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Acerca del Sujeto Supuesto Saber
 
Las enfermedades del sujeto supuesto saber

Por Graciela Brodsky

Desde los inicios del psicoanálisis, la transferencia se presentó como un fenómeno de dos caras: por un lado, el mayor aliado del analista; por otro, el obstáculo que puede llevar incluso a la interrupción de la cura.

Esta duplicidad encontró diversas formulaciones. Freud, por ejemplo, distingue una transferencia positiva y otra negativa, que en el análisis se presenta como resistencia y que viste tanto las máscaras del amor como las de la hostilidad. Lacan, por su parte, desde sus primeros seminarios, separa la transferencia simbólica de la transferencia imaginaria ubicando en esta última la resistencia, y cuando tiene que colocar a la transferencia entre los cuatro conceptos fundamentales la considera ya como cierre, ya como puesta en acto y la ordena -como lo demostró Jacques-Alain Miller en su ultimo curso según los mecanismos de alienación y separación.

Dentro de esta lógica, el sujeto supuesto saber, fundamento transfenoménico de la transferencia como hemos repetido tantas veces, se corresponde con la transferencia positiva, con la transferencia simbólica, con la transferencia como alienación.

Es decir que da cuenta de la transferencia como motor y condición misma del análisis, porque gracias al sujeto supuesto saber el sujeto cree en el Otro y se dirige a él suponiendo, como dice Lacan, que las reglas ya existen (las reglas de la interpretación o las del desciframiento), suponiendo, en primer lugar, que el saber ya está en alguna parte: por ejemplo, en Dios o en el inconsciente, o en el padre, o en la mujer, o -¿por qué no?- en el analista. Y luego, suponiendo que donde hay saber hay un sujeto que sabe.

Este error, esta equivocación del sujeto es inmanente a la clínica psicoanalítica, y respecto de él todas las manifestaciones de la transferencia aparecen como derivados. Es un error que causa la transferencia.

Pero no es sólo el error del analizante. Toda teoría se emite en nombre del sujeto supuesto saber, es algo que nos protege de la inconsistencia y la incompletud de todo sistema significante.

La ciencia, aun la más ciega, aun la más atea, es en este sentido creyente, porque no pone en duda que el saber ya estaba ahí. Está segura de que los cuerpos seguían la trayectoria de la ley de gravedad antes de que Newton se hubiera asomado al mundo. Y de que los números transfinitos estaban esperando desde siempre que Cantor se pusiera a jugar con la diagonal.

La doble creencia, en el saber y en el sujeto, nos protege del abismo que representa para el pensamiento, primero, la idea de que hay saber sin sujeto, que es lo que pone de manifiesto el inconsciente y, segundo, que en lo real no está todo el saber esperando el buen prestidigitador que lo haga salir, que el saber tiene fallas que escribimos S(A/). El sujeto supuesto saber cubre esa falta.

Si pensamos que el estado contemporáneo de la civilización lleva a una pluralización del estatuto del A, y que se hace cada vez más difícil disimular la falta en el Otro con significantes ideales, se entiende que haya una relación inversamente proporcional entre el descreimiento en el sujeto supuesto saber y el aumento de la angustia como síntoma contemporáneo.

Por eso para el psicoanálisis la encrucijada es decisiva. Formaciones del inconsciente hubo siempre, al menos desde que el hombre habla, pero que dichas formaciones signifiquen algo, que constituyan un saber particular a descifrar, ése ya es otro cantar, ese es un supuesto que no existía antes del psicoanálisis y que se esfumaría sin él.

La creencia en el sujeto supuesto saber es la responsable de que el síntoma -que como dice Lacan, no necesita de ustedes porque se satisface en su propia repetición- se les dirija, o que el sueño se les relate.

En pocas palabras, el sujeto supuesto saber es la invención del Otro, no sólo del lugar del Otro gracias al cual el sujeto podrá olvidar por un rato que habla solo (lo que constituye la verdad de la célebre fórmula de la comunicación: el emisor recibe del receptor su propio mensaje en forma invertida), sino también la invención del Otro significante, el que llamamos S2, responsable de los efectos de sentido.

