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El pase
Testimonios

Y el soplo se vuelve signo [1]
Mauricio Tarrab
 

1. Inmediatamente
Había llegado tarde al psicoanálisis, me había retrasado demasiado en eso como en otras cosas que deseaba. Esa encrucijada se puso de manifiesto una vez más al pedir un control y escuchar del otro lado de la línea que ya era tarde, que sería otra vez, quizás en otro viaje. Nuevamente había dejado escapar algo. Algunos días después volvía a llamar, esta vez para pedir análisis y decir que estaba dispuesto a viajar inmediatamente. Del otro lado del océano me preguntaron ¿qué es para usted inmediatamente?.

Un par de días más tarde, ya en el avión, se me presentó aquello que justificaba recomenzar un análisis, así como lo que diría en el primer encuentro: me llevaban allí la angustia ligada al temor a morir joven, de un ataque al corazón y dejar huérfana a mi hija.

Como lo demostraría el análisis, angustia, síntoma y fantasma se perfilaban ya en esa formulación dramática que me acompañaría desde ese momento inicial, aunque con una resolución –como es lógico- incalculable para mi en ese momento.
Como una letanía unos versos de Cesar Vallejo que me acompañaban desde muy joven, cruzaron conmigo la puerta del consultorio del analista:
"Hay golpes en la vida tan fuertes[…] Son pocos pero son, abren zanjas oscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.[…] Serán tal vez los potros de bárbaros atilas o los heraldos negros que nos manda la muerte"…

La angustia y la sensación de fatalidad también viajaban conmigo.

Había tenido un breve acercamiento a la experiencia analítica durante el torbellino adolescente, y muchos años mas tarde iniciaría un primer análisis precipitado por un pasaje al acto: por mostrar saber había hablado de más. En plena dictadura militar había dado, junto con otros jóvenes colegas, un curso sobre psicoanálisis en un lugar completamente inadecuado. EL marco de ese pasaje al acto era la caída sucesiva de figuras identificatorias en la vía paterna.

Ese análisis repuso en su lugar a un Otro que se pudiera respetar, luego de que las tormentas juveniles hubieran barrido con esa referencia. Además situaría eficazmente un síntoma de inercia, de detención en la vida profesional y una inmovilidad en el cuerpo producto de feroces contracturas.

La caída del Padre se conjugaba con ese síntoma en una frase que pudo ser formulada solo en el momento del Pase: "estaba paralizado al borde del derrumbe del Padre, un derrumbe que me aspiraba".

Ese primer análisis produjo una pacificación sintomática. Sin embargo su eficacia no sería acompañada de un saldo de saber ni sobre el porqué de los semblantes, ni sobre el cómo del goce. Su eficacia no fue incompatible con una inalterable mortificación.

Solo en el curso del ultimo análisis iba a poder situar el origen de aquel síntoma: la parálisis -significante del horror en la infancia- que había sido por los azares de la contingencia y la necedad mi primer contacto con un psicólogo, al que fui llevado alrededor de los 5 años por una fobia intensa. Allí aprendería algo que solo sabría muchos años después: que el significante marca el cuerpo y es causa de goce. Ese encuentro fue realizado en una institución donde se rehabilitaba a niños, víctimas de parálisis… infantil. De aquella fobia quedaron como vestigios una interminable serie de síntomas obsesivos y la idea amenazante de contraer una enfermedad invalidante; así como una interpretación perdurable sobre el deseo materno: ella me quiere enfermo.

Durante las primeras entrevistas del último análisis, retomaría el punto donde había acordado el final del primero, que fue un acuerdo para no saber más.

Le cuento al nuevo analista las coordenadas de ese final y tres sueños que había tenido los días anteriores a la última sesión:
En el primero de esos sueños entraba a una habitación y me veía a mi mismo muerto.

En el segundo sueño, mi padre me decía , mostrándome unos restos humanos descuartizados, que yo debía hacerme cargo de eso.

En el tercero de los sueños yo estaba en mi consultorio, muy satisfecho, rodeado de objetos que representaban mis ideales .Con sorpresa veía en el diván un niño, un huérfano, al que abrazaba.

