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El pase
Enseñanzas de Los carteles

Una cierta precisión [*]
Pierre Naveau
 

El analizante habla a su analista. Esta palabra implica una transferencia. Si el analizante se compromete en el pase, es a los dos pasadores a quien habla. No se trata del mismo tipo de transferencia. Estos pasadores toman notas. Llega entonces el momento en que estos testimonian sobre lo que han escuchado de la boca del pasante, ante el cartel del pase. De hecho, lo más frecuente es que ellos lean sus notas o un texto redactado a partir de sus notas. Su preocupación es relatar lo más fielmente posible lo que dijo el pasante. Los miembros del cartel, a su vez, toman notas. Después se reúnen y discuten, apoyándose precisamente en esas notas que han tomado. Es en ese momento que para ellos la cuestión es captar cual es el S1 que vuelve legible el testimonio de los pasadores. A continuación, los miembros del cartel toman su decisión -de nombrar o no, un pasante AE- en función de la legibilidad de lo que se transmitió de las notas de los pasadores a sus propias notas (la de los miembros de los carteles del pase). Esto no impide que la cuestión que se plantea es saber si algo preciso ha sido escuchado en lo que el pasante dijo. En mi opinión, es ésta, la apuesta del pase. ¿La enunciación del sujeto, que se arriesga a atravesar la prueba del pase, es decir la prueba de dar un salto sobre un abismo, llega o no a trazar un camino entre los dos bordes de este abismo que son, por una parte, lo que se escucha y, por otra parte, lo que se lee? Porque para los miembros del cartel del pase se trata de atrapar, en efecto, algo preciso, es decir no tal o cual punto que faltaría o no, sino más bien una cierta precisión con la cual el punto que está en juego es articulado a través de la enunciación del sujeto. Se trata de una cierta precisión clínica. Lacan hace alusión a ella en la pág. 112 del Seminaire 11. Se piensa, por supuesto, en el estilo, pero no me detengo en este término, porque su uso es susceptible de prestarse a malentendidos. Entonces, ¿por qué no utiliza usted otro término? Se me podría objetar. ¿Por qué no dice simplemente, por ejemplo, que lo que es importante, es que sea aportada una articulación lógica? Sí, en efecto, es importante. Pero no digo las cosas así, porque este "algo preciso", a lo que me refiero, se sitúa, para retomar estos títulos introducidos por Aristóteles, entre la lógica y la poética. Alcanzar una cierta precisión, -quiere decir, me parece, llegar a formular una articulación de tal manera que el auditor o el lector tenga el sentimiento de que el pasante está animado por la pasión de la causa y que pone empeño en decir por qué.

El cartel del pase del que fui miembro escuchó, en el curso de estos dos últimos años, un cierto número de pases. Son pases de sujetos femeninos. Lo que me interesa acá, es evocar, en pocas palabras, algo que aprendí, algo que me ha sido enseñado por estos pases.

¿De qué se trata? De lo que Lacan llama, en la pág. 176 del Seminaire 10, "el erotismo del Edipo".

Un sujeto masculino tiene una relación tal al objeto que, como lo dice Lacan pág. 210 de este mismo Seminaire 10, él lo aifica, hace del objeto un a. Entonces; ¿cómo un sujeto femenino aborda, en lo que le concierne, el objeto? Y bien, en este sentido, no hay que confundir el rasgo extraído del Otro y el objeto. Sin ninguna duda, que en cada caso, el sujeto femenino se interroga por la impotencia del padre. Pero, no es el falo lo que ella quiere obtener del padre. Lo que ella quiere obtener de él, es el objeto. Un sujeto femenino está a la búsqueda del objeto del padre.

Desde este punto de vista, entre los pases que escuché, retengo cinco ejemplos.

