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Curso 19 de noviembre de 2008

Jacques-Alain Miller: Cosas de finura en psicoanálisis II
Dije la finura, es la palabra que Pascal hace antónima de geómetra.

Pascal era geómetra, e incluso un genio de la geometría, un genio precoz, pero sabía, al mismo tiempo, que no - todo es geometría, que no - todo se deja tratar como matema. Esto nos esclarece lo que Lacan intentó en su última enseñanza, su muy última enseñanza, que es una tentativa para suavizar el matema, una tentativa de volver al matema capaz de capturar cosas de finura, pero una tentativa desesperada pues las cosas de finura en definitiva no se dejan matematizar.

Si he hablado de finura no es solo a causa de Pascal, es en razón del texto de Freud, de 1933, que se intitula « Die Feinheit (…) », "La finura de un acto fallido ». Freud no se creía disminuido por presentar, tan tardíamente en su elaboración, un acto fallido de su inconciente, de presentarlo a la comunidad de los psicoanalistas. Es que él quería recordarles – tan tardíamente- que un analista continúa aprendiendo de su inconciente. Ser analista no los exonera de este testimonio. Ser analista, no es analizar a los demás, es primeramente continuar analizándose, es continuar siendo analizante – es una lección de humildad. La otra vía, sería la infatuación del analista – si se pensara en regla con su inconciente. Uno jamás lo está.

Es lo que en acto, en acto de escritura, es lo que en acto de escritura Freud comunicaba a sus alumnos. La cuestión es saber si sabremos entenderlo.

La finura de este acto fallido, como Freud lo califica, es un lapsus calami, una divagación de la pluma, no en un mensaje dirigido a los analistas, sino en una palabra enviada a un joyero, donde debería haber figurado dos veces la preposición para, y en su lugar la segunda vez, Freud escribe la palabra bis, que debió tachar. Es esta tachadura lo que lo motivó a escribir su texto. En lugar de escribir dos veces la preposición para, escribió, luego de la primera aparición de la palabra, la palabra bis, y su lapsus se deja interpretar, la primera vez, de este modo: Escribi bis, en latín, más bien que escribir dos veces la palabra para, que habría sido una torpeza estilística, escribí la palabra latina que quiere decir dos veces en lugar que escribir dos veces la preposición para. Esta es la primera interpretación de esta formación del inconciente de la que da testimonio – una nada, que vale sin embargo para ser comunicada. Este lapsus se presta a una segunda interpretación, de la que subraya que le viene de su hija. Acepta eso, que de su familia le venga una interpretación. Ella le dice: « Escribes bis porque el regalo que quieres hacer, el regalo de una joya, que quieres hacerle a una mujer, ese regalo tu ya lo has hecho antes, es por eso que escribes bis.

Freud acepta esta interpretación familiar, pero entonces viene una tercera interpretación que él agrega allí: Si he escrito bis, no es solo porque mi fórmula implicaba dos preposiciones para, no es solo porque este regalo repetía un regalo anterior, es porque yo no quería hacer este regalo, yo quería guardar este regalo para mí, y no me separaba de él sino con sufrimiento por que iba a faltarme.

Esta es la verdad del regalo. No se da, verdaderamente, sino la falta, de la que uno sabe que va a padecer, no se da de manera auténtica, más que lo que cava en ustedes la falta de la que se han separado. Lo dice con una exquisita discreción: ¿Qué regalo sería aquel que no nos diese o procurase un poco de pena dar? Doy lo que no quiero dar, doy sobre el fondo de lo que no quiero dar, y es esta represión de un Yo no quiero que constituye su precio. Es esa la finura, die Feinheit.. La finura se basa en que la represión se insinúa en lo que el yo emprende, la finura se basa en esta represión misma. Es lo que no debe olvidarse. (JAM murmura): precisamente, el Yo no quiero, que está olvidado, y que es, en última instancia el motivo, la razón de ser de lo que parece sobre la escena del mundo. La generosidad encuentra su fundamento en la retención, en el egoísmo, en un Es para mí. Y es, en el sentido propio, lo que se deja interpretar. Esta es la finura, que pasa por cosas ínfimas, y en esto ínfimo, el análisis encontró el resorte de un deseo que desmiente eso que se propone abiertamente.

