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Curso del miércoles 13 de mayo de 2009

Jacques-Alain Miller: Cosas de finura en psicoanálisis XVII

Concluí la última vez evocando lo que he llamado el cogito lacaniano. El no entrega, decía, un yo soy (je suis) sino -la expresión figura en el texto de Lacan- un se goza (se jouit), que yo llamaría, si queremos transformar esta expresión en una frase gramatical; un él (il). Es un juego de letras y un juego de sonidos sobre el yo soy (je suis):

En latín, en la medida que nuestro gozar proviene de él, ¿cómo se dice eso? Es gaudeo, que en latín clásico, creo, tiene más bien el sentido de regocijarse; en efecto, detrás del goce, está gaudia la alegría. He consultado el diccionario etimológico que me enseñó que nuestro gozar provenía del latín tardío gaudire, mientras que en latín clásico es gaudere, y que en las transformaciones que tuvieron lugar en el siglo XII, se comenzó por decir goir luego joir y que hizo falta el siglo XIII para arribar a la forma gozar (jouir) -con el sentido de recibir alegremente a alguien o a algo, hacer fiesta-, por lo tanto, allí lo que domina es el valor de la significación de regocijo.

Solamente a mediados del siglo XII la palabra tomo un valor erótico, señalado como tal por el diccionario y luego, muy misteriosamente: es un milagro, es una gloria de la lengua francesa, que hace que los lacanianos de otras lenguas se atengan a decir, con su propio acento, jouissance. Los ingleses en particular, en fin los anglófonos, deponen las armas ante la jouissance francesa (risas), consideran que es una especialidad local de los curiosos indígenas que somos. Y por lo tanto el hecho está allí, la palabra to enjoy, en inglés, que tiene claramente la misma fuente, que pertenece evidentemente a la parte latina del vocabulario inglés, la palabra enjoy no tomó este valor: experimentar placer, en particular placer sexual. Hay un uso jurídico del término goce, goce de un bien, pero sin eso, el valor erótico marca el término. Parece que sólo en Québec siguieron pudiendo decir, gozo de alguien, para significar que se tiene el agrado de frecuentar a tal persona, inocentemente.

Entonces, ¿el uso lacaniano del término va a marcar la lengua? Quizás puede ser, puesto que es un uso que ciertamente se apoya sobre lo sexual pero que extiende la significación de la palabra hasta englobar lo pulsional, y el goce pulsional es reducible, bajo un cierto ángulo, al goce del cuerpo propio: en ese sentido no es sexual. El valor sexual del goce, en nuestro uso, hacemos de él un trampolín, para pasar a un goce, si puedo decirlo, generalizado del cuerpo.

En la práctica hay, cuando se trata de la manifestación de este goce que llamaba pulsional, un pasaje que se hace del yo soy, al se goza, donde, yo decía se descabeza el yo, pero también se desvanece el sujeto: es el valor acéfalo del se goza, que realiza incluso la ablación de ese él impersonal.

Si pensamos el pasaje del yo soy al se goza es la inversa de ese pasaje del que Freud hace un imperativo, el famoso -demasiado famoso- Wo Es war, soll Ich werden, que fue traducido: allí donde estaba el ello, el yo debe advenir a su lugar, y que Lacan tradujo de manera más poética -diversamente por otra parte-: allí donde eso era, yo debo advenir, teniendoel Ich la significación del sujeto. Lo que este mandato expresa es una exigencia de subjetivación: allí donde estaba la pulsión acéfala y silenciosa -Freud habla de manera famosa del silencio de las pulsiones- allí mismo, el sujeto debe advenir. El sujeto del significante. Es lo que hemos, concebido familiarmente como la puesta en palabras, que sería la palabra última de la operación analítica: poner en palabras lo que permanecía silencioso, o incluso más familiarmente, lo que quedaba no dicho. Pero para nosotros, la puesta en palabras -en fin, hasta que rectifiquemos eventualmente esta concepción- la puesta en palabras no se produce sin mortificación. Hagamos escuchar la homofonía: es la palabra mortificada (mot-rtificaction) (risas). Es una concepción que Lacan hizo clásica y que no le pertenece según la cual la palabra es el asesinato de la cosa. El significante los sobrevive, el significante que los designa, vuestro nombre, los sobrevive; la especie se dedica especialmente a la supervivencia del nombre. Cuando el papa ayer fue al monumento llamado de Yad Vashem, articuló que los nombres de los desparecidos no desaparecerán. Eso no cuesta nada. No desaparecerán especialmente porque los seres que los han amado se acordarán de ellos. Por una parte el significante sobrevive mientras que ustedes no, pero además Lacan desarrolló, de múltiples maneras, que el significante mata, lo hizo incluso escuchar en el con valor mortífero.