Este primer sujeto femenino dice haber sufrido de este síntoma particular que consiste en ser la muda. Ella era la muda, porque su padre le había ordenado callarse. El rasgo que ella destaca, extrae del padre era "ser un hombre autoritario". El padre, que sufría de una enfermedad de los ojos, amaba decir de su hija que ella era sus ojos. Ella misma dice haber sido la cautiva de la extraña mirada del padre. Ahora bien, este sujeto encontró este objeto en el hombre que ella amó -una cierta mirada. Pero ella dejó a este hombre y de este modo perdió el objeto que ella había encontrado en el camino del erotismo edípico. Una caída del objeto mirada se produjo. El sujeto en cuestión entonces descubrió que el agalma de hija no es el agalma de mujer. Su analista le dijo: usted está atada a su padre. Sin embargo él le arruinó la vida.

Este segundo sujeto femenino dice sufrir de un síntoma que tenía la misma fuerza que la del sujeto precedente: "ser la muda". El rasgo que destaca del padre era el hombre herido, lisiado, discapacitado, enfermo. Esta pasante afirmó haber descubierto que, en lo que concierne a la enfermedad del padre, "el silencio era un objeto". Es este objeto que ella buscó obtener del padre. El agalma era la palabra acallada, no dicha. Ella tiene un sueño al respecto. Ella podría pasar por una puerta. Pero ella no puede, porque está obstruida por un objeto. Este objeto, como le remarcó su analista, era justamente el silencio de una palabra retenida. Este objeto, que ella buscó tomar de su padre, se volvió, en el mismo movimiento, lo que se le podía tomar, a ella. El analista le indicó cómo se articulaba el impasse: O se le toma el objeto, o usted cae en el vacío. Para este sujeto femenino, hacer un análisis, consistió, entonces, en desembarazarse de un objeto que estorba. El resultado ha sido entonces la caída de este objeto que obstruye.

Este tercer sujeto femenino llega a la escena del análisis con el mismo síntoma, y sí, es así -ser la muda. El rasgo destacado del padre ha sido, el hecho de ser preferida a, -ser la preferida, entonces. Sobrentendido: su padre la prefería a ella a su madre. De este modo ella encuentra un lugar en la serie de las amantes del padre, pero en tanto este lugar estaba marcado, en lo que la concernía a ella, por la inaccesibilidad. De allí una vida amorosa que tomó el sesgo de la intriga. El hecho de ser preferida a, esto puede entenderse en el sentido en que se tiene, el a. Este sujeto femenino tenía la mirada del padre para ella. Ella lo seducía a partir del punto en que él la había seducido. Era un asunto de intercambio. El a sirve para eso, para sostener un intercambio, aunque sea silencioso. Porque el a no puede decirse. Pero, en estas circunstancias, este sujeto femenino se dio cuenta, como ya ha sido evocado, de que el agalma de hija no es el agalma de mujer. Esta pasante es quien traiciona el secreto del tema del silencio. Ella, en efecto, reconoció que no decía nada porque ella tenía miedo de decir todo. Según este sujeto, en efecto, el decir todo, es el reverso de no decir nada, de decir nada. De este modo hay una relación de inversión sintomática entre pudor e impudor, entre la discreción de decir poco y la impudencia de decir mucho.

Para este cuarto sujeto femenino, el rasgo que extrajo del padre era igualmente el hombre herido, enfermo. El hombre herido, débil, era el amado. Ella, era la amante. Tenía la fuerza que había que tener, en particular la fuerza de carácter, para ser el caballero, incluso el caballero sin miedo y sin reproche, como le ha dicho su analista. Y, además, el caballero que tiene la capacidad, en la ocasión, de tomar las armas y hacer la guerra. Una escena marcó su vida. Su padre se cayó y se lastimó, su madre se burló de él. De este modo, en el curso de una competencia de intercambio verbal, este padre conversador que hablaba sin ton ni son, es derrotado. El objeto acá no es la mirada, sino la voz. El sujeto estaba estorbado por este objeto que era la conversación del padre. El objeto voz cayó, cuando, en el momento en que ella se dio cuenta que estaba cautivada por la voz de su padre que ella escuchaba sin entenderla, descubrió que ella quería tomar de su padre el objeto. A partir de este momento, ya no lo escuchó más del mismo modo.

