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El cartel
El cuaderno de navegación

N°11 - Agosto de 2007
Nada más ciego que una mancha
Mirta Paulozky
 

Es la frase que tomo de Lacan del seminario X, introducida a través de la "mancha pigmentaria", primera aparición de un órgano diferenciado, en el sentido de una sensibilidad propiamente visual.

Para revelar lo que tiene de "apariencia" el carácter satisfactorio de la forma en cuanto tal, para ver cómo se desgarra lo que esto tiene de ilusorio, basta con introducir una mancha en el campo visual y veremos a qué se agarra verdaderamente el extremo del deseo.

Podemos tomar a través de la mancha la función de lunar (Lunar: literalmente = grano de belleza). Lunar y tejidos de belleza (siguiendo con el juego de palabras) muestran el lugar del a, reducido aquí al punto cero.

Es el lunar el que me mira. Es porque me mira por lo que me atrae tan paradójicamente; algunas veces con más razón que la mirada de "mi partenaire", pues ésta mirada me refleja, y en la medida que me refleja, no es más reflejo, vaho imaginario.

No es preciso que el cristalino esté opacado por la catarata para cegar la visión. Cegarla al menos en lo que a la castración se refiere, siempre elidida en el plano del deseo cuando éste se proyecta en la imagen.

Qué es lo que nos mira? Vale como ejemplo el blanco del ojo de un ciego. Esta es también la virtud del tatuaje.

Es en el seminario V donde Lacan toma el concepto de "marca" como un signo. Signo de lo que sostiene esa relación castradora donde podemos ejemplificar con las encarnaciones religiosas en las que reconocemos el complejo de castración como la circuncisión; particular forma de inscripción, de marca, de tatuaje, vinculada con una fase que se presenta como el acceso a cierto estadio del deseo.

Vemos la marca en los rebaños, donde cada pastor tiene su marca para distinguir sus ovejas de las de los demás.

La circuncisión se presenta como algo que constituye un rebaño determinado, el rebaño de los elegidos por dios. Pero Lacan nos dice algo más, dice: "lo que la experiencia analítica y Freud nos plantean al principio, es que hay una relación estrecha entre el deseo y la marca."

Aquí la marca no es sólo el signo del reconocimiento del pastor. Cuando se trata del hombre, el ser vivo marcado tiene un deseo que no carece de cierta relación con la marca.

La marca es lo que modifica el deseo. Tal vez haya en éste deseo, desde el origen, una hiancia que le permite a la marca tener su incidencia especial.

No podemos dejar de pensar en la referencia al rasgo unario: el primer significante es una muesca, con la que se marca. Que el sujeto de la prehistoria por ejemplo haga su marca, una muesca, en la caverna cuando ha matado un animal, con lo cual ya no se confundirá (en su memoria) cuando haya matado, por ejemplo, más de diez. No tendrá que acordarse cuál es cuál. Los contará a partir de ese rasgo unario.

El propio sujeto se ubica con el rasgo unario. Éste, de entrada, se señala como tatuaje, el primero de los significantes.

Cuando éste significante, éste uno, quede instituido, la cuenta es un uno. El sujeto tiene que situarse como tal, no a nivel del uno, sino del un uno, a nivel de la cuenta. Ya en esto, ambos uno se distinguen.

Podemos entonces pensar en la huella. El paso sobre la arena que no engaña a Robinson. Acá el signo se separa de su objeto.

La huella, en lo que tiene de negativo, lleva el signo natural a un límite en que éste es evanescente. La distinción entre el signo y el objeto es aquí muy clara, ya que la huella es precisamente lo que deja el objeto que se fue a otra parte.

No se necesita sujeto alguno que reconozca el signo para que esté; la huella existe aun cuando no haya nadie para mirarla.

Cómo pasamos al orden del significante? El significante puede extenderse a muchos elementos del dominio del signo, sin embargo, el significante es un signo que no remite a un objeto, si siguiera en estado de huella. Aunque la huella anunciase carácter esencial; es también signo de una ausencia.

Entonces… nada más ciego que una mancha. Siendo la mancha la marca particular de cada sujeto para nombrar la falta. Y allí podemos colocar en ese exacto lugar al tatuaje, al piercing, entre otros como intentos de marcar en el cuerpo un vacío irremediable, de llenar sobre el vacío del ojo, la imagen revelada, pero irremediablemente oculta, al mismo tiempo del deseo escoptofílico.

El ojo del propio voyer se le presenta al Otro como lo que es: impotente, ya que el objeto a es lo que falta, lo que no hay, lo que no se puede aprehender, ni siquiera en la imagen.