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El pase
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Proposición del 9 de octubre de 1967
Jacques Lacan
 

- Primera versión -
El texto definitivo de la Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela se publicó en el primer número de la revista Scilicet (Ed. du Seuil, 1969). Reproducimos aquí la primera versión inédita, la Proposición tal como fue efectivamente formulada el 9 de octubre de 1967.

Se trata de fundar en un estatuto lo bastante durable para ser sometido a la experiencia, las garantías con que nuestra Escuela podrá autorizar por su formación a un psicoanalista, y desde ese momento responder de esto.

Para introducir mis proposiciones ya están mi acta de fundación y el preámbulo del anuario. La autonomía de la iniciativa del psicoanalista se plantea allí en un principio que entre nosotros no podría sufrir vuelta atrás.

La Escuela puede dar testimonio de que en esa iniciativa el psicoanalista aporta una garantía de formación suficiente. Puede ella asimismo constituir el ambiente de experiencia y crítica que establezca y hasta sostenga las mejores condiciones de garantías.

Puede hacerlo y, por lo tanto, debe, ya que no es la Escuela únicamente en el sentido de que distribuye una enseñanza, sino de que instaura entre sus miembros una comunidad de experiencia, cuyo meollo está dado por la experiencia de los practicantes.

A decir verdad, su enseñanza misma no tiene más fin que el de aportar a esa experiencia la corrección, a esa comunidad la disciplina desde donde se promueve, por ejemplo, la cuestión teórica de situar el psicoanálisis con respecto a la ciencia.

El núcleo de urgencia de esa responsabilidad no pudo dejar de inscribirse ya en el anuario.

Garantía de formación suficiente: es el A.M.E., el analista miembro de la Escuela.

A los A.E., llamados analistas de la Escuela, les correspondería el deber de la institución interna que somete a una crítica permanente la autorización de los mejores.

Aquí debemos insertar la Escuela en lo que, para ella, es el caso. Expresión que designa una posición de hecho que ha de retener acontecimientos relegados en esta consideración.

Por su agrupamiento inaugural, la Escuela no puede omitir que éste se constituyó por una elección para sus miembros deliberada, la de quedar excluido de la Asociación psicoanalítica internacional.

Cada uno sabe, en efecto, que fue sobre una votación, que no ponía en juego otra cosa sino el permitir o el prohibir la presencia de mi enseñanza, como se suspendió su admisión a la I.P.A., sin otra consideración extraída de la formación recibida, y especialmente sin objeción de que ésta fuese recibida de mí. Una votación, una votación política, bastaba para ser admitido en la Asociación psicoanalítica internacional, como lo demostraron sus consecuencias.

De esto resulta que aquellos que se reagruparon en mi fundación, con ello no atestiguan otra cosa que el valor que atribuyen a una enseñanza -que es la mía, de hecho sin rival- para sostener su experiencia. Esta atribución es de pensamiento práctico, digámoslo, y no de enunciados conformistas: es por el aire, llegaremos a esta metáfora, que nuestra enseñanza aporta al trabajo, que se prefirió ser excluido a verla desaparecer e incluso a separarse de ella. Esto se deduce fácilmente del hecho de que hasta ahora no disponemos de ninguna otra ventaja con la que pudiéramos compensar la posibilidad así declinada.

Antes de ser un problema que se proponga a ciertas cavilaciones analíticas, mi posición de jefe de Escuela es un resultado de una relación entre analistas, que desde hace diecisiete años se impone a nosotros como un escándalo. Subrayo que nada hice al producir la enseñanza que me fue confiada en un grupo, ni para obtener brillo para mí, especialmente por ninguna apelación al público, ni incluso para subrayar demasiado las aristas que habrían podido contrariar la vuelta a la comunidad, que durante estos años continuaba siendo la única verdadera preocupación de aquellos a quienes me había reunido un infortunio precedente (es decir, la sanción decretada por los esmeros de la señorita Ana Freud a una estúpida maniobra, cometida bajo la consigna de que yo no me enterara de ella).

Esta reserva de mi parte es notable, por ejemplo, en el hecho de que un texto, esencial de encontrar en mis Escritos por presentar, bajo la inevitable forma de la sátira, la crítica cuyos términos fueron todos elegidos, de las sociedades analíticas en ejercicio, (Situación del psicoanálisis en 1956), de que ese texto, que se debe tener por prefacio a nuestro esfuerzo presente, fue retenido por mí hasta la edición que lo libra.