Dicho de otro modo, en ese sentido la subjetivación es una negativización.

Incluso si no tomamos este ángulo radical, tenemos la idea que a fuerza de hablar, se va a gastar la cosa, se va a descargar una reserva libidinal aprisionada en el silencio, y que nada más que hablando eso hace bien -para deslizar también en un sentido común de la cuestión del hablar y de escuchar-.

Yo evoco, si puedo decirlo, precisamente lo contrario: no sé si eso puede entenderse en alemán, pero sin duda puesto que está calcado de la frase de Freud, se trata de un Wo Ich war -allí donde el yo estaba-, soll Es werden -se trata de hacer advenir, de hacer aparecer el goce-.

Esto podría darse como la fórmula de la interpretación lacaniana.

Lacan pudo escribir que el goce no se dice jamás sino entre líneas. Es decir entre los significantes: no se dice jamás propiamente y lo que puede decirse de él lo mata.

Consideremos lo que queda vivo del goce. No hay goce en el presente sin la vida. No se sabe más lo que es la vida que lo que es el goce, todo lo que puede decirse es que hay una pertenencia entre los dos -no me atrevo incluso a decir conceptos- entre esos dos significantes. Si el goce no va sin la vida, entonces hace falta que no sea significantizado.

Podemos decir que el goce no es sin la vida, ¿podemos decir que la vida no es sin el goce? Podemos preguntárnoslo: ¿gozan las plantas? ¿En qué sentido los animales gozan? Llegado el caso no sabemos nada de eso.

En lo que respecta a los seres hablantes llegamos de todos modos a saberlo a partir de lo que no dicen cuando hablan. Pero parece difícil retirar el goce a la vida animal, al menos cuando se los escucha a esos animales -los peces son más misteriosos (risas), aunque podamos escucharlos con aparatos-. Esto ya es una indicación que cuando hablamos del significante, no es necesario solamente tomarlo por el lado -evidentemente mayor- en que tiene efectos de significación: podemos tomarlo también en su materialidad fónica. No sólo el sentido sino también el sonido. No sólo la palabra sino el grito -me parece que hay alguna afinidad entre el goce y el grito-. Cuando remplazamos en el orden del significante el grito (le cri) por el escrito (l´écrit) –l apostrofe- allí, me parece que nos alejamos de la dimensión del goce, en todo caso no podemos imaginar tener el mismo testimonio de él.

Cuando Lacan podía decir que el goce no se dice más que entre líneas -y eso suponía ya que haya distinguido como tal el goce, al menos con una palabra- le asignaba el mismo lugar en relación con el significante que el que le asignaba al deseo, puesto que no hacia del deseo más que lo no dicho de la demanda, lo imposible de decir de la demanda, el margen que toda demanda deja delante o detrás de sí misma.

Deseo y goce son un esfuerzo para ordenar la experiencia sobre dos vectores. Pero deseo y goce, ya lo dije hace tiempo, cuando me di cuenta, son ambos interpretaciones de la libido freudiana que Lacan distinguió. Dos interpretaciones que al comienzo tenían en común el ser metonímicos en relación con la cadena significante, estar en una posición de deslizamiento, sin ser capturados, captados. Y dos interpretaciones, de las que se podía decir para simplificar, que una, la interpretación de la libido como deseo, es una interpretación negativa, mientras que la interpretación de la libido por el goce, por el contrario es positiva.