De una conversación que se realizó hace poco en Madrid sobre la transferencia negativa extraigo las siguientes afirmaciones: a) en el comienzo del análisis no está el inconsciente como saber; b) el sujeto supuesto saber no es otra cosa que la significación de saber que se produce en el análisis.

Cuando Lacan presenta el algoritmo de la transferencia en la "Proposición del 9 de octubre...", escribe el saber inconsciente como una cadena de significantes distintos unos de otros, según el principio diacrítico de De Saussure.

La idea es que al comienzo del análisis el estatuto del inconsciente no es éste. El estatuto natural del inconsciente -para llamarlo de alguna manera- es, como lo describe en El Seminario 20, un enjambre de significantes que no forman una cadena y que no se distinguen entre sí. Ahí no suponemos ningún saber sino la repetición insensata de lo mismo.

Lo que el psicoanálisis produce, la anomalía que el psicoanálisis produce gracias al dispositivo que crea, es una transformación del estatuto mismo del inconsciente. Finalmente, el psicoanálisis mismo crea el saber como referencia del discurso.

Lacan ubica el inconsciente en su origen como un enjambre, y lo ubica al final del análisis de manera análoga, diciendo que un analizado es un desabonado del inconsciente al modo de Joyce, es decir, alguien cuyo inconsciente no tiene como referencia el saber.

Es como plantear que el psicoanálisis crea un artificio por el cual transforma durante un tiempo el estatuto del inconsciente para poder tratarlo.

Como se puede apreciar, el sujeto supuesto saber no sólo es responsable de los efectos imaginarios de la transferencia, sino que también lo es de la constitución misma del síntoma como analítico y del inconsciente como interpretable.

Ahora bien, si seguimos la indicación de Lacan de que es imposible que el sujeto supuesto saber preexista a la operación analítica, si pensamos que el sujeto supuesto saber no se dirige espontáneamente al analista porque el discurso social provee otras figuras para encamarlo, preguntemos qué lo engendra.

Pienso que las respuestas que pueden extraerse de la enseñanza de Lacan son dos. Por un lado, es una posición de parte del analista que tiene más que ver con la apuesta -al estilo de la de Pascal- que con el acto de fe, y que se afirma en el enunciado mismo de la regla fundamental: diga lo que diga, eso tiene un sentido a descifrar. Por el otro, es el medio decir de la interpretación que, al igual que el medio decir del inconsciente, crea la ilusión de un saber que por estar en reserva se equipara al objeto agalmático.

La primera, la afirmación: "Hay saber en el Otro", corresponde a la vertiente epistémica de la suposición; la segunda, la que equipara el saber y el objeto, a la vertiente libidinal, y es por donde la pulsión se entromete en un terreno que parecía estarle reservado al significante. Desde esta perspectiva, lo que soporta la transferencia se desplaza desde lo que el Otro sabe a lo que el Otro quiere.

Vayamos ahora al título de nuestras jornadas, no el sujeto supuesto saber en general sino sus enfermedades.

El tema, si bien novedoso, se inscribe en una serie que puede reconstruirse y que recoge el guante de una clínica que no reproduzca meramente la que heredamos de la psiquiatría (neurosis, perversión, psicosis) sino que sea tributario del discurso analítico.

En este nuevo agrupamiento de los síntomas ya hemos dado algunos pasos. En ocasión de la apertura de la sección clínica de París, Jacques-Alain Miller diferenciaba las enfermedades de la mentalidad y las enfermedades del Otro; hace algunos años se realizaron en España unas jornadas sobre "Las patologías del yo" (que recogieron la vieja idea de Lacan de que el yo es el síntoma por naturaleza, la verdadera enfermedad mental del hombre). Además, contamos con dos publicaciones de la Escuela de la Causa Freudiana, una que se llama Las enfermedades del amor y otra que tiene por título Las enfermedades del nombre propio. No veo por qué no ubicar en esta serie las enfermedades del sujeto supuesto saber, lo que implicaría una investigación sobre el aspecto sintomático de la transferencia.

