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Una católica verdadera

Por Ennia Favret

"si no está extirpado de su estructura obsesiva
estén persuadidos que en tanto que obsesivo
sigue creyendo en Dios".

J. Lacan

A partir de la articulación freudiana de neurosis obsesiva y religión y de la posición que Lacan toma en "La ciencia y la verdad", me propongo hacer algunas consideraciones sobre la religión y el psicoanálisis para puntuar, en un material clínico, en una escena, la entrada en análisis de una mujer obsesiva a la que he llamado "una católica verdadera".

Quiero comenzar haciendo una reflexión sobre este modo de nombrarla.

Lacan, luego de advertirnos de lo delicado del tema religioso, del llamado a la neutralidad analítica que muchos harían para no tomar posición, fija la suya en relación a una "religión viva, bien viva" [1]. Escribe: "Digamos que el religioso le deja a Dios el cargo de la causa, pero que con ello corta su propio acceso a la verdad. Así se ve arrastrado a remitir a Dios la causa de su deseo"[2].

A esta religión que se ejerce vivamente, la religión católica, la ha llamado "verdadera" y dirá que "su Dios no escualquiera"[3].

Es decir, una religión universal, dadora de sentido a todo y a todos.

En la religión hay una articulación del sujeto con la verdad, una verdad que no puede ser verificada sino revelada y cuyo conocimiento se reenvía al final de los tiempos, al juicio final.

La práctica religiosa es de palabra y la verdad, en ella, está colocada como causa, pero, a diferencia del psicoanálisis, no se propone verificación alguna. Sólo espera revelación, lo cual depende del deseo de Dios, y como Dios es un ser sin falta ¿puede tener un deseo?

Decir que es una "católica verdadera" es decir que su Dios es uno, universal, omnipotente y omnividente. Es el Dios del amor cristiano, el Dios de los cielos, el Padre muerto. Es un Dios a la medida de la obsesión.

Cuando Lacan, en "La dirección de la cura", se refiere a la función del Otro, dice " ... en la neurosis obsesiva esta función se aviene a ser llenada por un muerto ... no podría serlo mejor que por el padre ... padre absoluto"[4].

Cómo no pensar en aquella oración de la cristiandad "Padre Nuestro, que estás en los cielos..."
De todos modos, ¿católicos hay muchos, pero a muy pocos se los podrá llamar "verdaderos".

Uno "verdadero" es aquél que, más allá de sus ideales, trabaja su verdad con la religión, es un militante, un practicante que se interroga sobre las cosas de la vida y de la muerte, que busca una respuesta y la encuentra en ese contexto.

Un ejemplo claro de esa posición lo tenemos en la primera entrevista de esta mujer, al contar así un sueño:
"Veo un ataúd flotando en el mar". Ella lo interpreta como un mensaje de Dios que le avisa que pronto morirá.

Un sueño no es para ella una formación del inconsciente. El enigma que le produce lo resuelve por vía religiosa, dándole el sentido de un mensaje, un saber que es vivido como verdad.
Su Dios no es inconsciente.
Surge entonces un interrogante: ¿cuál es mi posición de analista frente a una posición subjetiva incompatible con el supuesto saber analítico?

Algunos datos
R. es una mujer de 46 años, casada, cuatro hijos. Ha sufrido la muerte de muchos de sus seres queridos: su madre murió al nacer ella, su primer hijo en el parto, una tercera hija muere. Cada una de estas muertes se produce en momentos claves.
Ella se define como una buena católica, su Dios es un Dios de demanda y ella puede hacer sacrificios para complacerlo y encontrarse en paz con Él. Apela a la reconciliación, forma moderna de la confesión, como modo de restablecer su relación con Dios cuando piensa que ha cometido alguna falta.

Describe su relación con el marido y los hijos subrayando ser la que los satisface en sus necesidades. La entristecen las miserias del mundo.

La religión ocupa un lugar importante en su vida, tanto por las horas que dedica al adoctrinamiento de otras personas como por ser el eje de las elaboraciones que ha podido hacer de sus angustias más graves.