La primera es negativa en la medida en que -es el abc del laconismo- el deseo está articulado a una falta. Se resuelve cuando esa falta se desnuda. Aparece entonces retroactivamente que el deseo era algo inflado, era una burbuja, no era, como lo decía Lacan más que la metonimia de una falta. Esto es la verdad mentirosa del deseo. Cuando Lacan tenía la idea de que el pase podía encontrar una conclusión lógica daba dos fórmulas: la primera en la vertiente del deseo, concluía con el matema de la castración, menos fi, como siendo en el fondo la única sustancia, la sustancia negativa del deseo.

La interpretación de la libido por el goce es completamente diferente. Allí, como lo indiqué hace algunas semanas, en efecto, hay más y menos, pero ese menos no es un menos negativo, es un menos que quiere decir no tanto. Las variaciones del goce son variaciones de intensidad que continúa siendo positiva.

Hay -puedo decirlo en corto circuito- una verdad mentirosa del deseo que hace que nos interroguemos sobre ella.

El deseo está marcado por la pregunta ¿qué es lo que verdaderamente deseo? y cuando esta pregunta vuelve del Otro, es bajo la forma que Lacan ha dejado en la expresión italiana que encuentra en una pequeña novela titulada El diablo enamorado: cuando el diablo surge bajo las especies de una horrible cabeza de camello dejando detrás de sí su apariencia precedente que era la de una encantadora rubiecita, Biondetta, el amor del narrador allí, en el fondo, en el seno de esta apariencia encantadora, surge el horror que deja caer en italiano, mientras que todo el resto de la novela está en francés, Che vuoi? Esto hace pensar en el Ángel de Bizarre de Edgar Poe, que singularmente habla con un fuerte acento alemán -allí es el italiano, el italiano del camello-. El deseo aparentemente era satisfecho por este objeto encantador, pero que revela ser un camello (risas), y que manifiesta que el narrador puede aun más con su deseo como para haber hecho un alto en este oasis apacible.

¡Y bien! Hay una verdad mentirosa del deseo mientras que, yo podría decir, variando la formula augusta del mariscal Pétain: el goce, no miente, ustedes recuerdan tal vez el eslogan ilustre que encontró para él su speechwriter, su ayudante, Emmanuel Berl: "la tierra no miente". Y bien, el goce, no miente, y no está aquí, en ese sentido, marcado de negatividad.

Yo evocaba la última vez que Lacan le había encontrado como símbolo, correlativo del menos fi del deseo, el Fi mayúscula, imposible de negativizar.

Si tratamos de ubicar el objeto a minúscula, de juzgar su uso en la práctica, es un matema, a decir verdad, equívoco, que toma algo de ambos.

Es por eso que su uso ha sobrepasado, en la enseñanza de Lacan, a esos otros matemas. Es equívoco porque es esencialmente positivo pero, al mismo tiempo, Lacan dice que tiene en su corazón, en su centro, la castración. Digamos que el objeto a minúscula es amboceptivo entre deseo y goce. Nada lo muestra mejor que esas dos definiciones que Lacan les aportó en el curso del tiempo: por una parte, lo define como plus de gozar pero también como causa del deseo. Y por lo tanto, este concepto que forjó le dio un tal desarrollo porque es un término que cumple como una mediación entre deseo y goce, entre los engaños del deseo y la constancia positiva del goce. Hasta que la solución por el objeto a minúscula, la salvación por el objeto a minúscula, le aparece marcada de semblante, le parece palidecer frente a lo real. Entonces evidentemente le dio consistencia con extraordinarias construcciones topológicas, ciertas lógicas, pero frente a lo real el objeto a minúscula es de todos modos un artificio teórico.

