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Por Judith Miller

Estimados señoras y señores:

Este Coloquio Jacques Lacan 2001 ha dado comienzo.

Digo gracias en nombre de todos a Flory Kruger, que ha sido el pivote, con la colaboración de Carlos Dante García y Silvia Baudini. Esta última tuvo la gentileza de traducir mis palabras. Espero pronunciarlas de modo suficientemente correcto como para que sean audibles.

Digo también gracias a cada uno por estar aquí, sensible y atento a la diversidad de las razones que nos conducen a reunirnos en esta ocasión que es la del centenario del nacimiento de Jacques Lacan.

Sí, hoy Jacques Lacan tendría 100 años, lo que él, creo, no hubiera deseado.

Nada hay nada de fúnebre en nuestra reunión.

Un nacimiento es un "acontecimiento feliz", como se dice en francés de la madre que espera un hijo.

Feliz porque el niño anuncia la novedad y el relevo de lo que los adultos le transmiten, aunque no sea otra cosa que la vida.
Él dispondrá de eso y lo enseñará a su vez si lo que nos era precioso lo estimamos en su justa medida, o lo sobrevaloramos como a nosotros mismos.

Hablo como abuela.

El niño dispone de aquello que le transmitimos, que podrá usar en otro momento; no tiene nada de inesperado y sin embargo es muy sorprendente: nadie sabe lo que le espera, es del orden de la sorpresa.

Sin duda, Jacques Lacan, desde este punto de vista, ha sorprendido a sus padres y abuelos.

Sin duda, su nacimiento y la obra a la que se liga su nombre, nos sorprenden aún, puesto que estamos aquí.

Este coloquio se inscribe en un conjunto animado por un espíritu común, alegre en el sentido spinozista, que se potencia por ser nosotros los que sentimos esta alegría.

No se trata de erigir coronas y de hacer elogios a una obra que no lo necesita en absoluto. Esta obra circula, es reconocida en el mundo entero, traducida, al menos en parte, y cada vez más, en más de diez lenguas.

La obra de Jacques Lacan no se deja momificar, es fruto de una confrontación con la clínica analítica, responde a una exigencia rigurosa: dar cuenta de la práctica que Freud hizo posible. Para lo cual apela a una cultura enciclopédica. Revitaliza la cultura clásica, se vale de su conocimiento acerca de las culturas no clásicas y de los avances más actuales de la ciencia y de las artes contemporáneas. Es inútil pretender embalsamarla.

Hoy, cuando leemos los Seminarios estamos ante textos. Son frases y desarrollos finalizados, que ubican un punto o elucidan una pregunta.

He asistido a muchos de estos seminarios. Puedo aún escuchar, tras las letras impresas, la voz de Lacan escandiendo esas mismas palabras. Su alocución marcaba sus dichos, les daba un ritmo único. Muchas veces he llevado a mi padre en mi auto al lugar donde dictaba su seminario. Usualmente se despertaba muy temprano, a las 5 o a las 6 de la mañana. Era la mañana el único momento en que nadie podía contactarse con él.

Durante esas horas, ordenaba las notas que había reunido, todo lo que había trabajado los días anteriores y especialmente durante el fin de semana, de descanso para la mayoría de la gente, no para él.

En el coche, antes de llegar a su seminario, estaba completamente absorto, concentrado en su reflexión, mudo, casi inaccesible.
Por el contrario, a la salida hablaba con varios; les preguntaba si se había entendido bien su lección, si había sido captado lo que transmitió.

Preguntaba mucho porque nunca estaba satisfecho. Usualmente decía que no había logrado decir una gran parte de lo que había preparado.

Cada punto abordado en cada seminario era el resultado de una minuciosa investigación.

Cuando no podía encontrar él mismo los elementos que le hubieran permitido precisar o verificar sus referencias, llamaba a tal persona que podía ayudarlo; a cualquier hora del día o de la noche, sin tener en absoluto en cuenta la disponibilidad de dicha persona. Y creo que nunca nadie rehusó responder, con la rapidez necesaria, a sus preguntas.

Cada uno entendía que Lacan tenía un deseo imprescindible, que se debía encontrar la respuesta, a toda costa.

Este pensamiento es vibrante, arduo, articulado y siempre en movimiento; implica a cada uno, no lo deja en una posición de confort.

Desde este lugar, Jacques Lacan restituye el sentido al descubrimiento freudiano, mantiene su agudeza, la afina, la afila, apunta a transmitirla, advierte que está permanentemente amenazada.

Este año, los veinticinco Coloquios Jacques Lacan 2001, locales, regionales, nacionales e internacionales, retoman el desafío de esa fuente que constituye lo que Jacques Lacan siempre llamó su enseñanza. En estos coloquios los lectores que se forman en su enseñanza darán testimonio de cómo responden a ella, aquí y allá, aquí y ahora.

Estos coloquios no estandarizados constituyen un carrusel abigarrado. Cada uno lleva una marca singular, la del lugar que tiene el psicoanálisis allí donde está ubicado.

Todos apuntan al porvenir del psicoanálisis contribuyendo en la medida de sus posibilidades.

Todos suponen que sus participantes anticipan lo que será el psicoanálisis mañana, para recoger mejor el guante que le arroja hoy el malestar en la civilización.

Voy a decirles cómo sitúo el rasgo distintivo de este coloquio.

