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El pase
El Pase: su presente y su porvenir

El pase como proyección
Florencia Dassen
 

Plenaria: El pase: su presente y su porvenir
IV Congreso e la AMP – Roma
15 de julio de 2006

Voy a comenzar por el punto en el que se quedó en Comandatuba. Allí Eric Laurent terminaba su intervención, luego de escuchar a los AE, diciendo lo siguiente: "Ahora les toca a las Escuelas a las que ellos se dirigen y a la AMP que los orienta, producir un trabajo suplementario para hacer escuchar el interés de estas contribuciones más allá de nuestra comunidad. Las Escuelas pueden invitar a cada uno a un trabajo de reescritura, de retraducción, de modo que resuenen en los lugares públicos. Trabajo que nos es valioso ya que en él encontramos, justamente, lo más particular de nuestro sinthome."

Estas líneas indican que el psicoanálisis no pasa fácilmente, hace falta un plus de trabajo para que las resonancias de los problemas cruciales para el psicoanálisis que cada AE se dispuso a trabajar, y pagar con su persona, pasen, se inscriban en los muros y fuera de los muros de la Escuela. Me pregunto si esto es posible, si esto anda entre nosotros, si efectivamente en la topología de pasaje de lo privado a lo público que efectúa el AE, las Escuelas funcionan en su lugar en esta disposición de dos lugares: el AE y el espacio público, la comunidad analítica.

Los dispositivos del psicoanálisis -el análisis, el control, y el cartel-, funcionan con una lógica que se ajusta al discurso analítico, a la estructura tan peculiar que implica la producción en psicoanálisis: lo que se desprende, lo que cae, es un saber que también es un lazo entre dos lugares, y la dimensión transindividual del inconsciente está en el fundamento de dicho lazo.

Cuando Lacan inventó el dispositivo del pase como suplemento del análisis, precisamente agregando otro lugar, fuera del análisis, para verificar los efectos de una práctica, el pasante, dos pasadores, y el testimonio de éstos al cartel, puso de relieve que ese real al que da acceso el psicoanálisis no se deja capturar por una vía directa. El problema es, entonces, cómo dar cuenta de un elemento de verificación, de inferencia, de ese real en juego.

¿Qué es lo que justifica la experiencia del pase? Llegué a la conclusión por los recorridos que estoy haciendo que unir necesariamente el pase a la conclusión de la cura, o al fin de análisis, como se prefiera, es limitarlo conceptualmente. Es un punto delicado, voy a tratar de ser lo más simple posible. Hay muchos momentos de pase a lo largo de una cura, si entendemos por esto un momento clínico de ruptura, de salto, de interrupción respecto de un estado anterior, momentos en los que, para el avance del análisis mismo, es crucial que puedan ser puestos de relieve y despejados en su lógica, sea porque cesó el cálculo permanente tan propio de la neurosis y entró en función lo incalculable de los efectos del saber, sea porque los infortunios del amor a la verdad y de la identificación quedaron atrás, sea porque algún índice de separación del Otro se inscribe y permite afrontar el llamado del vacío, sin resbalar indefinidamente. En definitiva, si el analizante pudo hacer un corte con su propia neurosis, ponerla un poco al costado y procurar algo distinto, aconteció un momento de pase que implica cierto saber hacer con eso, un poco menos de debilidad mental, y también una satisfacción. Estos momentos, que no son de inercia, que son momentos de salida de la neurosis, justifican el pase: no necesariamente implican la conclusión de la cura, pero sí inscriben un desplazamiento del modo de goce.

Vuelvo entonces al punto del que partí: me parece que hay algo que falta en el pasaje del AE a la escena pública. Los dos lugares necesarios para el trabajo en común no se producen por sí solos, hace falta otro, si se quiere el tres, que da lugar al dos, de la comunidad analítica. El trayecto que va del AE a la comunidad tiene que contar con un dispositivo, un soporte que autorice los efectos, las resonancias, la sorpresa. Pienso ese lugar del tres como un interlocutor, alguien que tendría a su cargo decir sobre eso, acoger lo nuevo, provocar en el mejor sentido, objetar que se haga comunidad con el testimonio del AE, impedir ese efecto religioso. Sería la instancia más-uno que también incita con su lectura a lo que Eric Laurent llamó la "proyectabilidad" de un sentido nuevo, que no porte la verificación de lo que ya sabe sino que pueda tomar a su cargo ese esfuerzo de retraducción, de reescritura de lo que nos presenta un AE, un sujeto que testimoniaría que eso ha pasado, para impulsar los efectos que puedan advenir. Este es también un modo de presentar la hiancia en el seno de la identidad consigo mismo que debe tener el AE. También implica decir que no hay Otro del Otro, y que no hay un todo de lo real. ¿Cómo poner en común lo imposible de decir, lo inasible del objeto, la reducción de lo nombrable? Si es por la vía del amor, como otro nombre de la transferencia, habrá que ocuparse especialmente de todos los dispositivos del psicoanálisis, no sólo del pase, para reconquistar ese campo, la transferencia, donde se depliega lo vivo de los problemas del psicoanálisis. Lo que propongo es que la función más-uno, la ocupe cualquiera pero tiene que ser alguien que también pague con su persona, y así podrá tener su sitio el lugar medio, el entre el AE y la comunidad.

Miller remarcaba en su curso El lugar y el lazo que Lacan creó con el significante "pase" un poderoso efecto de sentido en el análisis, y en él incluye el hecho de que el aparato de la Escuela que admite el fin del análisis, y que dispone de un procedimiento, está presente en el análisis: la Escuela como tercero entre el analista y el analizante. Inmediatamente lo sitúa como un obstáculo para transmitir lo que le importa desde la primer clase de este Curso, el partenaire que es el psicoanálisis para cada analista, y agrega que las Escuelas son un asunto, y el psicoanálisis, otro. Aquí me detengo especialmente: cuando me topé con esto, pude leer de otro modo algunas intervenciones de Graciela Brodsky en torno al pase y la Escuela.

Me pregunto en este punto lo siguiente: si la nominación de AE sólo recae en quien el cartel pudo verificar un fin de análisis, ¿acaso no conlleva esto el problema de que el AE se transforma para muchos en una legitimación de ese final, favoreciendo a su vez una suerte de ontología del AE?

Por el contrario, el potencial que porta la nominación implica una ética de las consecuencias. Lo que se nomina, ¿no es acaso una propuesta que se verifica en un análisis al psicoanálisis? Que el AE sea el que tiene que hacer algo con eso, que recaiga sobre él una propuesta de psicoanálisis, implica poner al pase más que como punto de llegada como proyección, como aquello que propulsa en el movimiento lo que verifica la aventura que es el psicoanálisis, siempre por-venir. Es cierto lo que dijo Lacan, los efectos no son duraderos, o también se puede decir: duran lo que duran. Esto no implica que ese potencial se pierda. El recorrido de un nuevo tramo de análisis después de los tres años de AE me permitió verificarlo. No aplastemos el poder de proyección del pase, no agotemos al AE con un trabajo excesivo, impulsemos lo evocativo y provocativo del discurso analítico, dejemos entrar también la contradicción que hay entre las escuelas, la comunidad y el real propio del psicoanálisis. Permitamos que se abra el interrogante: en la era de la evaluación, ¿hasta dónde los analistas somos permeables a aquello imposible de evaluar en el deseo del analista?

Mayo 2006