Yo decía: eso funciona como una unidad de goce. Una unidad que ponemos en función, a lo que tendríamos que apuntar en un análisis con la interpretación y donde encontraríamos la clave de su ser. Pero, en fin, esencialmente ¿cómo inventamos el objeto a minúscula, como se inventó esa cosa? Eso se inventó, a mi modo de ver, a partir de la idea -genial- de transferir, de transportar, de exportar la estructura del lenguaje hacia el goce, hacia la sustancia del goce, que aparece como tan difícil de captar.

Disponemos, a partir de la lingüística estructural de Saussure, de un aparato, de una grilla, de una articulación. Vamos a considerar que el goce está ordenado con la estructura del lenguaje. Y Lacan dio pruebas en efecto de que podemos hablar demasiado tiempo para dar, a esta hipótesis fuerza, belleza, consistencia, credibilidad hasta, sin embargo un cierto breackdown -no se sostiene hasta el final-. No quiere decir que borremos todo y que volvamos a empezar. Pero es de todos modos inapto para capturar la experiencia del goce.

Entonces, esta empresa de transporte, de transporte-exportación, implicó, está desarrollada por Lacan bajo la forma: la pulsión es una cadena significante.

¿Por qué no? Por qué no, en efecto, decir que la pulsión es una demanda, una demanda -para decirlo como Marlon Brando en El Padrino (risas)- una demanda que no se puede rechazar -él habla una lengua noble, yo sustituyo-, una demanda acéfala: es una exigencia del cuerpo.

Es sólo al nivel de la pulsión que la traducción inglesa de la palabra demanda por demand es válida. Porque demand quiere decir exigencia y por lo tanto no sirve para traducir la demanda formulada por el sujeto que habla donde es simplemente to ask, to ask for. Cuando traducimos a Lacan, demanda no es válido más que a nivel donde se trata de la pulsión.

Evidentemente hace falta tener buena voluntad para aceptar el punto de partida que dice que la pulsión es una cadena significante. Si la buena voluntad falta queda por decir lo que dice Lacan. ¡Y bien! Es una cadena significante cuyos elementos son objetos fantasmáticos, cuyos elementos son el objeto oral, el objeto anal, el falo, esos objetos que son -es así que su construcción partió- que son -dice en la página 244 de los Escritos 1 en el texto "La dirección de la cura…"- que son sin duda alguna significantes. Me acuerdo cuando descifraba en sus primeros tiempos la enseñanza de Lacan -lo aprendí en un momento donde ya se había expresado sobre el objeto a minúscula como siendo completamente diferente de un significante-, recuerdo haber caído sobre ese texto y haber puesto un punto de interrogación sobre ese sin duda alguna significantes. Pero ese sin duda alguna significantes, era llamado por esta concepción -que permaneció fundamental en Lacan- transportar la estructura lingüística al goce, transformar la pulsión en cadena significante: eso implicaba decir que esos objetos son significantes.

¿Cómo decir lo contrario puesto que tienen nombres? Entonces, eso puede defenderse. Hay que decir que la teoría de Lacan, lo que llamamos la teoría de Lacan, se desarrolla así: es una serie de defensas. Hay -simplifico- intuiciones, hay hipótesis y luego Lacan reúne los argumentos que vuelven creíble la hipótesis. A veces, lo vemos a él mismo de una semana a la otra, haber fracasado en convencerse y retomar por otro lado. Son tentativas y cuando hace una tentativa -eso es una tentativa de gran amplitud-, de un cierto modo es más ingenua al comienzo. Porque la idea de esa transferencia de la estructura del lenguaje sobre el goce va a sostenerse en Lacan durante más de un decenio, pero al comienzo la atrapa más sumariamente, más ingenuamente y es allí que vemos surgir este seguramente significantes.

Por otra parte, volviendo a encontrar ese pasaje, encontré el pasaje sobre el cual fui interrogado este lunes a la tarde por Victoria Woollard -que debe estar aquí. Sí-. No era fácil responder puesto que me interrogaba sobre la diferencia entre dos traducciones de Lacan, diferentes en inglés sin darme el texto francés, ella contaba con que yo supiera todo Lacan de memoria (risas). ¿No es usted quien me hizo esa pregunta?