Esto puede interpretarse en dos sentidos, como bien lo ha desplegado una y otra vez la Comisión Organizadora de las jornadas.

Uno es tomar a la transferencia misma como una enfermedad. Es la idea de Freud: en el transcurso del análisis, en lugar de la enfermedad propiamente dicha aparece una nueva, artificialmente provocada, la enfermedad de la transferencia, como la llama en las Conferencias de introducción al psicoanálisis, donde la libido se sustrae del síntoma y se concentra en el analista. En este primer sentido entendemos también la indicación que hace Lacan en "Televisión", que el sujeto supuesto saber es una manifestación sintomática del inconsciente.

De todos modos, ya sea que se lo tome desde su perspectiva libidinal, ya -como lo hace Lacan- como transferencia de saber del analizante al analista, esta vertiente está en consonancia con la transferencia como mal necesario y con el psicoanálisis como una experiencia donde se verifica que es posible ir más allá del sujeto supuesto saber a condición de enfermarse de él.

El otro sentido que admite nuestro tema destaca más bien la transferencia como resistencia, o sea lo que no anda en ese lazo especial que une al analizante con el analista. Se trata de dirigir la mira hacia las fallas, los obstáculos con los que tropieza el sujeto supuesto saber:

- la transferencia negativa, que entró en el psicoanálisis vestida de amor, de la mano de Ana 0;
- la reacción terapéutica negativa, que se confunde con la mejor de las disposiciones hacia el analista, pero que revela la satisfacción que el sujeto encuentra en su síntoma;
- el mutismo, no el mutismo hostil, que sería una de las mil caras de la transferencia negativa, sino el de la satisfacción pulsional obstinada que deja al sujeto en las puertas del análisis, o el que se produce porque el significante no está a disposición del sujeto, el mutismo aterrado con el que Lacan se refiere a la escena del dedo cortado del Hombre de los Lobos;
- la reticencia, pariente de la sospecha y la transferencia negativa, cuando no de la paranoia;
- el goce de la asociación libre, que la propia regla fundamental alienta y que desemboca en la infinitización del análisis de no encontrar algo que le haga obstáculo;
- la sacralización del inconsciente, que hace del inconsciente un Dios, del psicoanálisis el rito que le rinde culto, y desemboca en la idea -loca- de que todo tiene sentido y es, por consiguiente, interpretable;
- la contratransferencia, o para darle el nombre que Lacan le dio, la resistencia del analista, la suma de sus prejuicios, su afán pedagógico, su narcisismo, su infatuación, su furor sanandis, su rechazo a ser semblante, su identificación con el saber o con el sujeto o con el amo.

Variados, diversos, heterogéneos, estos obstáculos, a los que podrían sumarse otros, no son sino el índice de que el psicoanálisis se funda en el sujeto supuesto saber pero sigue el camino que le dictan los tropiezos del saber, el circuito por donde lo lleva la pulsión, y desemboca, cuando es logrado, en la demostración de que el saber que cuenta, el saber sobre el Otro sexo, es asunto de invención.

El problema parece otro cuando la enfermedad que aqueja al sujeto supuesto saber es el escepticismo. Si aceptamos, como decíamos hace un momento, que los tiempos que corren traen aparejada una multiplicación del estatuto del Otro que finalmente desemboca en la incredulidad, estaríamos ante un descreimiento en el sujeto supuesto saber que no es producto del dispositivo analítico sino previo, un desabonamiento del inconsciente que no dirigiría el síntoma hacia el analista, de quien ya no habría nada que esperar en términos de saber.

Se entiende que es una enfermedad mortal para el psicoanálisis... pero nosotros tenemos buenas defensas: la conversación sobre la clínica psicoanalítica; la puesta a cielo abierto de los resultados del psicoanálisis; la difusión de sus beneficios, y lo que pueden enseñarnos aquellos que han llevado la experiencia analítica hasta sus últimas instancias.

Por eso, contra el escepticismo posmoderno el remedio que ofrecemos es: ¡Escuchen a los AE!