Así parece haber transcurrido su vida hasta que se le diagnostica un cáncer de mama. Su primera reacción fue la de resignarse y, como buena católica, prepararse para morir, con la idea de que "su misión en la tierra había terminado".

Sin embargo, cuando la ciencia le ofrece sus instrumentos: cirugía y quimioterapia, ella empieza a dudar. No sabe que hacer; la religión no le da una respuesta a esta cuestión.

La oferta de la ciencia, la de un tratamiento por el saber médico, le introduce una duda. Ese saber médico tampoco le es satisfactorio.

Claude Bernard, en su articulación entre ciencia y medicina, sostiene que "el médico es un hombre digno de la ciencia bajo condición de centrar su esfuerzo en lo que ignora y no en lo que sabe, ignora en qué se va a transformar la enfermedad".

Esto no es suficiente para R., ella busca garantías y la ciencia le responde con un cálculo de probabilidades.

No puede resolver esta encrucijada de su propia muerte por vía religiosa ni científica y produce un síntoma: la duda.

La ciencia la hace vacilar en la firme relación que por la vía religiosa tiene con eI Nombre del Padre, conmueve su posición y ya no encuentra respuesta cierta.
Algo dejó de funcionar.

Acepta el tratamiento médico, pero al mismo tiempo se deja morir; adopta una conducta de gran aislamiento, duerme la mayor parte del tiempo, no sale de su cuarto, se sume en una fuerte depresión.
Es en ese momento cuando decide consultarme.

Un recorte clínico y alguna intervención
Después de varios meses de iniciada la consulta, llega un día muy angustiada diciendo que le sucedió algo extraño, algo que no entiende: estaba en la cocina de su casa cuando uno de sus hijos, que es afectuoso y juguetón, se acerca para abrazarla en un gesto cariñoso. Ella se pone tensa, se paraliza, ve en él a su hijita muerta y piensa "es mejor que no se acerque", pero no le dice nada.

Desconcertada y angustiada por esto trata de hacer relaciones entre los rasgos físicos de este hijo y su hija muerta, entre la proximidad del nacimiento de éste y la muerte de aquélla. Insiste: "no entiendo lo que me pasó, no entiendo esta distancia, esta necesidad de mantenerlo alejado si yo a veces pienso que es al que más quiero".

Intervengo señalando las muertes que ha sufrido y concluyo con una pregunta: ¿y usted... en última instancia qué pensó de esas muertes?
Ella responde que, después de llorar y sufrir, en última instancia pensó "no son seres para este mundo, seguramente están mejor en otro mundo. Es la voluntad de Dios".

Esta respuesta clausura toda pregunta. La voluntad implica una creencia de un poder sin límites a quien se la supone.
Frente a este cierre, y apelando a sus mismos significantes, le digo: "Tal vez le parezca una herejía pero, cómo sería pensar ¿qué quiere Dios?".
Sostiene que Dios no puede querer castigarla, no tiene motivos para ello.

Arriesgo un "a aquél que usted más quiere, a ése Dios se lo saca".

Esta intervención desencadena una serie de comentarios en torno a sus experiencias y dificultades en el contacto con las personas que quiere, su modo de relación distante con sus hijos y marido, su temor a que les suceda algo cuando se siente especialmente bien con alguno de ellos. Concluye diciendo "es como si manteniendo las distancias no los voy a perder, pienso que es mejor no encariñarse demasiado".

Análisis de la secuencia anterior
La secuencia que he relatado se inicia con una pregunta dirigida al analista, es una pregunta ubicada en transferencia.
Su hijo la abraza y ella ve allí a su hijita muerta. Es esta una respuesta fantásmatica que intenta cubrir la angustia producida por el deseo del Otro, clausura que no es completa en tanto la deja con un saldo de $ y de a.

En la confrontación con A se produce una vacilación del sostén fantasmático y el efecto es el de una división subjetiva, y desde esa posición se dirige al Otro del analista.