Les recomiendo la lectura de este pequeño texto, son tres páginas en la edición francesa que está en el tomo II del volumen titulado Resultados y Problemas en las Presses universitaires de France. Lo tomo como guía, como paradigma de lo que quiero desarrollar este año ante ustedes.

Este tan delgado soporte vale más que lo que triunfa sobre la escena del mundo.

Lo que triunfa es la terapéutica. Es a eso a lo que se intenta reducir el psicoanálisis, una terapéutica del psiquismo, y se incita a los psicoanalistas a encontrar allí la justificación de su ejercicio.

A esto se opone primeramente un cliché, un cliché filosófico, que el hombre como tal es un animal enfermo, que la enfermedad no es para él un accidente, sino que le es intrínseca, forma parte de su ser, de lo que podemos definir como su esencia. Pertenece a la esencia del hombre ser enfermo, hay una falla esencial que impide al hombre estar completamente sano, no lo está nunca. No lo decimos solo porque tenemos la experiencia de aquellos que vienen a nosotros. De esta experiencia que tenemos inferimos que no hay nadie que pueda estar en armonía con su naturaleza, sino que en cada uno se cava esta falla, de cualquier modo que se la designe, la falla por ser pensante, y que por esto, nada de lo que haga es natural, porque reflexiona, reflexivo. Es un modo de decirle, de decir que está a distancia de sí mismo, que eso le produce problemas para coincidir consigo mismo, que su esencia es no coincidir con su ser, que su para sí, se aleja de su en sí. El psicoanálisis dice algo de este en sí, que este en sí es su gozar, es su plus de gozar, y que alcanzarlo solo puede ser el resultado de una ascesis severa. Es así como Lacan consideraba a la experiencia analítica, como el acercamiento, por parte del sujeto a este en si, y el tenía la esperanza que la experiencia analítica, permitiría al hombre alcanzar su en sí, elucidar el plus de gozar donde reside su sustancia. Pero también que la falla que hace al hombre enfermo era, para siempre la ausencia de la relación sexual, que esa enfermedad era irremediable, que nada podría colmar ni curar la distancia de un sexo con el otro, que cada uno como sexuado se encuentra aislado de lo que desde siempre quiso considerarse como su complemento. La ausencia de relación sexual invalida cualquier noción de salud mental y cualquier noción de terapéutica como retorno a la salud mental.

Contrariamente a lo que el optimismo gubernamental profesa, no hay salud mental.

Lo que se opone a la salud mental y a la terapéutica que se supone conduce a ella, es, digamos, la erótica. Esta erótica hace objeción a la salud mental. La erótica, es decir, el aparato del deseo que es singular para cada uno.

El deseo está en el polo opuesto de cualquier norma, es como tal extra normativo.

Si el psicoanálisis es la experiencia que permitiría al sujeto explicitar su deseo, en su singularidad, esta experiencia no puede desarrollarse más que rechazando todo objetivo de terapia. La terapia, la terapia de lo psíquico, es la tentativa, profundamente vana, de estandarizar el deseo para que haga marchar al sujeto al paso de los ideales comunes, de un como todo el mundo. Sin embargo el deseo comporta esencialmente, en el ser que habla y que es hablado, en el parlêtre, un no como todo el mundo, un a parte, una desviación fundamental y no adventicia. El discurso del amo quiere siempre lo mismo, el discurso del amo quiere el como todo el mundo. Y si el psicoanálisis representa algo, es el derecho, es la reivindicación, es la rebelión del no como todo el mundo, es el derecho a una desviación que no se mide con ninguna norma, una desviación experimentada como tal, pero una desviación que afirma su singularidad, incompatible con todo totalitarismo, con todo para todo x. El psicoanálisis promueve el derecho de uno solo, en relación con el discurso del amo que hace valer el derecho de todos. Es decir qué frágil es el psicoanálisis, qué delgado, que amenazado está siempre. No se mantiene, no se sostiene más que por el deseo del analista de hacer su lugar a lo singular, a lo singular del Uno. El deseo del analista se pone del lado del Uno, en relación con el todos. El todos tiene sus derechos, sin duda, y los agentes del discurso del amo se pavonean hablando en nombre del derecho de todos. El psicoanálisis tiene una voz temblorosa, una voz muy pequeña para hacer valer el derecho a la singularidad.