No, es una irlandesa.

Es una irlandesa, no es usted (risas). Usted me planteó la primera pregunta, es eso, sí entonces yo no voy a poder preguntarle (risas) si es ese pasaje, pero usted va a recordar lo que la otra persona dijo: Demandar: el sujeto no ha hecho nunca otra cosa, no ha podido vivir sino por eso, y nosotros tomamos el relevo ("La dirección de la cura…", en: Escritos 1, p.249). Se me interrogaba sobre la traducción de y nosotros tomamos el relevo, ¿está bien eso? Parece ser eso. Visiblemente había una dificultad en comprender el final de una frase, el y nosotros tomamos el relevo, que quiere decir -allí está claro- que tomamos el relevo en tanto que en el análisis también, el sujeto continúa demandando.

La distinción de la demanda y del deseo -la que impactó tanto en la época por su claridad y su facultad de poner en orden los fenómenos de la experiencia analítica-, esta distinción no tiene simplemente por objeto hacer surgir la función del deseo, sino de hacer surgir la función de la pulsión: de la pulsión como una forma superior de demanda, una forma de demanda cuyos elementos no son los significantes de la lengua sino, si puedo decirlo, los significantes del cuerpo.

Digo superior puesto que el grafo de Lacan está construido sobre este mismo esquematismo (JAM dibuja rápidamente un primer grafo), hay dos líneas, la de abajo es la demanda (JAM escribe D), la línea superior es la de la pulsión (JAM escribe Pulsión), concebida como paralela, incluso simultánea, a nivel temporal, y donde los significantes son significantes orgánicos, como se expresa Lacan en esa época. La cadena superior está, dice, constituida de significantes, es decir que ella se desarrolla en términos de pulsión.

De golpe, del mismo modo que en el nivel inferior tenemos el significante A mayúscula (JAM dibuja un círculo y escribe A) -voy a borrar un poco para ser más claro- (JAM borra las escrituras precedentes (él). Se goza y los términos latinos y dibuja un segundo grafo), tenemos el significante A mayúscula (JAM dibuja un círculo inferior con A en el nuevo grafo), donde están supuestos co-presentes a la vez la batería fonemática de la lengua, el diccionario, todo lo que podemos reunir de un modo indistinto bajo el nombre de tesoro de la lengua, del mismo modo tenemos aquí, en el nivel superior, un segundo tesoro de la lengua (JAM dibuja un círculo superior). Ustedes lo encuentran en "Subversión del sujeto…" -puesto que Lacan continuó perfeccionado su aproximación en el curso de los años- página 328 de los Escritos 1. Un segundo tesoro de la lengua que llamaría A mayúscula dos para esta circunstancia (JAM escribe A2 al lado del círculo superior), donde está reunida la lengua con el cuerpo: son los archivos de la demanda pulsional, son los archivos de lo que llamamos, aún hoy, las huellas arcaicas.

Entonces, Lacan le da un matema: S tachado, losange, D mayúscula (JAM escribe a la derecha de A2 la fórmula), que hace tiempo comenté largamente que designa de hecho la acefalía de la demanda pulsional donde el sujeto manifiesta su desaparición por la barra que lo golpea, entendiendo que se desvanece también la demanda como demanda de palabra, como demanda hablada. Y Lacan dice gentilmente; ¡y bien! Todo lo que resta finalmente es el corte mismo (JAM dibuja dos grandes trazos que se cortan bajo el losange de la fórmula). Lo que encontramos es el corte –simplifico- desde el momento que se trata de goce: Lacan funda la introducción de la estructura de lenguaje en el goce, en el trazo de corte.

Lo esencial de la estructura de lenguaje sería el corte: el corte que aísla las unidades de lenguaje. ¡Y bien! Volvemos a encontrar este corte en la delimitación de las zonas erógenas, que en el organismo son especialmente lugares de borde, y lo volvemos a encontrar en el bordado, si puedo decirlo, de los objetos pulsionales. Este corte -este corte presente a nivel del goce- consideramos que es lo que articula el goce a la estructura de lenguaje, lo que lo hace conforme a la estructura de lenguaje.

