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El Debate de la Escuela Una N° 3
 

Carta dirigida a Jacques-Alain Miller
1 de enero de 2010 (JJ Nº 78)
Yves Depelsenaire

Soy miembro de la ECF desde sus comienzos. Fui acogido por el encantador Robert Lefort, uno de los pocos miembros de la antigua Escuela Freudiana de París en seguir fieles a Lacan después de la disolución. Guardo de nuestra entrevista un emocionado recuerdo. Tenía treinta años. No era ni médico ni psicólogo. Para ser breve, venía de ninguna parte.

He permanecido visceralmente vinculado a la existencia de esa Escuela. En un cierto sentido siempre representa para mí lo que fue en sus inicios: el lugar por el que Lacan apostaba para preservar su enseñanza. Joven y animada aún… Y el día en el que tenga la sensación de que ya no lo es, dejará de interesarme.

En el momento presente, tengo poco más o menos la edad que Rober Lefort tenía entonces. No estoy seguro de que una acogida parecida me estuviese todavía reservada. Es lo que me motiva para escribir estas letras.

No hay nada más intranquilizador que el “jovenismo”. No pienso que sea suficiente con abrir la puerta de la Escuela a batallones de “menos de X años” para reanimarla. Pero es claro que su malthusianismo es deprimente. Lo que no es nuevo. Conozco excelentes colegas, ya no muy jóvenes y con razón, que se han cansado de llamar a las puertas de la Escuela. Algunos tienen la gran desgracia de no ser ni médicos ni psicólogos. La Escuela, supuestamente ligada al principio del psicoanálisis laico, parece, para mi sorpresa, haber integrado esa condición en la selección de sus miembros. Pero conozco otros que han hecho el esfuerzo de fastidiosos años de facultad de psicología y a los que no se les trata sin embargo mejor.

Incluso en la coyuntura que ha seguido a las recientes Jornadas, no se me ocurriría animarlos a presentar su candidatura, por temor a exponerlos a una nueva y cruel decepción. Y eso que muchos de ellos son laboriosos desde hace años en las diversas redes del Campo freudiano. Admiro su perseverancia. Los compadezco cuando los encuentro esculpidos y prestos a personales prestaciones a demanda.

Dos casos precisos y significativos me han sacudido. Se trata de dos personas que conozco bien por haberlos propuesto como pasadores hace una decena de años. Según los ecos que me han llegado, cumplieron su tarea con gran satisfacción de los carteles de la época.

Después no fueron admitidos en la Escuela. Como me extrañé un poco ante un miembro del Consejo, me respondió que estaban decididamente animados por demasiado deseo de reconocimiento. ¡Qué broma más buena! ¡Como si de un deseo impuro como ese cada uno en la Escuela estuviese limpio! Conociendo la modestia demasiado grande de los interesados y la autenticidad de su relación con el psicoanálisis, dejé el tema.

La Escuela sufre de otro mal que se ha revelado mejor que nunca en las Jornadas y que mi amigo Hellebois ha definido muy bien: el “unismo”. Es lo que me hace temer que, a pesar de los espíritus enaltecidos por esas Jornadas en las que el analizante tomó la palabra y en las que la singularidad de la enunciación fue eminentemente sensible, el ala del deseo se abata demasiado pronto.

Por mi parte, los entusiasmos dirigidos han tenido siempre ese efecto. Hellebois consigue divertirse. Es el buen remedio. Voy a tratar de arreglarme al respecto.

Estos últimos años, el “unismo” se ha manifestado en dos direcciones opuestas. Hubo primero el periodo “Todos a los CPCT”. Un periodo simpático desde muchos puntos de vista que trajo, no lo olvidemos y Jacques-Alain Miller lo recordó felizmente en el merecido homenaje a Hugo Freda, a muchos jóvenes colegas hacia la Escuela como lugar privilegiado de formación clínica. Después, como consecuencia de las objeciones, ciertamente fundadas, expuestas por JAM, vino el periodo ¡oh qué poco simpático! del “Horror CPCT”.

Conocimos el mismo movimiento con “¡Viva el pase a la entrada!, seguido del “¡Que nadie entre aquí si antes no lo está!” ¿Apertura-cierre del inconsciente, imparable golpeo dialéctico, lo ineluctable? ¿Qué grito brotará dentro de unos meses? No jugaré al incauto y al pájaro de mal agüero. No presumo de nada de eso. Pero, ¿cómo hacer para que lo que se promete no sea comido con cubiertos de aplausos? That´s the question, y no hay naturalmente respuesta precocinada. Sepamos al menos lo que nos cuelga de la nariz.

 
 
Traducción: Jesús Ambel