Lacan pudo oponer hace tiempo el psicoanálisis verdadero y el falso. ¿Qué criterio, para él, presidía esta distinción? ¿cuál era el criterio, para él, de lo verdadero y de lo falso, en materia de psicoanálisis? El criterio, único, era para él, el deseo. El verdadero psicoanálisis, en el sentido de Lacan, es aquel que se pone en el sendero del deseo y que apunta a aislar, para cada uno, su diferencia absoluta, la causa de su deseo en su singularidad, eventualmente la más contingente. He dicho !eventualmente!. La causa del deseo para cada uno es siempre contingente, es una propiedad fundamental del parlêtre, la causa de su deseo se sostiene siempre en un encuentro, su goce no es genérico, no se atiene a la especie, la modalidad propia del goce se sostiene, en cada caso, en una contingencia, en un encuentro. El goce no está programado en la especie humana. Hay allí una ausencia, un vacío. Y es una experiencia, vivida, es un encuentro, que da para cada uno una figura singular al goce. Ese es el escándalo. Quisieran que el goce sea genérico, que esté normatizado para la especie. !Y bien ! no lo está. Y allí se estrellan todos los discursos universalistas.

El falso psicoanálisis es aquel que se pone en el camino de la norma, aquel que se da por objeto, por finalidad, reducir la singularidad en beneficio de un desarrollo que convergería en una madurez que constituye el ideal de la especie. El falso psiocanálisis es el psicoanálisis que se piensa como terapéutico.

Entonces, es verdad que el psicoanálisis tiene efectos terapéuticos. Tiene efectos terapéuticos de taponamiento, de acondicionamientos, de alivio, en la medida exacta en que reconoce la singularidad del deseo. El terapeutiza, no cuando conduce a la norma, sino cuando autoriza el deseo en su desviación constitucional. Vienen sujetos al análisis con su queja, con su vergüenza en relación con su goce, los efectos terapéuticos del análisis no consisten en conducir esta desviación a la norma, sino por el contrario a autorizarla, cuando está fundada en lo auténtico. Hubo un tiempo en que los analistas imaginaban curar la homosexualidad. Han vuelto de eso. Hoy, les llegan sujetos homosexuales, que sufren de esta desviación en relación con la ideología común, y la acción analítica es terapéutica en la medida en que los reconcilia con su goce, o les dice que está permitido. En tanto que los ideales comunes han sido modificados por el psicoanálisis, y que hoy es socialmente más fácil, si puedo decirlo, ser homosexual que en el pasado. Ya ningún analista sueña con curar la homosexualidad como si fuera una enfermedad vergonzante del deseo de la especie, sino por el contrario reconciliar al sujeto con su goce. Y esta reconciliación se hace burlándose de lo que se propone como norma. El discurso analítico no reconoce otra norma más que la norma singular que se desprende de un sujeto aislado como tal de la sociedad. Hay que elegir: el sujeto o la sociedad.

Y el análisis está del lado del sujeto. El análisis tuvo esta potencia de hacer de modo que la sociedad se haya hecho más porosa al orden del sujeto. Los agentes del discurso del amo no están totalmente a la hora de este aggiornamento, y si el psicoanálisis tiene una misión a este respecto es cultivarlos en la materia, que las normas sociales no predominarán más en lugar de la norma singular, que un sujeto que ha alcanzado lo auténtico de su deseo puede inscribir en falso en relación con este orden que supuestamente lo domina.

Si Lacan podía distinguir el psicoanálisis verdadero y el falso, es porque él tenía la idea de que la experiencia analítica manifiesta una verdad como tal. A decir verdad, el análisis manifiesta verdades múltiples en la medida en que se elabora la singularidad del sujeto, la verdad sin duda se demuestra variable en la medida de las coordenadas que toma, de las contingencias de su historia, pero a través de esas verdades múltiples, se manifiesta sin embargo una vedad una. Lo que se manifiesta, digamos, es el lugar de esta verdad, es que , en todo caso, la causa es lógica más bien que psíquica, que la lógica, que debe entenderse como los efectos de la palabra y del discurso, del logos, la lógica viene al lugar de los psíquico. Y es en esto que Lacan reconocía el verdadero psicoanálisis: el verdadero psicoanálisis es aquel que reconoce los efectos del lenguaje en la enfermedad intrínseca al ser humano como ser hablante y como ser hablado es decir como parlêtre.