A pesar de todo lo que estos sueños prometían al análisis, el análisis fue dado por terminado. Esa secuencia, que no se dejó olvidar, fue por fin escuchada y mereció una primera interpretación: aquel analista cerró la puerta del análisis.

Con esa interpretación se reabría esa puerta y yo entraba como un huérfano en la transferencia.

2. El Padre, el huérfano y el cuento altruista
El amor al Padre y el goce del Padre se desplegaron en el análisis cuando la sensación de amenaza y de estar expuesto a la fatalidad se hicieron síntoma en la transferencia. Pudieron entonces situarse las múltiples formas en que el sujeto cargaba sobre si la castración y el goce del Otro. El amor al padre y el goce del padre parecían incluir ese sacrificio. En la transferencia se pone en acto con angustia, la parte de goce ignorada que me correspondía en ese circuito.

Cuidar al Otro organizaba la posición en el ideal , resignificaba la historia de los esfuerzos y había sido muy efectivo en proporcionarme un lugar en la vida profesional. El lazo amoroso y libidinal con el partenaire estaba fuertemente marcado por ese rasgo, aunque no solo por eso, claro.

Al despejarse lo esencial del fantasma y el goce, lo que llamé en el Pase "el cuento altruista", se revelaría justamente como lo que era: un cuento. Sería un primer paso en esa dirección reconocer por fin que ese niño, al que se cuidaba con esmero en el otro, no era otro que yo mismo.

El nombre del padre hacía eco con el nombre del analista, pero también con el goce del destripador: reconozco entonces que mi padre en su derrumbe era un necio que se arruinaba la vida con su autortura. No era Jack el destripador sino el destripado.

El analista corta la sesión y dice al despedirse: "lo tenemos apuntado en el blanco". Salgo conmovido y deambulo por la ciudad un largo rato, sin ton ni son, hasta entrar a cenar en un restaurante justo frente al Panteón. El Panteón de los grandes hombres muertos. Un repentino y breve episodio de sofocación y de angustia me dejan ante la evidencia de haber franqueado algo del padre.

3. El primer Soplo , el nombre y la lectura
Mi mundo edípico fue una Escuela, la Escuela primaria fundada por mis abuelos maternos fue el escenario privilegiado de la infancia, la raíz de mi relación al ideal, al saber y también la causa de cierta dosis de independencia.

Un recrudecimiento de los síntomas y de la angustia trajeron al análisis un recuerdo infantil, muy temprano ocurrido en ese escenario edípico.

El recuerdo tiene bordes precisos :había un pasillo bajo una escalera, un túnel oscuro por donde los niños debían pasar. Es seguro que allí ocurrió algo sexual…¿algo se vio, se escuchó, se tocó?, el recuerdo no llega hasta allí. El pequeño sale excitado de ese túnel, sube la escalera a toda carrera y al llegar arriba tiene un desmayo. Lo esencial del recuerdo es que la madre dirá luego que eso fue un soplo al corazón

Al terminar el relato recibo una interpretación: La palabra de su madre penetró!!!

Con la palabra materna que traumatiza al niño, se conjugan la excitación sexual, el faiding y la amenaza de muerte. La palabra materna toca el cuerpo marcando un destino para cualquier exceso, excitación, o esfuerzo. Marca también cierta vulnerabilidad del cuerpo que se afrontará con todos los recursos de sobre-compensación que la obsesión ofrecería. Queda la huella de este decir y el significante soplo marcando el cuerpo.

Este primer soplo es inequívoco en sus efectos de goce, aunque el niño no pudiera saber nunca que era un soplo al corazón. Tendrá entonces un destino de equivocación, producto de la interpretación que hará el sujeto y de todas sus resonancias, que serán sus vicisitudes, sus "efluorescencias"[2], al ser tratado su fuera de sentido por la maquinaria del Nombre del Padre. Esto solo será evidente para mi al construir el fantasma.

La interpretación del analista comienza a extraer del cuerpo el phatos que la palabra de la madre había introducido. Tambalea allí la posición gozosa desde la que el sujeto no hacía sino leer los signos que anunciaban su ligazón a la fatalidad, de lo que la angustia era una señal inequívoca.