He preservado, pues, en estas pruebas, se sabe, lo que podía yo dar. Pero también preservé lo que a otros parecía algo por obtener.

Estas evocaciones sólo están destinadas a situar con precisión el orden de concesión educativa al que sometí incluso los tiempos de mi doctrina.

Esta medida, siempre sostenida, permite ahora olvidar el increíble oscurantismo del auditorio ante el cual tenía que hacerla valer.

Esto para decir que aquí me será preciso adelantar, en las fórmulas que voy a proponerles ahora, los resultados que tengo el derecho de esperar, y en especial de las personas presentes, de lo que me fue permitido emitir hasta entonces.

Al menos se tiene, para inferir lo que viene aquí, bajo todas las formas posibles, ya de mí la indicación. Partimos de que la raíz de la experiencia del campo del psicoanálisis planteado en su extensión, única base posible para dar motivo a una Escuela, debe ser hallada en la experiencia psicoanalítica misma, queremos decir tomada en intensión: única razón valedera que se ha de formular de la necesidad de un psicoanálisis introductivo para operar en este campo. En lo cual, por lo tanto, concordamos de hecho con la condición, admitida por doquier, del psicoanálisis llamado didáctico.

Por lo demás, dejamos en suspenso lo que impulsó a Freud a ese extraordinario joke que realiza la constitución de las sociedades psicoanalíticas existentes, porque no es posible decir que él las habría querido de otro modo.

Lo que importa es que no pueden sostenerse en su éxito presente sin un apoyo firme en lo real de la experiencia analítica.

Es preciso, pues, interrogar a ese real para saber cómo conduce a su propio desconocimiento, y hasta produce su negación sistemática.

Este feed-back desviante sólo puede ser detectado, como acabamos de plantear, en el psicoanálisis en intensión. Al menos así se lo aislará de aquello que en la extensión corresponde a resortes de competencia social, por ejemplo, que no pueden producir aquí otra cosa que confusión.

Quién que posea cierta visión de la transferencia podría dudar de que no hay referencia más contraria a la idea de la intersubjetividad?

Hasta el punto de que podría sorprenderme el que ningún practicante se hubiese percatado de hacerme con ella objeción hostil, y hasta amistosa. Esto me habría dado ocasión de señalar que fue efectivamente para que él pensara en ello que tuve que recordar primero lo que implica de relación intersubjetiva el uso de la palabra.

Esto explica que a cada momento, en mis Escritos, indique mi reserva sobre el empleo de la mencionada intersubjetividad por esa especie de universitarios que no saben zafarse de su suerte sino aferrándose a términos que les parecen levitatorios, por no captar su conexión allí donde sirven.

Es verdad que son los mismos que favorecen la idea de que la praxis analítica está destinada a abrir a la comprensión nuestra relación con el enfermo. Complacencia o malentendido que falsea nuestra selección desde el comienzo, donde se muestra que ellos no pierden tanto el norte cuando se trata de ganarse el pan.

La transferencia, vendo martillándolo desde hace algún tiempo, no se concibe sino a partir del término del sujeto supuesto saber.

Dirigiéndome a otros, produciría yo de entrada lo que este término implica de caducidad constitutiva para el psicoanalista, ilustrándolo con el caso original. Fliess, es decir, el medicastro, el cosquilleador de narices, pero que en esa cuerda pretende hacer resonar los ritmos arquetípicos,, veintiún días para el macho, veintiocho para la hembra, muy precisamente ese saber que se supone basado en otras redes que las de la ciencia que en esa época se especifica por haber renunciado a aquéllas.

Esta mistificación que redobla la antigüedad del status médico, es lo que bastó para abrir el lugar donde después se alojó el psicoanalista. Qué significa esto sino que el psicoanálisis depende de aquel que debe ser llamado psicoanalizante: Freud el primero en la ocasión, demostrando que pueden concentrar en él la totalidad de la experiencia. Lo que no por ello constituye un autoanálisis.

Está claro que el psicoanalista tal como resulta de la reproducción de esa experiencia, por la sustitución del psicoanalizante original en su lugar, se determina de manera diferente en relación con el sujeto supuesto saber.