Este quinto sujeto femenino, se presentó también a sus pasadores como siendo la muda desde la noche de los tiempos. Ella dijo, a través de un sueño, estar amordazada. Porque ella guardaba un secreto. La llave de esta puerta cerrada, era una intriga, es decir una manera de poner en escena lo que Lacan circunscribe como siendo lo que él llama, pág. 208 del Seminaire 10, "el malentendido inevitable", que trazó en el no hay del "no hay relación sexual". El no hay tomó la forma de disputas incesantes entre la madre y el padre. La madre, en efecto, introdujo otro hombre en la casa, un hombre enfermo. El padre no osó ponerlo en la calle, por miedo a perder a su mujer. A partir de entonces hay una situación de menage á trois en la que el sujeto en cuestión jugó su propia partida. Su madre despreciaba tanto más a su padre dado que éste no decía nada. Es el rasgo que ella tomó de su padre. En la vida, hay que callarse, hay que cerrar la boca. Entonces, ella no decía nada, como su padre. Su fantasma era que el hombre amado no podía evitar desear a otra mujer. A partir de esta coyuntura fantasmática, ella retornó por su cuenta la intriga teatral de sus padres. Ella misma introdujo a otra mujer en la casa. Por este sesgo, el sujeto no hizo más que alimentar el vivo resentimiento que ella había experimentado en el encuentro con su padre mudo. El análisis se interrumpió en un silencio, el silencio del analista. El sujeto soñó, en efecto, que el analista había muerto. De este modo, no hablaba más. Él se volvió, él mismo, la boca cerrada. En medio de este silencio, el ser del analista ha sido constituido como el objeto obstructor que se deja.

Estas cinco articulaciones muestran que, en cada caso, hay un real que insiste y que resiste, e indican que, detrás del S1 que cae, está la caída del objeto.

El analista de una de las analizantes cuya posición subjetiva ha sido evocada le dijo simplemente: Usted es la hija de su padre. Este decir del analista hace oír, me parece, que el lazo al padre pasa por algo que no puede decirse, por una cierta suerte de amor que gira en torno del a, es decir en torno del objeto que se trataría entonces de arrancarle. Como se dice, por ejemplo, en francés: fue necesario arrancarle las palabras de la boca o fue necesario arrancarle de las manos la hoja de papel en la que había escrito algo.

El semi-decir se encuentra a mitad de camino entre el no decir nada y decir todo, entre pudor e impudor, entre delgadez y espesor de un decir. Este es un punto delicado con el que el sujeto femenino tropieza. Lacan se refiere, pág. 211 del Seminaire 10, al abismo que evocaba recién entre lo que se dice y lo que se escribe. A cada sujeto que se comprometió en el pase, se le podría decir: "Usted es el sujeto de un abismo". Por cierto, el pasante habla a sus pasadores. Pero, como el movimiento del Witz lo implica, un anudamiento se efectúa en el pase, de la palabra al escrito. Lacan declaró, de hecho, en esta pág. 211 del Seminaire 10, que, si él escribiera lo que estaba entonces diciendo, es decir si franqueaba el abismo en cuestión, pondría allí más formas. ¿Cómo entender esto? Poner formas, agrega, esto quiere decir entrar en el detalle, es decir, él precisa, decir el por qué. Una cierta precisión, esto es -decir el por qué.

 
 
Notas
* Este trabajo fue facilitado por nuestros colegas de la revista Mediodicho, EOL-Sección Córdoba. Publicado en Pase y transmisión 7 - Colección Orientación Lacaniana.
1- LACAN, J., Le Seminaire, Livre X, L'angoisse, Paris, Seuil, 2004.