En esa perspectiva toma su valor el nombre, más precisamente el sobrenombre.

Había recibido dos nombres: el primero era el nombre del padre muerto del padre, que me correspondía recibir según la tradición judía-sefaradí. Nombre que quedará caído.

El segundo nombre, Mauricio, era el nombre de un tío de mi madre repudiado por la familia materna.

Mauricio fue modificado en Moris, nombre que me representaba ante aquellos que me amaban y que mi madre afrancesaba en Maurice.

Un juego de palabras, un chiste, un tonto y simple chiste que un amiguito hacía con mi nombre jugando con la eficacia de un acento, me haría saber tempranamente algo impactante. Me decía con una lucidez maledicente:"Moris - morís".

El performativo hizo su trabajo, y la muerte era convocada cada vez, por el acto mismo por el que era nombrado.

Mauricio convertido en un Maurice afrancesado… cruzar tantas veces el atlántico para buscar con un francés las claves de mi síntoma no es algo ajeno al valor de esta tontería, de la que también está hecha la argamasa del mundo subjetivo. Esta fue por cierto una razón precisa de la elección del analista y fundamento del sujeto-supuesto-saber: años antes de empezar el último análisis, había escuchado al analista en un Seminario dar el ejemplo del efecto que había tenido para un sujeto criado entre dos lenguas, un equívoco homofónico entre l’amour – la mort / el amor-la muerte . Entiendo hoy que la escena de ese equívoco Moris-morís hizo caer el imperio del narcisismo y dejó abierta la inclusión de la fatalidad en el nombre.

Luego del soplo, un sueño. En el sueño: le muestro al analista el informe escrito de unos análisis clínicos que me he hecho. Hay en ese escrito un anuncio terrible. El analista (en el sueño) lo lee y dice: lo que está escrito ahí no es correcto. Fin del sueño.

Al contarlo en la sesión digo: -en el sueño ud me dice que eso que está ahí escrito no tiene el valor que le he dado. O que eso escrito ahí no es mío.

El analista hace sentir uno de sus silencios, calla y de a poco susurra de un modo que debo esforzarme por no perder el hilo de su voz : - No …es…suyo.

Fin de la sesión

Se produce a partir de allí un giro decisivo respecto del síntoma. La interpretación muestra la lectura que el sujeto seguía haciendo atribuyéndole al Otro un deseo mortificante. La conclusión es que si lo que está escrito no es mío, sin embargo la lectura sí lo es y habrá entonces que hacerse cargo de esa lectura y del goce extraído de ella.

La interpelación separa la fatalidad, tanto del nombre como de lo escrito en el Otro y supuestamente destinado al sujeto, e indica el lugar del goce incluido en esa misma lectura. Enteramente de mi lado quedarán las consecuencias de esa lectura que fijó tanto el phatos de una identificación como el goce sintomático.

El alivio es impactante. Algo esencial del lastre de la mortificación ha caído y el final de esta época del análisis va acompañado de la evidencia de que no se trataba ya de la identificación al huérfano sino de que aún se gozaba en la orfandad.

4. ¿Por donde salir?
Aunque se me formula de inmediato la pregunta de cómo terminar, deberían pasar aún más dos años para separarme de eso a lo que me aferraba y atravesar la evidencia conmocionante de que el Otro es un agujero, antes de encontrar como dice J.Lacan: "el buen agujero por donde salir".

¿Cómo dejar de esperar del analista la clave del síntoma en términos de saber? . Se lo pregunto explícitamente al final de una serie de sesiones durante las cuales doy vueltas alrededor de eso. Fiel a su estilo al despedirme, el analista deja caer: -Tendremos que esperar el acontecimiento imprevisto.

Salgo de la sesión con una sensación de desilusión y de comprensión benevolente hacia el analista. Como eran en los días del Encuentro Internacional sobre el Acontecimiento imprevisto, pienso que el analista no hace más que repetir una fórmula de compromiso: "tendremos que esperar el acontecimiento imprevisto"…al salir al menos algo ya se había producido: si tendremos, él y yo, que esperar el acontecimiento imprevisto entonces no vendrá de él la clave para salir de allí, habrá que esperar de la contingencia, no del saber.