Este término exige una formalización que lo explique. Y que precisamente tropieza de inmediato con la intersubjetividad. ¿Sujeto supuesto por quién, se dirá, sino por otro sujeto?

¿Y si provisionalmente supusiéramos que no hay sujeto que pueda ser supuesto por otro sujeto? Sabemos, en efecto, que no nos referimos aquí al sentido difuso del sujeto psicológico, que es precisamente lo que el inconsciente pone en cuestión.

¿No es algo establecido que el sujeto trascendental, digamos el del cogito, es incompatible con la posición de otro sujeto? Ya en Descartes se advierte que no podría tratarse de esto, salvo pasando por Dios como garante de la existencia. Hegel vuelve las cosas a su lugar con la famosa exclusión de la coexistencia de las conciencias. De donde parte la destrucción del otro, inaugural de la fenomenología del espíritu, pero ¿de qué otro? Se destruye al viviente que soporta la conciencia, pero a la conciencia, la del sujeto trascendental, es imposible. De allí la puerta cerrada en que Sartre concluye: es el infierno. Tampoco el oscurantismo parece estar cerca de morir tan pronto.

Pero tal vez, planteando al sujeto como lo que un significante representa para otro significante, podremos volver más manipulable la noción de sujeto supuesto: el sujeto está allí bien supuesto, muy precisamente bajo la barra misma trazada bajo el algoritmo de la implicación significante. O sea:

S--------S’
_____________
S...

El sujeto es el significado de la pura relación significante. ¿Y al saber, dónde asirlo? El saber no es menos supuesto, acabamos de advertirlo, que el sujeto. Una vez más se impone aquí la necesidad del pentagrama de la escritura musical para dar cuenta del discurso, para que se capte profundamente el

supuesto
sujeto... saber

Dos sujetos no son impuestos por la suposición de un sujeto, sino únicamente un significante que representa para otro cualquiera, la suposición de un saber como adyacente a un significado, o sea un saber tomado en su significación. Lo que define como ternaria a la función psicoanalítica es la introducción de este significante en la relación artificial del psicoanalizante en potencia con lo que permanece en estado de x, a saber, el psicoanalista.

Se trata de extraer de aquí la posición, así definida, del psicoanalista.

Porque aquel que así se designa no puede, sin deshonestidad radical, deslizarse dentro de este significado, aun cuando su partenaire lo vista con él (que en modo alguno es lo corriente), dentro de este significado al que se le imputa el saber.

Porque su saber no sólo no es de la especie de aquello que Fliess elucubra, sino que muy precisamente es aquello de lo que él no quiere saber nada. Como seve en ese real de la experiencia hace poco invocada allí donde él está: en las Sociedades, si la ignorancia en que el analista permanece de lo que incluso podría empezar a articularse de científico en ese campo, por ejemplo la genética o la intersexualidad hormonal. Lo sabemos: de eso no conoce nada. En rigor, si lo tiene que conocer es sólo a modo de coartada para los colegas.

Por lo demás, las cosas encuentran su lugar de inmediato si se recuerda lo que, para el único sujeto en cuestión (que es, no lo olvidemos, el psicoanalizante), hay que saber.

Y esto introduciendo la distinción siempre presente en la experiencia del pensamiento tal como la historia la ofrece: distinción entre saber textual y saber referencial.

Una cadena significante: tal es la forma radical del saber llamado textual. Y lo que el sujeto de la transferencia se supone que sabe es, sin que el psicoanalizante lo sepa aún, un texto, si el inconsciente es efectivamente lo que sabemos: estructurado como un lenguaje.

Cualquier sabio de otro tiempo, y hasta sofista, propalador de cuentos, u otro talmudista, enseguida estaría aquí al corriente. Errado sería creer, sin embargo, que ese saber textual ha dado fin a su misión con el pretexto de que ya no admitimos revelación divina.

Un psicoanalista, al menos de aquellos a los que enseñamos a reflexionar, debería no obstante reconocer aquí la razón de la prevalencia de un texto al menos, el de Freud, en su cogitación.

