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El Debate de la Escuela Una en la EOL N°10
 

Las lógicas colectivas, la enunciación y la civilidad en la Escuela
Claudia Lijtinstens

El binario posible de pensar entre las escuelas y la Escuela Una, entre lo múltiple y lo Uno, entre los colectivo y lo singular, nos sirve para introducir algo de la lógica colectiva y su civilidad a partir de lo que descompleta ese binario, un guión entre ambos que siempre instaura la descompletud y el no todo necesario para preservar el vacío posibilitador de ¿qué es un psicoanalista?

Va a ser la Escuela esa entidad que aloja la pregunta ¿qué es un psicoanalista?, cuya respuesta -siempre en suspenso- aparece como un vacío de saber.

La Escuela supone, también, una lógica colectiva con un Ideal y lo que hace Lacan cuando funda la Escuela, es remitir  a cada uno a su soledad de sujeto, a la soledad subjetiva, a la relación de cada sujeto con el Ideal, con el significante Amo, bajo el cual se coloca. No se coloca él como  el Ideal, sino que se propone como un sujeto que tiene relación con un ideal, como los otros a los que  invita a reunírsele con él. Ese es el punto común, no un identidad, sino una relación a un ideal.

Ahora bien, cada grupo tiene sus ideas y ese lugar es el lugar de la enunciación.

J-A. Miller distingue dos modos de enunciación en un grupo. Uno, el que se emite desde el lugar del Ideal, que consiste en oponer  “nosotros” a “ellos”, aludiendo a la tesis de K. Schmitt de oposición “amigo”-“enemigo”.

Este discurso masificante, que se constituye a partir de la sugestión, intensifica la alienación subjetiva al Ideal. Pero, también, hay otro discurso – inverso- que también se emite desde el lugar del Ideal, pero que consiste en enunciar interpretaciones.

Interpretar el grupo es disociarlo y remitir, a cada uno de los miembros, a su soledad, a la soledad de su relación al Ideal”. Es este, entonces, un discurso  des-masificante.

La Escuela sería, entonces un conjunto de soledades subjetivas, una comunidad de sujetos que están advertidos de la naturaleza de los semblantes y para quienes el Ideal ,igual para todos es una causa para cada uno, experimentada a nivel de esta soledad subjetivacomo una elección subjetiva propia, forzada, que implica una pérdida….”

La Escuela como una suma de soledades subjetivas; cada uno está solo con su rasgo, con su estilo, pero no solo, sino con algunos  otros, por  la causa analítica.

No es una colectividad sin Ideal, sino una comunidad que sabe lo que es el Ideal.

La Escuela que pensó Lacan  no fue la sociedad psicoanalítica de Freud, basada en los lazos fraternos que sostienen al padre como excepción, sino un conjunto o serie de excepciones, sujetos barrados cada uno, fijados a significantes amos, y “…habitados por la extimidad de un plus de gozar particular de cada uno”.

En la Escuela, cada soledad es una excepción, no “sindicalizables

Conjunto inconsistente a lo B. Russell, donde no vale el “para todos”, sino que es “no-todo”, lógicamente inconsistente, presentándose bajo la forma de una serie en la que falta una ley de formación.

No hay el “todo” de la Escuela., sino  un conjunto anti-totalitario, regido por la función del Significante que falta en el Otro (S-A), la Escuela Una tal vez en ese lugar…

El problema de los efectos de grupo se presenta cuando esta tensión generada por las jerarquías, grados – garantía y autoridad, es taponado el lugar del Ideal  por el Uno, cercenando la relación de cada Sujeto con el Ideal.

Según E. Laurent, en “Las paradojas de la Identificación”, la dificultad “es creerse lo que uno es…” lo cual interpreto apunta a generan efectos devastadores de subgrupos, o la aniquilación o  las luchas narcisísticas  por ocupar el lugar del ideal.

Que la autoridad devenga tal por los efectos de formación es una vía posible, que crea lazos, civiliza, pero si la autoridad, se vuelve infatuación, se cree única, se vuelve excepcional, se monopoliza en grupo, no genera respeto por  las diferencias, sino identificación a la autoridad, al Uno, sin el Otro.

El asunto se sitúa inquietante a la hora de pensar los lazos entre estas soledades subjetivas, donde habría una apuesta  a convivir con las diferencias.

La capacidad de convivir con las diferencias, según Z.  Baumann, “…es un arte; requiere estudio y ejercicio. La esencia de la civilidad es la capacidad de interactuar con extraños, sin atacarlos por eso y sin presionarlos para que dejen de serlo, o para que renuncien a alguno de los rasgos que los convierten en extraños. Se trata del arte de la civilidad, que la reducción del síntoma nos permite, “es solo a partir de la letra del síntoma que tenemos acceso a lo real, el síntoma como  el vector obligado de la relación a la causa analítica” (Montribot, Mediodicho 24), el  síntoma de cada uno, en un lazo inventivo con la Escuela, con Unos pluralizados, descompletados y con otros.