Ese acto de destitución que él analista produce no será el único de aquella época del análisis. Algún tiempo después, frente a la misma encrucijada el analista explota: -¡será un trueno, un relámpago!. El analista mismo empuja a la destitución de esa ilusión fundamental que llamamos sujeto supuesto saber Es como si dijera: -¡¡Vamos , cómo tengo que decírtelo, eso no vendrá de mi !! Tardé varios años en aceptarlo, precisar el trabajo de reducción y en estar en condiciones de dar el salto.

Ese fue un tiempo donde mientras se espera ya se sabe que es inútil esperar obtener de la elaboración ninguna certeza. Es un tiempo para comprobar los límites de ese inconsciente que habiendo sido tan prolífico ahora se había quedado seco, y todo lo que tenía para decir llevaba siempre al mismo lugar. Se llega hasta ese punto siguiendo el camino de la elaboración y la sorpresa, para toparse con la repetición en los bordes donde naufraga el sentido.

Fue una larga época en la cual el análisis estaba en un punto de detención. Buscaba una fórmula, construía vaguedades, algunas de ellas sofisticadas, teorías, que justificaran el final. Era un momento propicio para realizar una salida apresurada, para apurar una conclusión como modo de resolver la indeterminación, obteniendo supuestamente de esa conclusión, la certeza del fin. Hubiera sido una precipitación. Sería la certidumbre que se obtendría aún dentro del análisis, la que hubo de precipitar la salida y no a la inversa. Pero esa certidumbre brillaba por su ausencia, mientras el analista sostenía un silencio inalterable.

5. El segundo Soplo
Al salir de la última sesión de una serie y luego de decirle al analista que ya que yo no encontraba por donde salir, iba a tener que escucharme aún un poco más, compré un bello libro de caligrafía china. Siempre me sentí atraído por esa estética que muestra como la letra se divorcia del sentido, y el hecho de que fuera un libro de Francois Cheng, por su relación con Lacan, no me era indiferente. Compré el libro, lo puse en la valija y viajé.

El título del libro contiene una palabra cuya traducción desconocía, era una palabra en francés que tenía para mi solo un eco culinario, y que se mantuvo desconocida hasta que ya en Buenos Aires al buscarla en el diccionario, la traducción me golpea. El título del libro: Et le souffle devient signe .

Souffle : soplo.

De inmediato un recuerdo precipita la construcción del fantasma. Es el recuerdo de un episodio de la vida de mi Padre, quien en su infancia estuvo a punto de morir por una enfermedad pulmonar y que para recuperar el uso de sus pulmones debía inflar con su soplido la cámara de una pelota de fútbol.

Ser el soplo que le faltaba al Padre. La fórmula identifica el ser del sujeto y define el objeto.

Este segundo soplo muestra como la lógica del Nombre del Padre retomó aquel primer soplo, huella escrita en el cuerpo. Alentar al Otro, soplar en el agujero del Otro era la matriz del fantasma que podía entonces construirse.

Un recuerdo casi lo mostraba a la letra: cuando el padre dormía la siesta el niño se acostaba a su lado atento a su respiración, en un juego donde trataba de igualar la suya a la del padre, vigilando que la de éste no se interrumpiera.

Ser el soplo del padre es la vertiente nombre del padre, de aquello que penetró en el cuerpo por la lalengua materna.

La construcción del fantasma es un deslumbramiento, pero no es suficiente. Al menos no lo fue para mi, por el contrario fue necesario todavía atravesar un contragolpe brutal de angustia y un recrudecimiento impactante de los síntomas, ya sin la cobertura que da el fantasma.

El análisis tendría que hacerme reconocer todavía que detrás de su máscara, el fantasma encubre el circuito pulsional que se satisfacía reteniendo al Otro, haciendo del Otro un agujero donde soplar.