Lamento que mi padre no haya podido conocer Buenos Aires, como tampoco la Argentina. Él viajó a América latina. A Perú y a Venezuela. Estoy segura de que hubiera estado encantado con esta ciudad.

El rasgo peculiar de este coloquio salta a la vista.

En Buenos Aires, hoy, 21 y 22 de abril de 2001, los que exponen una de las facetas por las cuales la enseñanza de Jacques Lacan los conmueve y le rinden homenajes, inscriben su trabajo en disciplinas afines al psicoanálisis. Aquí, como en ninguna otra parte, en este coloquio, asistiremos al tercer diálogo público entre Horacio Etchegoyen y Jacques-Alain Miller.

Aquí, y sólo aquí, uno por uno, analistas de la APA y de la APdeBA exponen junto con analistas de orientación lacaniana en el mismo lugar y en el mismo momento, con la civilidad que implica el hecho de hablar juntos, un punto por el cual la enseñanza de Lacan impacta en cada uno.

¿Cómo es posible? Podríamos preguntarnos si se trata acaso de una traición por parte de unos y de impostura por parte de otros.

Para el centenario del nacimiento de Freud, ¿no hizo Jacques Lacan un cuadro de la situación del psicoanálisis en 1956? ¿Olvidamos acaso este texto? Es el texto más ácido que haya escrito Jacques Lacan contra aquellos que habían amputado la invención freudiana bastardeando su sentido. En este texto, profundamente mordaz y divertido, Jacques Lacan no testimonia ningún resentimiento. Es el texto de un combatiente, como ese otro, voltaireano: "El psicoanálisis verdadero y el falso", que concluye diciendo "aplastemos al infame".

El año anterior había constatado que el Psicoanálisis había desertado de Viena, que el soplo freudiano estaba completamente ahogado por psicoanalistas reducidos a la función de aplanadoras del racionalismo freudiano.

Tal como el ave Fénix que renace de sus cenizas, "La cosa freudiana" no fue escuchada por ninguno de ellos; todos permanecieron sordos a ese llamado. Es lo que Jacques Lacan recuerda en el último texto de sus Escritos: "La ciencia y la verdad", nueve años más tarde, cuando su excomunión de la International Psychoanalytic Association (IPA) parece haber puesto un punto final a toda posibilidad de despertar la ética del psicoanálisis, sustituida por los imperativos brutalmente técnicos "managers".

No por ello Jacques Lacan cede. Persevera. Suspende su seminario sobre el Nombre del Padre, para retomarlo con Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis.

Su audiencia es cada vez más numerosa. Ya no se dirige sólo a los psicoanalistas. A los que se dirige los ha introducido en la lectura de Freud, en el estudio de su clínica, en la lógica de sus avances.

En 1964 está -dice Lacan- tan solo como siempre lo estuvo en su relación con la causa analítica, y funda la Escuela. Este "tan solo" ¡qué duramente resonó en mi sensibilidad ingenua! ¡Qué dolor la constatación de mi impotencia, de la de todos los otros para consolar esta soledad! ¿Cómo aliviar su peso?

No es la soledad de su relación con la causa analítica lo que distingue a Jacques Lacan, sino la manera en que la sostiene, su decisión de trabajarla en una enseñanza que retorna sin descanso, con el objetivo de un bien decir, donde se demuestra la imposibilidad de todo decir, y la necesidad de un resto.

La soledad de la relación con ese real no está por ello suprimida, trabaja para esclarecerla y dar razón de la misma. Frente a esa soledad, a través de su enseñanza hace una apuesta: no cede en su deseo. Eso lo distingue de aquellos analistas que ignoran la causa de la cual se sostienen.

Jacques Lacan en 1966 subraya ante quienes leerán sus Escritos, que toma junto con Freud el partido de las Luces; que el descubrimiento freudiano desplace a las Luces no significa que deroga el racionalismo sino que, por el contrario, lo renueva.

Se perfilan así los dos espectros que amenazan con su tristeza, también en el sentido spinozista, a todo analista, lacaniano o no. Uno, con la figura del analista que calla su práctica. El otro, resguardándose detrás de la institución, por medio del intercambio de buenos servicios para asegurarse un reconocimiento, menosprecia la ética del psicoanálisis.

Estas dos figuras, simétricas e inversas, degradan la vida del psicoanálisis en imperativos técnicos que lo matan. Entre estos dos extremos se abre un abanico múltiple, no comprometido con la causa analítica.

Con Freud, Jacques Lacan habla y de este modo sostiene una ética. Habla a los analistas y a los no analistas, y no cesa de trazar un discurso nuevo, de explicitar sus condiciones de posibilidad, de examinar los efectos de su formalización.

No olvidemos que en 1964 Lacan ubica la ética en el punto de torsión, al modo de la banda de Moebius, donde se anuda el plano de trabajo de una Escuela de psicoanálisis. Este último punto, "Recensión del campo freudiano", reconduce al trabajador decidido, al del "psicoanálisis puro".

En este nuevo lazo social, cada uno puede encontrar el único remedio frente al malestar en la civilización; sin él, este malestar prolifera para todos.

Después de Freud, Jacques Lacan escribe.

Esperó hasta 1966 para reunir sus Escritos.

Nosotros esperamos el comienzo del nuevo siglo para que salgan a la luz sus Otros escritos.

Le está permitido a cada uno saber encontrar la manera en que se hará destinatario de ellos y atreverse a dar testimonio.
Lacan aún y siempre otro.