille bebe siete consumiciones o sólo una; el asunto aparece desde ángulos distintos y los mismos hechos son evaluados de una manera diferente.

Tenemos así, por un lado, el significante al servicio de lo verdadero y, por el otro, el significante como semblante. Llevé esta cuestión bastante lejos, porque siempre aprecié profundamente y sigo apreciando la tipografía, la compaginación, la maqueta, todo lo cual explica que pueda consagrarme con placer a fabricar Le Nouvel Âne.

En cierto modo, fue una sorpresa para mí volverme analista, porque no era ésa en absoluto mi ambición en la vida. Llegué a analista porque tropecé en el análisis, en la vida; en cierto modo todo me conducía hacia allí, por lo menos, esa relación con el significante. En un sentido, se trataba de algo que no me convenía en absoluto, ya que siempre aprecié el movimiento, siempre me gustó correr, me gustó la urgencia –la urgencia en el psicoanálisis, ya sabemos de qué se trata–; la paciencia, la inmovilidad, el hecho de volver a empezar, no eran cosas por las que tuviese una afinidad.

Concluiré este capítulo de las confesiones evocando mi complejo paterno, que es lo que me precipitó al análisis.

Ocurre que mi complejo paterno siempre me condujo a respetar el número uno. Mi imaginario siempre era el de ubicarme como el joven que secunda. Siempre pensé que era eso y sin duda es lo que hago todavía ahora, respecto de Lacan; no es para nada seguro que se trate de algo concluido.

Como lo dije aquí y como, por otra parte, se lo dije a Elizabeth Roudinesco –es una de las pocas cosas que le dije–, cuando conocí a Lacan yo me identificaba con Henriot ubicado en el entorno de Carlomagno.

¡Lacan! En lo que a él respecta, no era necesario ponerme en su presencia. ¿Quién es la primera vez que lo veo? Está perseguido, es así como se muestra, el perseguido, la víctima de una potencia impersonal llamada IPA. Allí está, él mismo se presenta como Spinoza, disfrazado de Spinoza y con un "Necesito de Uds." gritado entre líneas y que era a tal punto cierto, que reclutó a muchachitos de veinte años, recién salidos del cascarón, los recogió de la calle para incluirlos en su escuela, quiero decir la Escuela Normal; una vez dictados sus seminarios, esos seminarios que se siguen leyendo medio siglo después, llegó a unas cien personas. Llegamos a ser cien hacia fines del año universitario, cuando fundó la Escuela Freudiana de París, esto es, a comienzos del verano `64, el 21 de junio. Sin duda tenía necesidad de nosotros.

Además le gusté, me queda claro que le gusté, cuando vuelvo a pensar en el asunto y puedo decirlo, como quiera que sea, puesto que allí reside sin duda el principio del odio eterno que les inspiro a quienes gravitaban a su alrededor.

Encontré por primera vez a Lacan el 15.01.64. Fui a su casa por primera vez –5, Rue de Lille–, respondiendo a su invitación, en febrero; lo hice en compañía de Milner. Me invitó a pasar en Guitrancourt las vacaciones de verano del ´64, el mes de agosto, con él y con Sylvia. Habían pasado seis meses y era como si nunca me hubiese conocido. Pude leer allí seminarios de cuya existencia no tenía la menor idea, no sabía que Lacan había dictado seminarios antes. Cabe decir que fue él quien me orientó en ese sentido. Recuerdo muy bien que no sabía cómo agradecerle. Su biblioteca inmensa estaba completamente desordenada y entonces le propuse ponerla en orden. Fue lo que hice y claro está, mientras la ordenaba, leía algunas cosas. Pero en el fondo, me tuvo simpatía.

En este número que está por salir de Le Nouvel Âne, Milner hizo un artículo donde es cuestión del ser; estábamos un poco apurados para encontrar una ilustración y dije: tengo enmarcado en casa el sobre de una carta que me había enviado Lacan; la podemos fotografiar. Milner estaba muy contento. A propósito de esto, miré con más atención la carta de la que se trata; lleva la fecha del 21 o el 22 de diciembre de 1964 y recuerdo, en efecto –en fin, creo que es así– haber recibido por entonces la invitación de Lacan para pasar las fiestas de Navidad con él, allá.