Se desplegarían allí las desinencias de ese retener al Otro para alentarlo, lo que exige del otro su castración, su sufrimiento, su falta. El cuento altruista encontraba así su reverso pulsional: no es que el otro se derrumba y requiere el aliento, sino que se retiene al otro para asegurar ese ser de gocesentido que el fantasma congelaba. El egoísmo del goce puede ser estragante para quien ocupe ese lugar al que es así convocado. Es el horror de reconocerse ahí, en ese goce que tocaba todos los lazos desde el amor al sexual, lo que se me separa de eso. La miel del fantasma se vuelve entonces repugnante. Eso drena ese goce, lo vacía, deja solo la significación, que entonces cae…

6. Ella y el globo
La relación con la mujer con quien había construido una vida se pondría en cuestión

Un sueño que había tenido antes de la construcción del fantasma permite resituar las cosas de un modo novedoso y relanza el análisis y el lazo en otras direcciones: Estoy parado en el marco de una ventana, separada de mi por un vacío está mi mujer. Yo estoy agarrado a un globo de gas, que sostengo y que me sostiene. Aunque intento tocarla no la alcanzo, el globo me lo impide.

El globo del sueño trae el recuerdo de una película vista en la infancia: El globo rojo, donde un niño tiene un globo de gas maravilloso que quieren arrebatarle, pero él no lo suelta, se eleva con el globo se pierde en el cielo desaparece aferrado a su globo. Junto con este film, otro: un niño por defender su hermoso caballo blanco se pierde en el mar.

Se juntan allí, pero también ahora se separan, ella y el objeto. Vuelve a aparecer aquella dimensión del objeto que me ligaba al sacrificio, pero ahora se hacía evidente que eso mismo me separaba de la mujer.

Separarla a ella de eso a lo que me aferro, hace aparecer la heterogeneidad de lo femenino, que está más allá de aquello a lo que la torpeza del varón reduce al partenaire según su conveniencia patética. Se sitúa así aquello que la lógica fálica determinaba y se abre una salida para el impasse sexual.

Retener al Otro, al partenaire, a la mujer, era la manera de rechazar la heterogeneidad radical del Otro sexo según la lógica del fantasma, lógica que lo reduce al objeto que le conviene. Era la manera en que se formulaba para mi el rechazo de lo femenino. Su conmoción deja aparecer esa diferencia incomparable que hace a la mujer Otra.

7. Algo mudo
Desde siempre el encuentro con el Otro, con el Otro sexo, con la lengua del Otro , me habían dejado algo mudo. Si en el ideal era el que no me callaba nada –como lo evidencia el pasaje al acto que inaugura el primer análisis- por el otro lado enmudecía.

El recuerdo de aquellos films despeja en el análisis algo mudo que había permanecido al lado del texto de los films y del texto del análisis mismo . De los films porque ubico que más allá del texto donde reinan las imágenes y algunos significantes fundamentales, lo esencial era que esos films eran mudos. Y en el análisis, porque el enmudecimiento donde retumbaba la angustia había quedado siempre al lado, evitado por medio de un esfuerzo permanente para que el parloteo en la sesión no se interrumpiera nunca. En mi caso la sesión breve era una bendición!. Ese esfuerzo por mantener el hilo era patético, agotador y antianalítico, y sin embargo eso mismo ponía en acto lo más real de la transferencia.

Hacerse escuchar, y hacerse escuchar por el analista era esencial para conjurar la angustia que inevitablemente anidaba en el fantasma ya que el aliento, el soplo, me dejaba sin palabras.

Hacerse escuchar por el analista era un modo de atravesar cada vez, de desprenderse cada vez, en cada sesión, de ese objeto que me enmudecía, mientras invocaba al Otro en el baile de máscaras de la transferencia. Más allá del saber y de la transferencia paterna, esa era la última puntada que había que desprender ya que se hacía entonces evidente que había que separarse de eso que me enmudecía, así como del goce de hacerse escuchar allí.