La palabra corte que Lacan va a validar también para la topología donde los cortes con tijeras tienen efectos de transformación sobre la estructura de los objetos matemáticos, la palabra corte no deja de ser completamente equívoca. Porque el corte propiamente lingüístico introduce lo negativo, introduce el menos, mientras que estos, los cortes que podemos querer designar a nivel libidinal, esos cortes no anulan la positividad de conjunto. Y por lo tanto aquí el término corte es también un amboceptivo. Debe por otra parte su popularidad que conservó en el uso lacaniano común a las diferentes comunidades que se refieren a la obra de Lacan, debe su popularidad ese carácter de amboceptivo. Miren mis alas, miren mis patas, ustedes encuentran lenguaje, goce. Tenemos allí esta ambigüedad de deseo y de goce, esta ambigüedad lingüístico libidinal, con lo cual pensamos resolver paradojas que la experiencia nos propone.

Entonces, lo que justifica que yo escriba A segunda, A2, un segundo Otro mayúscula, un seudo segundo Otro mayúscula, es que Lacan va a reunir, correlativamente aquí, las paradojas escritas (JAM escribe), que son paradojas estrictamente significantes: empuja tan lejos la significación de la pulsión que afecta, en el segundo punto de cruzamiento, a todas las paradojas significantes del S mayúscula de A tachado, encontrando la negatividad de A tachado, y no salvando lo positivo más que por la S mayúscula que permanece. Aunque haya podido decir a continuación, esa S mayúscula, el significante que no se negativiza a ese nivel, es equivalente al Fi mayúscula imposible de negativizar que ya evoqué (JAM escribe y dibuja una flecha vertical que va de S a F):

Lo que preserva aquí es el significante del goce y lo designa con un emblema fálico planteando que es el falo que da cuerpo al goce.

Entonces, decir que es el falo el que da cuerpo al goce -es así como lo escribe- no quiere decir más que una cosa, quiere decir que no es el cuerpo el que da cuerpo al goce, que en el cuerpo el goce está negativizado y que lo imposible de negativizar del goce se concentra en el falo. Hay que decir, si tomamos esta formula que como tal no se sostiene: que haya un privilegio del falo, de su forma, de su imagen, de su significante ¿por qué no?, hay pruebas que lo apoyan, si puedo decirlo, pero que reservamos al falo el dar cuerpo al goce, nos preguntamos donde vivimos (risas). Es de todos modos mucho más sensato el punto de vista en que es el cuerpo el que da cuerpo al goce, mucho más sensata la noción de sustancia gozante, que hay un estatuto del cuerpo que es el cuerpo de goce.

Lo que no impide que este goce pueda condensarse en lugares del cuerpo.

En el fondo todo está allí. Es que durante la mayor parte de la enseñanza de Lacan, necesitaba -lo vemos retroactivamente- localizar el goce: imposible hacer con él si no se lo localiza. Podemos por lo tanto seguir, en el hilo de la enseñanza de Lacan, los lugares del goce, cómo asignó un lugar al goce. Lo asignó -en cada ocasión las pruebas son super abundantes-, al falo. Miren en esta dirección: es el falo el que da cuerpo al goce, todo está hecho para eso, en la anatomía del cuerpo, en lo imaginario y en lo simbólico, todo está hecho para que sea el falo el que da cuerpo al goce. Y luego, en el fondo, localizó el goce en los fantasmas, y como estamos allí frente a una extraordinaria multiplicidad de fantasmas, inventó el fantasma fundamental: hace falta que haya un fantasma fundamental que localice el goce: es necesario que haya un fantasma y uno solo. Es la misma lógica que la que le hacía localizar el goce en el falo: allí. E incluso los objetos pulsionales, lo que puede condensar del goce, lo deben al Uno fálico: no son pensables más que a partir de la función fálica. Es la misma lógica que hace surgir el concepto del fantasma fundamental. Lacan empleó, por escrito, la expresión una vez, dos veces y todo el mundo lo busca: ¿cual es mi fantasma fundamental? (risas). Y todo el mundo hace bien en buscarlo, quiero decir la búsqueda del fantasma fundamental es un soporte válido de la investigación en el marco de la verdad mentirosa. Pero, desde donde estamos, un poco en retirada, un poco a distancia, lo que vemos es cómo esta lógica impone su forma a la reflexión de Lacan, como esta lógica unaria, o incluso esta lógica uniana, esta lógica del Uno, impone su forma a la reflexión de Lacan. ¿Qué decir ? ¡Y bien!, está marcada de todos modos esencialmente por lo que extrajo más tarde como siendo un rasgo propio de la sexuación masculina. Y es sólo desde el día en que abordó, con los medios de su lógica -pero torciéndola justamente, debiendo torcerla, debiendo complicarla-, es sólo desde el día en que abordó la sexuación femenina que se separó de esta lógica uniana.