Digamos que el saber referencial, el que se vincula al referente, que como saben ustedes completa el ternario cuyos otros dos términos son significante y significado, dicho de otro modo, que lo connota en la denotación, no está ausente, desde luego, del saber analítico, pero concierne ante todo a los efectos del lenguaje, el sujeto en primer lugar, y lo que podemos designar con el término amplio de estructuras lógicas.

Sobre muchísimos objetos que estas estructuras implican, sobre casi todos los objetos que por ellas vienen a condicionar el mundo humano, no se puede decir que el psicoanalista sepa gran cosa.

Estaría mejor, pero es variable.

La cuestión es no lo que él sabe, sino la función de lo que él sabe en el psicoanálisis.

Si nos atenemos a ese punto nodal que allí designamos como intensivo, o sea la manera en que tiene que precaverse de la investidura que recibe del sujeto supuesto saber, aparece claramente la discordancia de lo que de inmediato va a inscribirse de ello en nuestro algoritmo

S--------- (S', S"...
s... (S’, S" S"'... S")

Todo lo que sabe no tiene nada que ver con el saber textual que el sujeto supuesto saber le significa: el inconsciente que implica la empresa del psicoanalizante.

Simplemente el significante que determina a un cierto sujeto, tiene que ser retenido por él por lo que significa: el significado del texto que él no sabe.

Así es lo que dirige la extrañeza en que se le aparece la recomendación de Freud, no obstante tan insistente, que se articula de manera expresa como el excluir todo lo que él sabe cada vez que aborda un nuevo caso.

El analista no posee otro recurso que el de colocarse en el nivel del s de la pura significación del saber, o sea del sujeto que todavía sólo es determinable por un deslizamiento que es deseo, de hacerse deseo del Otro, en la pura forma que se aísla como deseo de saber.

Siendo el significante de esa forma lo que se articula en el Banquete como áyatua el problema del analista es representable (y por eso le hemos dejado el sitio que sabemos) en la manera en que Sócrates soporta el discurso de Alcibíades, o sea, muy precisamente en cuanto apunta a otro, Agatón, de irónico nombre precisamente en este caso.

Sabemos que no hay äyaXya que aquel que quiera su posesión, pueda obtener.

La envoltura (cualquiera que sea la desgracia que haga al psiconalista parecer constituirla), es una envoltura que estará vacía, si él la abre a las seducciones del amor o el odio del sujeto.

Pero esto no equivale a decir que la función del äyakya del sujeto supuesto saber no pueda ser para el psicoanalista, tal como acabo de esbozar los primeros pasos, la manera de centrar lo concerniente a lo que elige saber. En esta elección, el lugar del no saber es central.

Este lugar no es menos articulable en conductas prácticas. Por ejemplo, lo hemos dicho, la del respeto al caso. Pero éstas resultan perfectamente inútiles fuera de una teoría sólida de lo que se rechaza y lo que se admite considerar como ser a saber.

El no saber no es de modestia, lo cual todavía implica situarse con relación a sí; es, propiamente, la producción "en reserva" de la estructura del único saber oportuno.

Para referirnos a lo real de la experiencia, supuestamente revelable en la función de las sociedades, encontremos ahí forma de entender por qué razón seres que se distinguen por la nulidad del pensamiento, reconocida por todos y admitida como de hecho en las conversaciones corrientes (esto es lo importante), son fácilmente puestos en el grupo en posición representativa.

Hay aquí un capítulo que designaré como la confusión sobre el cero. El vacío no es equivalente a la nada. El punto de referencia en la medida no es el elemento neutro de la operación lógica. La nulidad de la incompetencia no es lo no marcado por la diferencia significante.

Designar la forma del cero es esencial, que (tal es la mira de nuestro S interior), colocada en el centro de nuestro saber, sea rebelde a que la sustituyan las falsas apariencias de una prestidigitación aquí muy singularmente favorecida.

Porque justamente puesto que todo un saber excluido por la ciencia no puede sino ser mantenido a distancia del psicoanálisis, si no se sabe decir qué estructura lógica lo suple "en el centro" (término aquí aproximado), cualquier cosa puede ocuparlo - (y los discursos sobre la bondad). En esta línea se coloca la lógica del fantasma. La lógica del analista es el äyaa pa que se integra en el fantasma radical que construye el psicoanalizante.

