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Curso del miércoles 30 de enero de 2008

JAM continúa con la interrogación de las "tésis" del cognitivismo. Trata de examinar en este Curso, en la enseñanza de Lacan,las fuentes que le permitieron situar el lugar de "vástago" del estructuralismo confrontado a la fenomenología.JAM recorre esta enseñanza a partir de la crítica de Lacan a la neuropsiquiatría (1946) hasta su TDE, marcando las escansiones más importantes.La perspectiva es totalmente inédita. Su construcción sigue siendo tan esclarecedora y precisa, ofreciendo un nuevo punto de capitón a su Curso del año anterior, "El muy último Lacan (TDE)". En efecto, preparando este número de TLN – y a riesgo de confundir anticipación y precipitación –, nos hemos planteado una cuestión:¿no se trataría en esta formulación, de una presentación de lo que sería el séptimo paradigma del goce? Paradigma que podría enunciarse siguiendo de cerca las propuestas de JAM, a partir de la definición del inconsciente que Lacan promueve en su texto "L'esp d'un laps" (1976). JAM produce la extracción de una definición de lo real propio al psicoanálisis.Es el "real de la contingencia", consecuencia de la no relación sexual (paradigma VI). Esto es precisamente lo que él considera que es el punto sobre el cual Lacan nos ha dejado.Momento en definitiva "optimista", pues se trata "de una invitación a hacer con la contingencia de lo real, es decir, también con la invención y la reinvención, sin ningún fatalismo".Alegrémosnos de la oportunidad que este curso nos ofrece. (From TLN)

¿Qué fuentes encontramos en la enseñanza de Lacan para situar en su lugar lo que llamamos en este momento el cognitivismo?

No creo equivocarme diciendo que no encontramos nunca esa palabra en el texto que subsiste de los Seminarios de Lacan y tampoco en sus Escritos. Cuando Lacan deja de hablar y de escribir, el cognitivismo ya había nacido, tenía ya partidarios y es una referencia importante para un cierto número de disciplinas. Tomemos esto como una indicación fechada, cronológica, con respecto a la influencia de esta ideología. En un tiempo en el que Lacan recorría sin problemas las disciplinas punteras, podía dejar de lado la existencia y el nombre mismo de cognitivismo.

La última vez dije que renunciaba aquí a la polémica a cambio de la elucidación, del intelligere de Spinoza, y voy a matenerme en esta orientación buscando en Lacan lo que indicaría una vía de abordaje. Entonces, utilizo nuestro momento cognitivista para volver a la enseñanza de Lacan y a lo que hace a nuestra posición en la práctica y en la teoría con el fin de aclararnos al respecto.

Lo evoqué la ultima vez, lo que surge primero es que con el estructuralismo hay una postulación hacia la ciencia que ha incidido en el pensamiento.

Se puede decir que el estructuralismo, al menos en Francia, y Lacan tiene ahí un papel de suma importancia, el estructuralismo se planteó por medio de una crítica a la fenomenología, tal como había sido manejada y tal como aparecía en la ideología dominante, a través de la obra de Merleau–Ponty, La Fenomenología de la percepción, o en el existencialismo de alguien como Sartre. Y Michel Foucault había insistido, en el momento de la publicación de su obra, Las palabras y las cosas, en mantenerse en una postura crítica frente a la inspiración fenomenológica.

En el curso de los años 60 existió un binario, fenomenología versus estructuralismo, y la idea de que uno sobrepasaba al otro. Y desde donde nosotros estamos ahora, lo que aparece es que el estructuralismo sólo ha sido una transición para volver ahí donde la filosofía fenomenológica se constituía en la crítica aparentemente triunfante, a saber, lo que yo llamaré el cientificismo que domina hoy bajo el modo de cognitivismo. Al mismo tiempo, lo que del estructuralismo rechazó al cientificismo se inscribe bajo el dominio no de una disciplina, sino de un campo de exploración que lleva un nombre que no hemos practicado aquí pero que se impuso sobre todo a partir del eco que recibió en los Estados Unidos, el postestructuralismo, que a su vez promovió el nacimiento en las universidades americanas y luego a través del mundo, de un campo múltiple, equívoco, que yo llamaría por su nombre inglés, the cultural studies. Y, entonces, me parece que, de alguna manera, ahora se ve mejor, el residuo del estructuralismo, una vez que este se desprendió del cientificismo y que a la vez el cientificismo se impuso.