¿Qué es el fantasma en Lacan? Yo diría que es una suerte de molécula.

Una suerte de molécula en el sentido en que una molécula es un conjunto de partículas, de átomos, que forman una pequeña masa de materia, y dónde una molécula es susceptible de transformarse en el curso de una reacción química -así es como se lo llama-.

Cuando escribe el fantasma, es como una fórmula química, es como el agua H2O, es como el metano CH4 y es una molécula cuyos dos elementos son susceptibles de separarse.

Evidentemente, aprendemos en química que si las moléculas se transforman fácilmente -volcamos algo bien elegido, lo ponemos al calor y luego eso transforma las moléculas, es química divertida, no voy más allá-, por el contrario los átomos son mucho más estables. Para llegar a transformar el átomo sujeto, el átomo a minúscula, si es pensable, allí es necesario -en química estamos a nivel nuclear- hace falta una reacción nuclear.

Entonces, la molécula, el fantasma fundamental como molécula está compuesto -más allá de esta fórmula- de: un átomo de significancia, un átomo de goce y la cuestión es obtener, por medio de una reacción química, la separación del átomo de significancia y del átomo de goce. Podemos decir que eso no se cumple a nivel del fantasma fundamental más que en el momento del atravesamiento -creeríamos al atravesamiento por otra parte un término alquímico-, pero podemos decir que toda interpretación opera sobre una tal molécula: toda interpretación apunta a separar el átomo de significancia y el átomo de goce en la molécula fantasmática.

Entonces, hay algo que debemos retener aquí: que no es seguro que tengamos razón en expresarnos como si hubiera una sustancia del goce que precede y que sea independiente del átomo de significancia.

Podemos estar tentados de hacerlo. Vamos en esta dirección cuando nos expresamos con un cierto relajamiento sobre el goce,como decimos hoy -hoy que el objeto a minúscula es de todos modos es lo que cojea (risas), lo que cojea de la teoría lacaniana, que ya no es lo más avanzado-. Hoy, decimos el goce. Por este mismo hecho distinguimos ese caso como restringido, unitario, el a minúscula, en beneficio de este goce, que en una lección del Seminario Aun, Lacan marca con una J mayúscula rodeada de un espacio que designa una cierta materia amorfa:

En efecto, tenemos tendencia a hablar del goce como de una materia amorfa. Y por una buena razón, es que como tomamos el goce por lo real, consideramos que no hay ningún predicado que le convenga. Dicho de otro modo, hacemos del goce un antepredicativo, como se expresaba el buen Husserl, un antepredicativo ¿quiere decir que concierne a todo lo que podemos sentir y experimentar antes que la grilla de los predicados venga a apoderarse de aquello de lo que se trata?

¿Hay una sustancia del goce que precede y que sea independiente de la relación con el significante?

Si debemos ordenarlo temporalmente el recuerdo de la molécula, es que el átomo de goce supone el átomo de significancia.