De allí, se abren dos vías que son contradictorias. La primera, es la de una pedagogía correctiva para expresase como se expresa Lacan. Es volver a poner al sujeto, por medio de la persuasión, en los rieles que lo conducen a aquello que la sociedad espera de él: el trabajo, la inserción en el lazo social, incluso la familia, y en último término a la reproducción. En ese caso, lo que llamamos psicoanálisis consiste en operar una sugestión social con fines de sujeción. Y no debemos sorprendernos que, si proponemos esto a las autoridades que presiden el discurso del amo, esas autoridades lo aplaudan. Si el psicoanalista se propone como un empresario de sugestión social con fines de hacer que los sin domicilio fijo encuentren un alojamiento, que los obesos se vuelvan delgados (risas), que los precarios se vuelvan ricos, no nos sorprenderemos de que las autoridades del discurso del amo aplaudan a rabiar. Y tanto más que se evocará la extraña eficacia de la operación analítica para manejar los significantes amo para conducirlos allí. ¡De ahora en más las mujeres golpeadas serán mujeres queridas (risas)! Bueno, hay que poner sin duda alguna autoridad en juego. Es lo que Lacan llamaba la psicoterapia autoritaria. Hay que decir que el psicoanálisis aplicado a la terapéutica, concebido en esta óptica, no es nada más que una psicoterapia autoritaria.

En tiempos de la Escuela freudiana de París de Lacan había en esta Escuela un enclave que se designaba a sí mismo como psicoterapia institucional. Este enclave reunía a colegas que se dedicaban precisamente a extraer las consecuencias al psicoanálisis en el marco de las instituciones de cuidados y tenían la decencia de llamarse psicoterapia. Hubo alguien que tuvo la idea, hace más o menos cinco años, de revalorizar la operación calificándola de psicoanálisis aplicado, ese alguien era yo (risas), y el resultado está allí, es que cuando se practica eso creemos estar en el psicoanálisis, y bien volvamos al origen; ¡es psicoterapia! Es psicoterapia de institución, es una reducción del psicoanálisis con fines que son los del amo. Entonces, evidentemente cuando llamamos a eso psicoanálisis aplicado, en lo abstracto no es absurdo, en efecto es un esfuerzo por articular las incidencias terapéuticas del psicoanálisis, que las hay, pero si llamamos a eso psicoanálisis aplicado no hay que sorprenderse luego que los operadores se consideren como analistas. Mientras que, desde siempre, han sido designados como psicoterapeutas, como terapeutas que operan sobre trastornos del psiquismo. Ah, tiene menos glamour (risas), si puedo decirlo, no suscitaría el mismo entusiasmo. Evidentemente, hace cinco años, he querido suscitar un entusiasmo, y he triunfado (risas) – es por eso que he errado.

Decía que hay una vía que es la de la sugestión social y de la psicoterapia autoritaria. La otra vía es la de la explicitación del deseo.

En los hechos es lo que se practica. Tuve ocasión el sábado pasado de presidir una jornada de estudios donde fueron presentados casos tratados en un establecimiento de psicoanálisis aplicado, y debo decir que no tengo nada que criticar, que cada uno de esos casos era, a su modo admirable, admirable porque a despecho del contexto, no había psicoterapia en absoluto en juego, había una explicitación del deseo. Y a despecho del hecho de que cada uno de esos casos respondía a ciertos criterios de redacción estandarizados, se podía leer que los operadores estaban bien inspirados por el psicoanálisis, que cuando estaban frente a sujetos no pensaban en absoluto en conducirlos a una norma, sino que encontraban la norma en el deseo mismo que les era comunicado entre líneas. Debo decir que eso me consoló. Me consoló por haber puesto en el mundo este concepto de psicoanálisis aplicado, me sentí justificado, gracias a ese trabajo, lo digo, que admiré. Y he reconocido, en efecto, en lo que entonces se presentó, un esbozo del acto analítico, propiamente hablando, tal como Lacan lo definió. No el acto analítico desarrollado, aquel que es susceptible de conducir al final del análisis, como lo llamamos, sino un acto analítico de alguna manera esbozado, dibujado.