Este esquema sitúa, en efecto, nuestro estructuralismo como un momento de transición y, también, un momento equívoco, e invita cuando se relee a Lacan, a distinguir ahí proposiciones que son compatibles o afines con el cientificismo, al mismo tiempo que, ciertamente, esta enseñanza no se reduce a esto. Pero se puede decir que la postulación científica del lacanismo abrió la vía al cientificismo contemporáneo y, en cualquier caso, sin duda nos ha dejado desatentos frente a sus progresos.

Si vuelvo a la enseñanza de Lacan, ¿de qué nos encantábamos en la época?

Y bien, se consideraba como un progreso del pensamiento, un progreso de elucidación –tomo este ejemplo–, poder transcribir lo que Freud llama fantasma en una fórmula de apariencia matemática como es S tachado, losange, pequeño a, entre paréntesis. Es decir, una secuencia de tres símbolos, incluso de cinco si se le añade los parentesis. Esto ha formado parte de la seducción del discurso de Lacan, esta retranscripción sistemática de los términos freudianos en escrituras de alcance científico.

Fantasma: ($ ◊ a)

Comentó él mismo esta escritura en la pag. 816 de los Escritos en los términos siguientes. Lo llama sigla, el término antiguo. Utiliza este término antiguo, pero es para decir que lo introduce a título de algoritmo, es decir, de una fórmula que prescribe un cierto desarrollo normativizado. Entonces, ahí se reintroduce el equívoco que le hace subrayar que en esta sigla volvemos a encontrar, escindidos, los términos de la abreviatura del signiticante: Sa. Es lo que enuncia diciendo: rompe el elemento fonemático que constituye la unidad significante hasta su átomo literal. Hay que entender que es Sa, la abreviatura del significante, la que se rompe aquí en dos letras. Y lo abre a la multiplicidad diciendo: está hecho para permitir cientos de lecturas diferentes –entonces, una multiplicidad de la cual no enumera las posibilidades–, multiplicidad, dice, admisible hasta que lo hablado quede tomado en su álgebra –bueno, lo que se autoriza verdaderamente de los usos que no encuentran aquí ningún límite. Y, en ese momento, caracteriza el conjunto de las siglas algorítmicas que utiliza en su grafo: no constituye un metalenguaje, dice, no son significantes trascendentes, son los index de una significación absoluta. Una significación absoluta, la fórmula es fuerte, la dice especialmente adaptada a aquello de lo que se trata en el fantasma (JAM subraya la palabra fantasma en la pizarra).

Podemos admitirlo. El fantasma es en absoluto en efecto, en el sentido de separado del resto del sistema de las significaciones. Freud mismo acentúa esto. El fantasma, de alguna manera, viene como un plus, sin que sus lazos sean manifiestos con lo que la palabra del paciente ha podido revelar; respecto a esto, el análisis puede desarrollarse dejando recubierto el fantasma, dejándolo no confesado, como una significación aparte, un escenario significativo fuera de todo. Pero, y es sin duda por esto que Lacan distingue entre sus siglas la sigla del fantasma, al mismo tiempo hace del carácter de index de significación absoluta, la marca de todas las siglas que ha colocado en su grafo.

Hubo un tiempo donde se intentaba penetrar en el valor propio de los términos de Lacan. Si los consideramos retroactivamente, se percibe que tenemos ahí términos equívocos, que toman prestado la experiencia analítica y decoran los términos que provienen de ella con una matematización de la cual no es excesivo decir que es de semblante, que es, de alguna manera, atraída por el cientificismo por venir y que, al mismo tiempo, Lacan multiplica las reservas que le impiden caer ahí.