Esta ordenación del orden del saber en función en el proceso analítico es aquello en torno a lo cual debe girar la admisión en la Escuela. Ella implica toda clase de aparatos, cuya alma debe ser hallada en las funciones ya delegadas en el Directorio: Enseñanza, Dirección de trabajos, Publicación.

Incluye la reunión de ciertos libros que se publicarán en colección, y más allá una bibliografía sistemática. Doy aquí sólo unas indicaciones.

Esta exposición está destinada a mostrar cómo se empalman inmediatamente los problemas en extensión, con aquellos centrales a la intensión.

Es así como hay que volver a abordar la relación del psicoanalizante con el psicoanalista, y, como en los tratados de ajedrez, pasar del comienzo al final de la partida.

Que en el final de la partida se encuentre la clave del paso de una de las dos funciones a la otra, esto es algo exigido por la práctica del psicoanálisis didáctico.

Nada hay aquí que no quede confuso o velado. Quisiera indicar cómo podría operar nuestra Escuela para disipar esta tiniebla.

No tengo aquí transición que facilitar para aquellos que me sitúen en otra parte.

¿Qué es lo que al final del análisis llega a darse a saber? En su deseo, el psicoanalizante puede saber lo que él es. Pura falta en tanto que (- (-Q), es por medio de la castración, cualquiera que sea su sexo, que encuentra el lugar en la relación llamada genital. Puro objeto en tanto que ( a ) él obtura la hiancia (béance) esencial que se abre en el acto sexual, por funciones que calificaremos de pregenitales.

Yo demuestro que esa falta y ese objeto tienen igual estructura. Esta estructura no puede ser más que relación con el sujeto, en el sentido admitido por el inconsciente. Ella condiciona la división de ese sujeto.

Su participación en lo imaginario (la de esa falta y ese objeto) permite al espejismo del deseo establecerse sobre el juego observado de la relación de causación por donde el objeto (a) divide al sujeto (d __________ (S barrado<> a) ).

Pero observen allí ustedes mismos lo que sucede con lo que denominé más arriba el psicoanalizante. Si digo que él es causa de su división, es en cuanto se ha convertido en el significante que supone el sujeto del saber. Sólo él no sabe que él es el äyaapa del proceso analítico (¿cómo, cuando es Alcibíades, no reconocerlo?), ni a qué otro significante desconocido (y cuán nulo por lo general) su significación de sujeto se dirige.

Su significación de sujeto no rebasa el advenimiento del deseo, fin aparente del psicoanálisis, sino que allí sigue siendo la diferencia del significante al significado lo que caerá (bajo la forma del (-Q) o del objeto (a) ) entre él y el psicoanalista, en la medida en que éste va a reducirse al significante cualquiera.

Por eso digo que es en ese (-Q) o ese (a) donde aparece su ser. El ser del áyalpa, del sujeto supuesto saber, completa el proceso del psicoanalizante, en una destitución subjetiva.

¿No tenemos aquí lo que sólo entre nosotros podríamos enunciar? ¿No es bastante para sembrar el pánico, el horror, la maldición y hasta el atentado? En todo caso, ¿lo que podría justificar las perjudiciales aversiones a la entrada del psicoanálisis?

Ciertamente, hay trastorno en un cierto extremo del análisis, pero sólo hay angustia legítima (de la que he hablado) si se penetra -y al psicoanálisis didáctico le es preciso hacerlo- en lo que bien hay que llamar un más allá del psicoanálisis, en la verdadera guardia donde sucumbe en el presente toda enunciación rigurosa sobre lo que allí sucede.

Esa guardia se une a la despreocupación que con mayor firmeza protege juntos a verdad y sujetos, y por eso al proferir ante los segundos la primera esto no produce, bien se sabe, ni calor ni frío sino a los que están cerca de ella. Hablar de destitución subjetiva no detendrá al inocente. Unicamente hay que tener presente que con respecto al psicoanalizante, el psicoanalista, y a medida que más se haya avanzado hacia el final de la partida, está en posición de resto hasta el punto de que efectivamente es a él que lo que, con una denotación gramatical que vale por mil, llamaríamos el participio pasado del verbo, convendría más bien en ese extremo.

En la destitución subjetiva, el eclipse del saber va a esa reaparición en lo real, con la que alguien a veces os entretiene.