Ubicado eso, quedaba por hacer el que sería el último viaje. Como tantas otras veces esa tarde fui a escuchar su Curso. Todo estaba allí, el mismo lugar, los amigos que volvía a encontrar, la gente que llenaba el salón como siempre… pero todo estaba para mi un poco desplazado. El analista daba su clase y yo no lograba entender nada de lo que decía, cuando durante todos esos años era al único al que le entendía cuando hablaba en francés. Todo estaba un poco desplazado, esa ciudad y esa comunidad a la que durante años me había querido igualar me resultaban otra vez extrañas. No había ni entusiasmo ni depresión, ni rayos ni centellas, ni iluminación ni aguacero, ni soledad ni exilio, solo sucedía que yo estaba un poco desprendido. Esas pocas sesiones de ese único día serían las últimas. Soltada por fin aquella puntada, en el último encuentro con el analista quedaba el agradecimiento y un lazo inquebrantable. Nos despedimos con emoción.

7. Comandatuba
Durante todos esos años del análisis la vida de la Escuela se había metido muchas veces y de variadas maneras en mi vida. Esta vez, luego del final, el hecho de formar parte de un cartel del pase me impedía presentarme al Pase "inmediatamente". Fue fundamental. Por otra parte entendí que no todo "inmediatamente" es un acto. Pude entonces constatar en los casi tres años que transcurrieron entre la última sesión y el momento de presentarme al dispositivo, que luego de la salida se abre un tiempo que debe transcurrir para poner a prueba la certidumbre subjetiva. Fue al menos para mi un tiempo necesario para que eso tuviera consecuencias en mi vida. Buscaba mis propias pruebas y respiraba tranquilo, por así decirlo, al encontrarlas. Durante ese tiempo solo vi al analista en situaciones sociales, de trabajo, distantes.

En Comandatuba iba a volver verlo. Estando allí, una noche me despierta un episodio inédito y que hace temblar mis certidumbres: un ahogo. Me quedo sin aire, no puedo respirar. Abro las ventanas pero el episodio se repite juntándose por cierto a la angustia.

A la mañana voy a ver al analista preocupado, pero también con una fuerte indignación :¡¡es que esto no se va a terminar nunca!!. Mientras espero en una escalera –una de esas improvisadas, insólitas y benditas salas de espera- la indignación deja paso a la evidencia: si me ahogo, entonces el aire puede faltarme a mi, y eso es estar fuera del régimen de ser el aliento del Otro.

El analista asiente y pregunta: y entonces…¿qué más?.Nos despedimos riendo.

No sería un chiste si ese episodio se hubiera repetido, o si el analista me hubiera vuelto a citar. No sería chistoso venir a dar testimonio de que ahora ya no soplo pero me ahogo. No se trata de eso. Se trata de lo que queda, del reverso de la trama: un intervalo en la respiración, una pausa, un silencio, una inspiración. Un no precipitarse a llenar el agujero que es el Otro. Eso deja abierta otra relación con la contingencia.

Por ahora puedo decir que eso funciona de una manera completamente diferente a la conjunción infernal del soplo y el huérfano -que fue la solución neurótica. Es algo que en el lazo deja un poco en paz a quienes amo, ya que no tienen mi aliento encima y es evidente que pueden vivir muy bien sin eso, lo que me alivia la vida. Y me deja un poco más desprendido del Otro, de los otros, del partenaire. Estar desprendido es una buena palabra para alguien que vivía aferrado a su pequeño goce neurótico, e implica además una disponibilidad libidinal desconocida hasta allí.

Uno de los pasadores, ella, me preguntó porqué me había presentado al Pase. Le respondí que para quien ha salido del análisis el pase es un lazo. Hacer el Pase fue para mi una manera más de consentir con la posición en que me había dejado el final : desprendido pero ligado.

8. Y el soplo devino signo…
Y el soplo devino signo… la reducción deja un funcionamiento que me hace constatar, es lo que puedo decir por ahora, que ya no inflo más el globo del nombre del padre.

15.08.06

 
 
Notas
1- Primer testimonio como AE. En la EOL ,Buenos Aires 25/4/06 y en el IV Congreso de la AMP en Roma 15/7/06.
2- J.Lacan Seminario Ou Pire .inédito.