Acosada por la pulsión de muerte, R. trata de buscar una respuesta cristiana y la encuentra en el "voluntad de Dios", pero lo hace en el contexto de la entrevista.

Mi posición es no quedarme con su respuesta cristiana y sobre la última instancia a la que apeló; con sus mismos significantes, con su Dios, con su propio referente, le propongo " ¿qué quiere Dios?"

El rodeo del " tal vez le parezca una herejía... " es un modo de no enfrentarme imaginariamente con su Dios.

Freud señaló que "el creyente no se deja despojar de su fe con argumentos ni prohibiciones" C). Por lo tanto, una cierta delicadeza se impone para lograr pasar de voluntad de Dios, Dios superyoico, completo, a un Dios de deseo, al que le falta un significante, ¿qué quiere dios?

El Dios de R. ha sido siempre el de la demanda, y con esta operación el analista intenta pasar de la anulación del deseo obsesivo a la apertura del deseo como deseo del Otro.

R. desestima que el castigo sea la respuesta al "che vuoi? ", ella, en su posición cristiana, ante un Dios infinitamente misericordioso, identificada con este Dios todo amor, sostiene un Otro escindido de la pulsión: es un Dios que decide la muerte de un ser querido no por castigo sino por misterio.

l Otro de la religión siempre existe y guarda un saber sin revelar. No hay ningún significante que de cuenta de donde lleva Dios a los muertos, es un misterio.

La secuencia mencionada desemboca en: "Es como si manteniendo las distancias no los voy a perder, pienso que es mejor no encariñarse demasiado".

Esta articulación es paradigmática de la neurosis obsesiva: algo terrible le ocurrirá a la persona más amada, a la más idealizada.

Desde el Hombre de las Ratas hemos aprendido a valorar esta formulación donde es precisamente, en la figura de amor idealizado, en la figura de la mayor exaltación de la imagen de sí donde se produce el retorno pulsional que se intentó elidir.

La represión tiene su falla y la solución por el amor que intenta el obsesivo tiene su fracaso en algún punto y obliga al sujeto a enfrentarse con lo que había intentado evitar.

El "ser más querido" es una figura con la que R. anula su deseo y es esta anulación lo que hace aparecer sobre la imagen narcisística el retorno que toma la forma de una idea: algo terrible ocurrirá.

Es este el conflicto que R. intenta resolver por medio de la distancia, noción clave en la neurosis obsesiva que remite al congelamiento del deseo, a la imposibilidad de manifestarse en acto.

Lacan la define muy claramente, luego de discutir a Bouvet: "...la distancia en cuestión es la del sujeto consigo mismo, en relación con lo cual todo lo que hace nunca es para él ... sino algo que percibe como un juego que finalmente solo benefició a ese otro del que hablo, a esa imagen"[6].

Esta secuencia que se inició con una respuesta fantasmática ante el deseo del Otro fue formulándose en interrogantes que delimitaron un síntoma obsesivo: la distancia.

Este síntoma, a diferencia del síntoma de la duda que le produjo la intervención de la ciencia, se constituyó en análisis como una respuesta particular, desde una posición de división subjetiva ante el deseo del analista.

Este síntoma, no asimilado, enigmático y al que le supone una causa, se corresponde con la afirmación de Lacan: "El síntoma sólo queda constituido cuando el sujeto se percata de él."[7].

Señalo aquí una entrada en el dispositivo analítico por un síntoma en transferencia y se abre para R. la posibilidad de obtener un saber sobre la pulsión, lo que puede lograr sólo por el supuesto psicoanalítico y no por el supuesto de la religión.

De todos modos me interesa subrayar que siguiendo su discurso religioso, se logró que en el análisis el Otro jugara en los términos que Lacan señala.

 
 
Notas
1- J. Lacan. Seminario XI.
2- "Ciencia y Verdad".
3- "Seminario X, clase del 19/06/63.
4- "La dirección de la cura".
5- S. Freud. "El porvenir de una ilusión".
6- J. Lacan. Seminario X, clase del 25/06/63.
7- "Seminario X", clase del 12/06/63.