Aquel que ha reconstruido su realidad de la hendidura del impúber, reduce a su psicoanalista al punto proyectivo de la mirada.

Aquel que, niño, se encontró en el representante representativo de su propia sumersión a través del papel de periódico con que se resguardaba el muladar de los pensamientos paternos, devuelve al psicoanalista el efecto de umbral donde él se vuelca en su propia deyección.

El psicoanálisis muestra en su fin una ingenuidad de la que cabe preguntarse si podemos darle el rango de garantía en el paso al deseo de ser psicoanalista.

Aquí corresponde retomar, pues, el sujeto supuesto saber del lado del psicoanalista. ¿Qué puede pensar este último ante lo que cae del ser del psicoanalizante, cuando habiendo llegado a saber éste un pedazo de ese sujeto, ya no tiene ningunas ganas de levantar su opción?

¿A qué se asemeja este punto de encuentro donde el psicoanalizante parece duplicarlo por una inversión lógica que se diría atribuyéndole su articulación: "Que él sepa como que es de él lo que yo no sabía del ser del saber, y que ahora tiene por efecto que lo que yo no sabía está de él borrado"?

Esto es otorgarle la mejor parte de ese saber acaso inminente, en lo más agudo, que lo que la destitución subjetiva en esa caída enmascara la restitución donde viene el ser del deseo, de reunirse, no anudándose allí más que de un único borde, al ser del saber.

Así Tomás al final de su vida: sicut palea, lo dice de su obra: basura.

Por lo que el psicoanalista dejó obtener al psicoanalizante del sujeto-supuesto-saber, a él le corresponde perder allí el äyapa.

Fórmula que nonos parece indigna de ocupar el lugar de la fórmula de la liquidación -¡término cuán fútil!- de la transferencia, cuyo beneficio principal es, a pesar de la apariencia, echar siempre al paciente presunto, en última instancia, la responsabilidad.

En ese rodeo que lo rebaja, el analista es gozne de la seguridad que toma el deseo en el fantasma, y del cual se revela entonces que su aprehensión no es otra cosa que la de un des-ser.

¿Pero no se ofrece aquí al psicoanalizante esa vuelta de más en el doblaje que nos permite engendrar en él el deseo del psicoanalista?

Retengamos sin embargo, antes de dar ese paso, la alternancia en que nuestro discurso se sincopa al hacer así que uno de ellos sea pantalla para el otro. ¿Dónde palpar mejor la no intersubjetividad? Y cuán imposible es que aquel que atraviesa ese pase emita un testimonio justo sobre el que lo constituye; entendamos que él es este pase por resultar su momento su esencia misma, aun si, después, eso le pasará.

Por eso aquellos a quienes eso pasó hasta el punto de quedar boquiabiertos por ello, me parecen juntar lo impropio con lo imposible en ese testimonio eventual, y mi proposición será que sea más bien ante alguien que aún esté en el movimiento original como se experimente que ha advenido efectivamente el deseo del psicoanalista.

¿Quién mejor que este psicoanalizante en el pase podría autentificar allí la cualidad de una cierta posición depresiva? No estamos descubriendo nada. Uno no puede dárselas de eso, si no está en la cosa.

Este es el momento mismo de saber si en la destitución del sujeto adviene el deseo que permita ocupar el lugar del des-ser, precisamente de querer operar nuevamente lo que implica de separación (con la ambigüedad del se parece que allí incluimos para tomar aquí su acento) el áyatya Digamos aquí, sin más desarrollo, que un acceso semejante implica la barra puesta sobre el Otro, qué el dyaaua es su significante, que es el Otro que cae el (a) como en el Otro se abre la hiancia del (-Q) y que por eso, quien puede articular ese S (A barrado) no tiene que hacer ningún curso, ni en los Muy Necesarios ni entré las Suficiencias para ser digno de la Beatitud de los Grandes Ineptos de la técnica reinante.

Por la razón de que aquél como S(A barrado)echa raíces en lo que se opone más radicalmente a todo aquello en lo cual es preciso y basta con ser reconocido para ser: la honorabilidad, por ejemplo.

El paso que ha cumplido se traduce aquí de otro modo. Para ello ni hace falta ni basta con que se lo crea dado para que lo sea. Este es el verdadero alcance de la negación constituyente de la significación de infamia.