Se trata de algo que, de toda evidencia, funcionó un poco en los dos sentidos. Es decir, yo encontré a alguien, pero Lacan encontró algo en mí, que sin duda, en el fondo, incluso si por mi parte olvidé de qué se trataba y no debí percibirlo con tanta nitidez, fue algo que no debió pasar desapercibido para quienes giraban a su alrededor. Supongo que esta es la razón por la cual todavía hoy, cuarenta años después, cargo con ellos.

Resulta entonces muy simple saber en qué momento entré en análisis. Es pan comido. Entré en análisis en el momento en que llegué a ser el número uno del Departamento de Psicoanálisis, es decir, cuando me convertí en el Director de ese Departamento; fue algo que llegó a alterarme, puedo decirlo.

Llegó a alterarme porque tenía que distribuir cosas; veía gente que se acercaba a mí para pedirme cargos o bien horas y por lo visto, yo quedaba identificado con el caballero errante, con el joven que no tiene, pero en todo caso no con el señor.

Esto era profundo al punto que, cómo decirlo, dicté cursos pero –lo recuerdo muy bien–, en los primeros que di en calidad de Director del Departamento de Psicoanálisis, en el ´74 –no data de ayer–, me sofocaba la angustia. Ya había dictado cursos antes sin dificultad, nunca encontré obstáculos para hablar en público, pero allí la cuestión no era evitar de hablar en público, era inexplicable para decirlo todo. No era algo ligado al hecho de dictar curso, sino al de ser el número uno y situarme del lado de los que tienen. Por consiguiente, entré en esa posición porque verdaderamente no era simplemente (¿?). [4]

Todo lo cual determina que, como queda claro, yo haya adoptado y adopte valores clásicamente viriles: me importa la valentía, la rectitud, asuntos que tienen que ver con la lealtad... Todo eso se mantiene presente para mí. Me interrogaba acerca de lo que ocurría cuando uno se había situado como jacobino y ese mundo desaparecía. ¿Uno se volvía bonapartista o seguía siendo jacobino? Algo que no resulta muy tentador cuando se ve la suerte que corren en Balzac, etc. Historia de Francia, fin del s. XVIII y comienzos del s. XIX; los regímenes cambian cada quince años, algo que no deja de plantear preguntas. ¿En qué consiste la lealtad? ¿Uno es leal a qué?

Por un lado estaba, entonces, toda esta problemática viril un poco molesta, que la identificación con Lacan ayudó a pasar. Y del otro, con toda evidencia, aquello que cala muy hondo en mí, ya que fue lo que me condujo al análisis, ese "have not", es decir, una afinidad con la posición femenina.

Es bastante barroco. Tienen por un lado al caballero que guerrea, montado en su cabalgadura de batalla, feliz; si es un caballero no es un señor, tampoco es una bonita muchacha. Y al mismo tiempo, es un tierno. Claro está, es un personaje equívoco, ambiguo, doppel; es quizá por eso que traje a Gœthe en esta ocasión: yo mismo soy una Doppelschrift, una cifra doble.

Bien, espero que el año 2008 los encuentre en buena salud y que por mi parte pueda continuar en "el desierto crece", dejando por detrás de mí al viejo Jacques–Alain Miller.

Fin de la Quinta Sesión del Curso JAM 2007-2008 - 12.12.07

 
 
Notas
1- Así figura en el orig. francés, pág. 9, 2ª col., 3er. párr. (N. de la T.).
2- Juego de palabras: Il ne tient pas le coup, on lui coupe le cou. (N. de la T.).
3- No encontramos en español el equivalente de esta expresión. De considerarla término a término, remite al charco cenagoso de los patos salvajes. En sentido figurado, sería el lugar donde uno chapotea, farfulla, se enreda con la diversidad de cosas que allí puede encontrar. Es, por otra parte, el nombre asignado a una sección del diario "Le canard enchaîné", periódico de gran tiraje, consagrado a investigar y revelar ante la opinión pública escándalos políticos, guardando siempre una distancia irónica respecto de aquello mismo que denuncia. (N. de la T.).
4- Así figura en el orig. francés, pág. 13, 2ª col., penúltimo párrafo. (N. de la T.).