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El Debate de la Escuela Una en la EOL N°11
 

¿Quién es quién?
Blanca Sánchez

Estamos en un momento de reformulación del dispositivo del pase. En esa línea Mauricio Tarrab en su carta a JAM (JJ 85) propone interrogar a los analistas en una cuestión muy puntual: “en qué, por ejemplo, la transferencia no se constituye en un obstáculo para la salida del análisis. Un obstáculo puesto por el analista, no por el analizante”. Se refiere a la cita de Miller en la presentación del VI Congreso de la AMP, en la que –retomando el Seminario 11- nos recuerda la advertencia de Lacan “¿a quién sino a los analistas?, que los analizantes no son sus obras”. Pregunta completamente pertinente porque no solamente apunta a la “liquidación” de la transferencia y al pasaje del trabajo de transferencia a la transferencia de trabajo, sino también al hecho de ubicar de qué modo podría un analizante ir más allá de lo que su analista ha querido hacer de él, lo cual es también una puesta a prueba del final del análisis para ese sujeto. Pero hay otro aspecto a interrogar que tiene una arista compleja: no solo recordarle al analista que su analizante no es su obra, sino la de recordarles a los otros analistas que un analizante no es obra de su analista.

Es toda una polémica porque, a mi entender, consuena con una cuestión que atraviesa nuestra cotidianeidad. Llámese “nuestra endogamia grupal”, “las sensibilidades”, “los grupos”,  o “la EOL como una suma de comunidades”. Graciela Brodsky, nos ilustra sobre esto en “El pase y la armada Brancaleone” (JJ- 52) “Una vez, en la EOL, el empuje a la comunidad llegó hasta los carteles del pase. En esa ocasión, una comunidad -en realidad la EOL es una suma de comunidades- soñó con adueñarse del pase. No es imposible si se saben mover los hilos que hace falta y se hacen los cálculos necesarios: piense bien a quien elige como analista, supervise con quien convenga, haga campaña electoral para llevar a sus amigos al cartel del pase, preséntese en el buen momento y trate de convencer a los ingenuos que con este shibolet en la mano el camino para devenir analista está asegurado”.

Es indeseable que los efectos de grupo se apoderen del dispositivo del pase, y también de la Escuela. Pero ¿cómo hacer con ese, nuestro síntoma, de la mejor manera? Releyendo los aportes al debate, no podía dejar de ubicar que la particularidad que encontramos respecto de la Escuela Una, la dialéctica entre lo Uno y lo múltiple, se reproduce, hacia adentro de nuestra Escuela. La apuesta es escapar a convertirse en “múltiples monólogos indiferentes unos de otros”, pero también al “aburrimiento que se liga a la homogeneidad del Uno”, tal como podemos leer en la “Declaración de la Escuela Una”. No favorecer los efectos de grupo, pero tampoco negar los efectos de transferencia de trabajo sino poder alojarlos de la mejor manera posible.

¿Quién es quién? es un juego para niños basado en un simple ejercicio de lógica en el cual uno de los participantes elige un personaje (de una lista predeterminada) y el otro, en base a preguntas sencillas que requieran como respuesta solamente “si” o “no”, debe adivinar de quién se trata. Me he servido de este ejemplo para presentar una publicación de múltiples autores, recortando de la mayoría de los textos, frases, detalles, expresiones que singularizaban a su autor y a la idea que querían transmitir, un rasgo novedoso sobre algún tema, un estilo e incluso un modo de ser. Lo que identificaba a cada uno y aquello que me permitía identificarlos.

Del mismo modo podríamos preguntar “¿quién es quién frente a la experiencia de su inconsciente?” A mi entender, la actual política de la enunciación es algo más que la primera persona. Se trata de que la implicación subjetiva en el trabajo que cada uno haga sea lo suficientemente fuerte como para que la producción deje como saldo un saber que no es por acumulación sino que está íntimamente relacionado con ese saber “que vale lo que cuesta (...) porque uno tiene que arriesgar el pellejo”, tal como dice Lacan en el Seminario 20, ese saber por el que se ha “pagado el precio” en el análisis. Es verdad que esto no siempre sucede de ese modo en las exposiciones que hacemos.

Se trata de una apuesta más allá del tema que se trate, y que puede estar en juego sin necesidad de “dar testimonio”.

Pero también debo reconocer que quizás dar cuenta del momento de la experiencia analítica en la que cada uno se encuentre, nos permita verificar no solamente los efectos del trabajo de transferencia, sino también los efectos de la transferencia de trabajo, único medio por el que el psicoanálisis puede transmitirse.     Transferencia de trabajo que sostiene los lazos de trabajo en la Escuela, lazos que pueden encarnarse en algunos pero que no es excluyente del trabajo con los otros.

La práctica de exposición de los momentos de análisis y la relación al inconsciente de cada uno es, a mi gusto, un modo de despegar al analizante como obra del analista, al no preguntar “¿de quién es quién?”, para poder pegarlo a su singularidad, preguntándonos cada vez “¿quién es quién?”. Por supuesto que, como cualquier práctica novedosa, genera cuestiones curiosas, como la de escuchar lo que podría ser leído como el testimonio de un AE, antes de que éste sea nominado.

De todas maneras, sería intentar, una vez más, construir un modo de saber hacer con el síntoma de nuestra Escuela.