El acto analítico, como sabemos, es distinto de toda acción, el acto analítico no consiste en hacer, el acto analítico consiste en autorizar el hacer que es aquel del sujeto. El acto analítico, es como tal un corte, es practicar un corte en el discurso, es amputarlo de cualquier censura, al menos virtualmente. El acto analítico, es liberar la asociación, es decir la palabra, liberarla de lo que la constriñe, para que se despliegue libremente. Y entonces constatamos que la palabra liberada hace volver recuerdos, que pone en presente al pasado, y que dibuja a partir de allí un porvenir.

Este acto, el acto analítico, depende del deseo del analista, este acto es el hecho del deseo del analista.

El deseo del analista no es del orden del hacer. El deseo del analista es esencialmente la suspensión de cualquier demanda de parte del analista, la suspensión de cualquier demanda de ser: no se les pide ser inteligentes, no se les pide incluso ser verídicos, no se les pide ser buenos, no se les pide ser decentes, no se les pide más que hablar de aquello que se les pasa por la cabeza, se les pide entregar lo más superficial de lo que viene a su conciencia. Y el deseo del analista no es volverlos conforme, no es hacerles el bien, no es curarlos. El deseo del analista, es obtener lo más singular de lo que constituye su ser, es que ustedes son capaces de ceñir, aislar, lo que los diferencia como tal y de asumir, de decir: Yo soy eso, que no está bien, que no es como los demás, que yo no apruebo, pero es eso. Y eso solo se obtiene, en efecto, por una ascesis, por una reducción.

Ese deseo del analista, el deseo de obtener la diferencia absoluta, no tiene nada que ver con ninguna pureza, porque esta diferencia jamás es pura, está por el contrario enganchada a algo para lo cual Lacan no dudaba en decir la palabra cochinada: esta diferencia esta siempre enganchada a una cochinada que ustedes les han birlado al discurso del otro, y que ustedes rechazan, de la que quisieran no saber nada. Hay un matema para eso, el matema es objeto a minúscula. Pero en la práctica, eso no puede jamás deducirse, se presenta. Hay un matema, es decir, es asunto de geometría, pero en la práctica, es siempre, una cosa de finura. Eso no se capta sino de un vistazo, cuando al término de un tiempo para comprender, se precipita una certeza, que se condensa en un Es eso. Y sin duda, eventualmente, no una vez. Pero hasta tanto ustedes no obtengan un Es eso, no vale la pena jugar a hacer el pase. Lo que Lacan llamaba el pase demandaba la captura de un Es eso, en su singularidad. Mientras ustedes piensen que pertenecen a una categoría renuncien a hacer el pase.

El deseo del psicoanalista no tiene evidentemente nada que ver con el deseo de ser psicoanalista. Ah, « !ser psicoanalista ! (risas) Sensacional : el hombre, la mujer, que presenta los semblantes de – ¿cuales ? – ¿afabilidad? ¿Comprensión condescendiente? ¿una cierta distinción? ¿una experiencia supuesta en esas materias ? y que los tomará de la mano para que ustedes se vuelvan como él. El deseo de ser psicoanalista en el fondo es siempre de mala calidad, es un deseo de moneda falsa. La idea de Lacan era que uno se vuelve analista porque no puede hacer otra cosa, que eso vale cuando es una elección forzada, es decir cuando se ha dado la vuelta por otros discurso y se ha vuelto a él, se ha vuelto a ese punto donde todos los otros discursos aparecen como desfallecientes, y que uno solo se arroja en el discurso del analista porque no puede hacer otra cosa. Es algo muy diferente de un cursus honorum, es muy diferente que franquear etapas de un gradus. Es: a falta de algo mejor. Es: a falta de tener las ilusiones de otros discursos.

Una vez que están establecidos en la profesión, los analistas ya no piensan en lo que los ha fundado como analistas. Hay, como regla, un olvido del acto del que han surgido. Pagan su estatuto, dice Lacan, con el olvido de lo que los ha fundado. Y es por ello que se prestan en ocasiones a reclutar a los analistas nuevos con criterios que no se refieren al acto analítico. Toman, una vez que están establecidos, y en el mejor de los casos una vez que alcanzaron su singularidad, toman al inconciente como un hecho de semblante, no les parece un criterio suficiente para ser analista la elaboración del inconciente.