Connotación que bien habría que restaurar en el psicoanálisis.

Distraigámonos. Apliquemos S(A barrado)a A.E. Esto da: E. Queda la Escuela [Ecole] o la Prueba [Epreuve], quizá. Eso puede indicar que un psicoanalista siempre tiene que poder elegir entre el análisis y los psicoanalistas.

Pretendo designar únicamente en el psicoanálisis en intensión la iniciativa posible de un nuevo modo de acceso del psicoanalista a una garantía colectiva.

Lo que no implica decir que considerar al psicoanálisis en extensión, o sea los intereses, la investigación, la ideología que él acumula, no sea necesario para la crítica de las sociedades tal como ellas soportan esa garantía fuera de nuestro ámbito, para la orientación que habrá de darse a una Escuela nueva.

Hoy no preveo más que una construcción de órganos para un funcionamiento inmediato.

Esto quizá no me exime de indicar al menos, condición previa de una crítica al nivel de la extensión, tres puntos de referencia que hay que producir como esenciales. Tanto más significativos cuanto que al imponerse por su grosor, se reparten en los tres registros de lo simbólico, lo imaginario y lo real.

El apego especificado del análisis a las coordenadas de la familia es un hecho que se debe apreciar en varios puntos. Es sumamente notable en el contexto social.

Parece enlazado a un modo de interrogación de la sexualidad que corre el gran riesgo de dejar escapar una conversión de la función sexual que se opera ante nuestros ojos.

La participación del saber analítico en ese mito privilegiado que es el Edipo, privilegiado por la función que cumple en el análisis, privilegiado también por ser, según la expresión de Kroeber, el único mito de creación moderna, es el primero de tales puntos de referencia.

Observemos su papel en la economía del pensamiento analítico v atrapémoslo en el hecho de que si se lo saca de ella, todo el pensamiento normativo del psicoanálisis aparece equivaliendo en su estructura al delirio de Schreber. Piénsese en Entmannung, en las almas redimidas, y hasta en el psicoanalista como cadáver leproso.

Esto cede el lugar a un seminario sobre el Nombre-del-Padre, del cual sostengo que no es por azar que no haya podido yo hacerlo.

La función de la identificación en la teoría -su prevalencia-, como la aberración de reducir a ella la terminación del análisis, está enlazada a la constitución que dio Freud a las sociedades, y plantea la cuestión del límite que quiso él dar con ello a su mensaje.

Ella debe ser estudiada en función lo que es en la Iglesia y el Ejército, tomados aquí por modelos, el sujeto supuesto saber.

Esa estructura es indiscutiblemente una defensa contra el cuestionamiento del Edipo: el Padre ideal, es decir, el Padre muerto, condiciona los límites en los que en lo sucesivo permanecerá el proceso analítico. El coagula la práctica en una finalidad desde ahora imposible de articular y que oscurece en un principio lo que se debe obtener del psicoanálisis didáctico.

La marginación de la dialéctica edípica que de esto resulta se acentúa cada vez más en la teoría y en la práctica. Sin embargo, esta exclusión posee una coordenada en lo real, a la que se dejó en una profunda sombra.

Se trata del advenimiento, correlativo a la universalización del sujeto procedente de la ciencia, del fenómeno fundamental cuya erupción puso en evidencia el campo de concentración.

Quién no ve que el nazismo sólo tuvo aquí el valor de un reactivo precursor.

El ascenso de un mundo organizado sobre todas las formas de segregación, a esto se mostró aún más sensible el psicoanálisis, no dejando a ninguno de sus miembros reconocidos en los campos de exterminio.

Pues bien: tal es el resorte de la segregación particular en que él mismo se sostiene, en tanto que la I.P.A. se presenta en esa extraterritorialidad científica que hemos acentuado, y que hace de ella algo muy diferente de las asociaciones análogas en título de otras profesiones. Hablando con propiedad, la seguridad obtenida de hallar un recibimiento, una solidaridad, contra la amenaza de los campos que se extiende a uno de sus sectores.

El análisis aparece así protegiendo a sus partidarios, por una reducción de los deberes implicados en el deseo del analista.

Aquí queremos marcar el horizonte complejo, en el sentido propio del término, sin el cual no sé podría configurar la situación del psicoanálisis.