Lo que Lacan desarrolla sobre la marca es precisamente de este orden. Como él se expresa, hace falta la marca significante que mortifica el goce, que opera una pérdida, para que como suplemento se presente el plus de gozar. Lo que hace ver verdaderamente cómo en lo que él llama objeto a minúscula, el goce se moldea sobre el significante.

Incluso si tomamos distancia de esa referencia, no es por ello menos cierto que esta construcción hace valer, en lo concerniente a la aparición del goce, que es siempre el que viene como reemplazo. Incluso si no lo localizamos en una unidad, incluso si admitimos que el goce esta en todas partes -el goce es del cuerpo-, hay un cuerpo de goce, no es por ello menos cierto que todo ocurre como si hubiera estado perdido y reencontrado -como Eurídice-, pérdida y encontrada como otra -lo que hace que esa no sea la buena-.

El psicoanálisis no tendría consistencia si la experiencia no fuera recorrida por ese hilo según el cual el goce que hay es el que haría falta que no: allí está, es a ese nivel que se introduce una negatividad. No a nivel del se goza. La negatividad se introduce a nivel donde: eso se goce, pero haría falta que no se goce así.

Es decir; en el goce que no miente hay una interferencia de la verdad mentirosa.

Entonces, ¿qué es lo que aquí opera del significante?

Porque allí donde no hay significante no podemos estar seguros que haya goce, entonces, hay que suponer que el significante no tiene simplemente efectos de significado sino que tiene efectos de goce. Que serían asimilables ¿a qué? Se encuentra en las campanas cuando se produce una fisura, después, cada vez que ustedes tocan el carillón continúan escuchando la fisura de la campana.

Y bien el goce es la fisura de la campana.

Si la interpretación se mide con el goce entonces la interpretación es solicitada no por sus efectos de sentido sino debe ser solicitada por sus efectos de goce. No concierne sólo por sus efectos de significado sino por sus efectos corporizados. Y es lo que hace que en efecto Lacan haya podido soñar con un efecto de sentido real como alguien me lo señaló durante el fin de semana.

Si la interpretación se mide con el goce, entonces es forzoso elaborar la interpretación como un modo de decir especial, un modo de decir que no es de la dimensión de la significación, que no es de la dimensión de la verdad sino que acentúa, en el significante, la materialidad, el sonido. Es la hipótesis a la cual sin duda Lacan arribó. Una hipótesis radical. Partimos de muy lejos. No es seguro que Freud al comienzo hiciera verdaderamente una diferencia entre interpretación y construcción. Es al final de su trayectoria que aisló la construcción, la construcción de saber, diciendo: Es distinto de lo que hay que decir al analizante. Pero el concepto de interpretación viene de todos modos de allí, de la comunicación de saber. Podemos decir que a partir del momento en que medimos la interpretación con el goce, con la constancia del goce, entonces la interpretación emigra, luego de la comunicación de saber, hasta el grito. Y por eso Lacan pudo decir que la interpretación eficaz era quizá del orden de la jaculación. Es decir un uso del significante que no es con fines de significación, que no es con fines de significado sino donde es el sonido, la consistencia misma del sonido, que podría hacer resonar la campana del goce de la manera que conviene para que pueda satisfacerse con el goce.

Pues nosotros estamos obligados aquí a hacer una disyunción entre goce y satisfacción.

No habría experiencia analítica si el goce fuera satisfactorio. Es precisamente porque allí el gusano está en la fruta, si puedo decirlo, el gusano está en la fruta de goce mismo, que un análisis es concebible donde una jaculación pueda rectificar. Rectificar no el sujeto como decía Lacan en sus primeros tiempos -él hablaba de rectificación subjetiva como primer momento del análisis-, aquí se trata, se trataría de una rectificación de goce, es decir que devenga, que pueda ser concebido como satisfactorio.

Hasta la semana próxima (aplausos).


(Primer pizarrón de JAM)


(Segundo pizarrón de JAM)

 
Traducción: Silvia Baudini