Y bien, lo que Lacan intentó hace tiempo para responder a la cuestión de ¿Como uno se vuelve analista ? Lo que intentó bajo el nombre del pase era esto : reclutar al analista sobre la base de lo que se modificó de su inconciente por la experiencia analítica, sobre la base de la hipótesis de que un inconciente analizado se distingue si puedo decirlo de un inconciente salvaje, que un inconciente analizado tiene propiedades singulares, que un inconciente mas su elucidación, hace que se sueñe de otro modo, hace que no se esté sometido a los actos fallido y a los lapsus de todo el mundo, eso no anula ciertamente el inconciente sino que hace que sus emergencias se distingan.

Freud imaginaba que los analistas, periódicamente, cada cinco años decía, rehicieran un tramo. Es decir que se interesaba por el inconciente del analista, y es una insistencia que no podemos desconocer.

Es el resorte del análisis de la contra transferencia. En la Asociación intenacional de Psicoanálisis en efecto este continúa siendo un resorte esencial. Los analistas practicantes, cuando operan, están tan atentos a sus formaciones del inconciente como a las de su paciente, incluso más, es decir que continúan analizándose al mismo tiempo que analizan al paciente, y como su caso lo conocen mejor que al del paciente y como se interesan más (risas), evidentemente eso termina por recubrir el caso: no hablan mas que del suyo (risas). Es tradicional en los lacanianos burlarse de esto. Sin embargo testimonia de lo que no hay que olvidar: la relación del analista con su inconciente.

Sin duda, el lugar donde esta relación debe elaborarse, no es la práctica analítica misma. El analista en tanto que funciona no tiene inconciente, en todo caso es lo que su formación debe haberle permitido obtener. Pero tiene inconciente. Y – es lo que propongo -, tiene que elaborarlo, tiene que elucidarlo y tiene que testimoniar de ello, testimoniar, si puedo decirlo, del inconciente post analítico, luego de su investidura como analista.

Es una dimensión que aún debe ser despejada.

Me parece sin embargo que si una Escuela de psicoanalistas tiene un sentido, es que debería permitir al analista testimoniar del inconciente post analítico, es decir del inconciente en tanto que no hace semblante.

También, esto permitiría verificar que el deseo del analista no es una voluntad de semblante, que el deseo del analista está, para aquel que puede valerse de él, fundado en su ser, que no es, según la expresión de Lacan, un querer a la falta.

Allí se expone una economía del goce que, por el análisis, debe haber sido modificada.¿Hay que plantear la cuestión del goce del analista ? ¿En qué medida goza él de su acto ? ¿En qué medida por el contrario debe mantenerse a distancia del goce del acto ? ¿ En este acto, está tomado por una compulsión de siempre más ? Es verdad que la desestandarización de la práctica, siguiendo a Lacan, está hecha para favorecer el siempre más, siempre mas pacientes: la pregunta que se plantea del goce está allí implicada.

En cualquier caso está planteada la pregunta del inconciente como criterio. Es la cuestión que plantea el pase, que hace de la modificación de la relación del sujeto a su inconciente el criterio del reclutamiento. Esto debe extenderse, más allá del reclutamiento, al analista reclutado. ¿Qué relación continúa teniendo con el inconciente? ¿qué relación tiene con su inconciente un sujeto que, todo el día, trata el inconciente de otros? Es excesivo pedir que, en el marco de su Escuela, este analista sea capaz de testimoniar como se testimonia en el pase?. Sea capaz de testimoniar de la relación que mantiene con su Yo no quiero?

Freud, en 1933, no creyó, mientras se entregaba a las especulaciones más audaces sobre la teoría analítica, las mas innovadoras, rebajarse por dar testimonio de la atención extrema que daba a sus formaciones del inconciente.

Siempre he tratado de seguir esta lección (JAM habla como para sí mismo, con los ojos cerrados y muy suavemente) Los cursos que puedo darles, lo diga o no, siempre están ligados, si puedo decirlo, a uno de mis sueños, parto siempre de un Einfall, de una idea que me pasa por la cabeza. Tengo un esquema, por supuesto, matemas, pero no vengo jamás, ante ustedes, como el mismo, vengo ante ustedes como un sujeto del inconciente, en todo caso me gusta creerlo. Y es en esta disciplina que encuentro el resorte para proseguir aun, después de tantos años, elucidando, sin duda, lo que nos ocupa a todos, colectivamente, la práctica analítica, pero elucidando, mas secretamente, mas discretamente, lo que como sujeto me motiva para desear, amar y hablar. Hasta la próxima semana. (Aplausos)

 
Traducción: Silvia Baudini