La solidaridad de las tres funciones capitales que acabamos de trazar halla su punto de reunión en la existencia de los judíos. Lo cual no ha de asombrar cuando se conoce la importancia de su presencia en todo su movimiento.

Es imposible liberarse de la segregación constitutiva en esta etnia con las consideraciones de Marx, y mucho menos con las de Sartre. Por este motivo especialmente la religión de los judíos debe ser cuestionada en nuestro seno.

Me limitaré a estas indicaciones.

Ningún remedio habrá que esperar, en tanto que estos problemas no hayan sido abiertos, para la estimulación narcisista en que el psicoanalista no puede evitar precipitarse dentro del contexto presente de las Sociedades.

Ningún otro remedio que el de quebrar la rutina que es en la actualidad el constituyente predominante de la práctica del psicoanalista.

Rutina apreciada, gustada como tal: de labios de los propios interesados en U.S.A. recogí su sorprendente, formal, expresa declaración.

Ella constituye uno de los atractivos de principio del reclutamiento.

Nuestra pobre Escuela puede ser el comienzo de una renovación de la experiencia.

Tal y como ella se propone, se propone como tal. Proponemos definir allí actualmente:

1. El Jurado de recepción (jury d' accueil) como:
a. elegido por el Directorio anual en su extensión variable;

b. encargado de recibir según los principios del trabajo que ellos se proponen, a los miembros de la Escuela, sin limitación de sus títulos o procedencia. Los psicoanalistas (A.P.) en este nivel, no tienen allí ninguna preferencia.

2. el Jurado de confirmación (jury d'agrément):
a. compuesto de siete miembros: tres analistas de la escuela (A.E.) y tres psicoanalizantes tomados de una lista presentada por los analistas en la Escuela (A.E.). Está claro que al responder estos psicoanalistas elegirán dentro de su propia clientela, sujetos en el pase de convertirse en psicoanalistas, adjuntándose a ellos el director de la Escuela.

Estos analistas de la Escuela (A.E.), como estos psicoanalizantes, serán elegidos por sorteo en cada una de las listas.

Presentado un psicoanalizante, cualquiera que fuese, que postula el título de analista de la Escuela, tendrá que tratar con los tres psicoanalizantes, y éstos deberán dar cuenta de ello ante el colegio en pleno del jurado de confirmación (presentación de un informe).

b. el mencionado jurado de confirmación tendrá por este hecho el deber de contribuir a los criterios de terminación del psicoanálisis didáctico.
c. su renovación, por el mismo procedimiento de sorteo, tendrá lugar cada seis meses, hasta que resultados suficientes para ser publicables permitan su reestructuración eventual o su reconducción.

3. El analista miembro de la Escuela presenta a quien le cuadre a la candidatura precedente. Si su candidato es agregado a los analistas de la Escuela, él mismo por igual hecho es allí admitido.

El analista miembro de la Escuela es una persona que por su iniciativa reúne estas dos calidades (la segunda implica su paso ante el jurado de recepción).

Es elegido para la calificación que suelda estas dos calidades, sin tener que proponer candidatura a ese título, por el jurado de confirmación en pleno, que toma la iniciativa según el criterio de sus trabajos y del estilo de su práctica.

Un analista practicante, no calificado de A.M.E., pasará por esta etapa en el caso de que uno de sus psicoanalizantes sea admitido al rango de A.E.

Aplicaremos este funcionamiento a nuestro grafo a fin de poner de manifiesto su sentido.

Basta con sustituir

- A.E. a S(Abarrado)
- psicoanalizantes del jurado de confirmación ($^D)
- A.M.E. a S (A)
- psicoanalizantes cualquiera que venga, a A

El sentido de las flechas indicará allí desde ese momento la circulación de las calificaciones.

Un poco de atención será suficiente para mostrar qué ruptura -no supresión- de jerarquía deriva de ello. Y la experiencia demostrará qué se puede esperar.

La proposición de nuevos aparatos será objeto de una reunión plenaria de los A.E., a los fines de ser homologada por presentación general.

Un grupo tendrá a su cargo una bibliografía relativa alas cuestiones de formación, a los fines de establecer una anatomía de la sociedad del tipo I.P.A. sobre estos problemas.

 
Traducción: Irene Agoff