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El Debate de la Escuela Una N° 1
 

La ELP, será Una en el pase o no será
José R. Ubieto

Meses lamentándonos del declive del pase en la Escuela y ha sido necesario un acto (JAM) para que algo se mueva en el país del psicoanálisis. Los pasantes, los pasadores, el cartel, el colegio, todo el procedimiento patas arriba. Excelente oportunidad para reanimar el deseo por la experiencia del pase.

Quisiera aportar algunas reflexiones a partir de mi participación como pasador.

La sorpresa y la perplejidad que muchos colegas han subrayado en semejantes circunstancias, para mí aparecieron redobladas. Por un lado, la llamada del primer pasante me anunció así mi condición de pasador y vino de la mano de un afecto de angustia ante la tarea que se me venía encima. Tarea para la cual difícilmente se encuentra uno preparado, al menos la primera vez. Por otra parte, el silencio, en la Escuela misma, sobre esa función. Aparte de los textos institucionales, poco más a escrutar.

De allí que la propuesta actual de “tiranía de la transparencia” resulte una buena manera de reencontrarnos con ese interés por el pase, presente en el nacimiento mismo de la ELP. Transparencia con los límites propios de lo que se puede decir, de la verdad mentirosa que es todo discurso sobre lo real. En cualquier caso, esos límites no la hacen menos necesaria.

En la ELP conocemos el peso del silencio, la mortificación que produce en nuestra vida asociativa, la inercia paralela –que alimenta el ensimismamiento– de las conversaciones off the record. En ello juega, sin duda, la dialéctica de lo Uno y lo Múltiple, la especificidad “autonómica” española pero creo que hay también un estilo que ha conformado un hábito durante mucho tiempo y que aparece, sintomáticamente, como inhibición en ocasiones cruciales para el porvenir del psicoanálisis como es la hora actual.

La proximidad de nuestros colegas franceses, con los cuales tenemos una privilegiada transferencia de trabajo, ha sido la oportunidad de salir del ensimismamiento y de la tensión local pero al tiempo ha funcionado como un Otro (por supuesto se trata de nuestra construcción) exigente, idealizado y a veces imperativo, ante cuya (supuesta) demanda hemos optado en ocasiones por un cierto seguidismo acrítico y en general por la inhibición ante iniciativas propias. Todo lo cual no deja de resguardarnos de la castración.

En eso la cuestión del pase no ha sido una excepción. Al igual que los colegas de la ECF se lamentan del silencio y opacidad sobre el procedimiento, de la ausencia de voces –además de las de los AE– que aporten su experiencia sobre el procedimiento: desde los pasadores, hasta el cartel de pase y los propios pasantes no nominados, también en el ELP esa opacidad se ha hecho consistente en estos años. Es verdad que en los últimos tiempos se ha hecho un esfuerzo, tras la conversación de Madrid sobre el pase, para que ese horizonte de la Escuela Una estuviese en el trabajo de todos los miembros y socios y los espacios sobre el pase no han sido responsabilidad única de los AE.

Hablar del procedimiento desde las diferentes perspectivas implica poner en acto esa tesis de la Escuela del pase y reducir así la pendiente de idealización –y por tanto de inhibición– cuyas consecuencias paralizantes ya conocemos.

Varite de los testimonios
Entonces, ¿qué pasa con los pasadores? En mi primera experiencia el pasante trajo su testimonio ordenado de acuerdo a una lógica muy bien construida a lo largo de un tiempo previo extenso. Me correspondió a mí re-construir esa lógica, reducirla para su transmisión al cartel. La suerte fue la íntima convicción de que allí algo había pasado. Fue un testimonio con un alto valor de enseñanza, que el cartel sancionó con la nominación como AE.

La segunda ocasión fue muy distinto: la lógica del caso quedaba velada bajo una proliferación de formaciones del inconsciente para las cuales las notas tomadas resultaban material insuficiente para “pasar” algo de lo que podría ser el devenir analista. La vertiente del inconsciente transferencial funcionaba como obstáculo para la emergencia de lo real y su saber hacer allí. Hubo que volver a ver al pasante, por indicación del cartel, para que la prueba concluyera sin nominación. En tanto “placa sensible” transmití al cartel algo de la sombra espesa que velaba puntos candentes de la resolución sintomática del pasante.

La tercera vez también tuvo su particularidad diferencial. Se trataba de un testimonio breve, minimalista, con una lógica reducida ya por el pasante que sin embargo no alcanzaba para verificar la producción del analista, si bien daba cuenta del compromiso decidido del pasante con el psicoanálisis.

Tres pases singulares frente a los que, como pasador, tuve que arreglármelas con cada particularidad. Sin embargo todos, a su manera, me enseñaron cuestiones importantes sobre los diversos momentos de la experiencia analítica. Ninguno escatimó su esfuerzo y su trabajo por transmitir esa experiencia singular.

¿Por qué renunciar entonces, como escuela, a esas enseñanzas? ¿Por qué no dar voz también a aquellos pasantes que no concluyeron en nominación y a los pasadores que les acompañaron en el procedimiento? Y por supuesto a las enseñanzas del cartel del pase. La designación del pasador no es ajena al curso de su propio análisis, en mi caso apuntó a un punto preciso de mi manera neurótica de inhibirme, mi particular forma de no querer saber, con todo lo que esto supone de relanzamiento del deseo por el pase.

La autonomía de la que se ha hablado en este debate, la entiendo entonces no como un más de fragmentación, con todo lo que ello implica de encierro y endogamia, sino como un llamado a la responsabilidad y deseo de cada uno, como miembro (y socio) de la ELP para hacer del pase un asunto suyo, algo que le concierne a él y a la escuela en su conjunto y que por tanto no depende (sólo) de las vicisitudes del Otro. Una escuela de analizantes es sin duda la mejor política que el psicoanálisis puede darse hoy.