Este equívoco, podemos decir, está destinado a marcar el conjunto de su enseñanza. Esta enseñanza está a la vez habitada por un ideal de matematización, que es incesantemente denegado, y por razones fundamentales.

He evocado la última vez la fuente que Lacan había provablemente encontrado en el curso de Heidegger sobre ¿Qué es una cosa? y, en particular, en las páginas que conciernen al matema. Tuvimos ecos de ello –mucho más tarde en su enseñanza, mucho más tarde que esta página 816 tomada de "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo"–, tenemos un testimonio de ello en su escrito que se llama "´L'Etourdit", que figura en la recopilación de los Otros Escritos, en la pág. 481. Esto viene, me parece, directamente de Heidegger: "El matema, dice Lacan, se profiere desde el único real reconocido primeramente en el lenguaje: a saber, el número. El término de real es sin duda de Lacan, pero la noción de que la primera realización del matema es el número, esta noción la encontramos en Heidegger.

Lacan señala el atractivo que presenta el matema, o que presenta el número, o que presenta el campo matemático, para el pensamiento, y acentúa esta atracción diciendo que el pensamiento encuentra ahí el nonsense propio del ser. El pensamiento encuentra en la matemática el nonsense propio del ser. Creo que aquí hay que dar a la palabra inglesa nonsense no el valor humorístico que puede tener, sino más bien su valor que se trascribe en francés: ausencia de sentido, no tener sentido. Como lo recordé la última vez, esto vuelve varias veces bajo la pluma de Lacan. Es el término de Bertrand Russell el mismo que seducía a Kojève, a saber: que el discurso matemático, la matemática, no se sabe de qué estamos hablando. Y aquí veo un eco de esto. No se sabe de qué estamos hablando, es decir, es un discurso sin más allá, es un discurso que precisamente no sirve de index para lo que Lacan llamaba más arriba, una significación absoluta.

Lo que hay –digámoslo así–, lo que hay, está enteramente contenido en el discurso mismo.

Y ahí Lacan formula lo que sería la esencia de la matemática de esta manera, a saber, un uso nonsense del lenguaje, precisamente en el momento en que toma un poco de distancia con la matematización, esta matematización para la cual, en su enseñanza, ha dado mucho, y también en "L'Etourdit" puesto que utiliza ahí términos, elementos, relaciones, que pertenecen a la lógica matemática.

Entonces, este equívoco, este uso equívoco de la referencia a la ciencia y a las matemáticas en la ciencia, Lacan intentó romperlo, ir más allá –y en el fondo es sin duda la indicación, el index más prometedor que dejó–, invitando a definir para el psicoanálisis un real que solo tendría que ver con él.

Lo dijo en los términos siguientes: el inconsciente testimonia de un real que le sea propio. Esta fórmula, por sí misma, marca una prudencia y al mismo tiempo una dificultad, que se concentra en el uso del verbo testimoniar. No dice que el inconsciente muestra un real, no dice que el inconsciente nos fuerza a definir un real, no pone como sujeto de la frase el psicoanálisis es su real. Pero digamos que esta es la orientación: apremiado por el discurso de la ciencia que constituye a lo largo de su enseñanza su referencia, diría, de la misma manera que para Freud, Lacan fue en la dirección de elaborar un real que sería propio de lo que sólo se impone por el discuso analítico, a saber, el inconsciente. El condicional con el cual afectó un discurso que no sería semblante se encuentra aquí en el subjuntivo de un real que le sea propio.

Este real propio, este real identificante, si se puede decir, este real particularizado, él lo sitúa en el campo de la sexualidad.

Por ello, su elaboración de la relación sexual ha sido lo que respondió de la manera más ajustada a lo que yo llamaba la presión del discurso de la ciencia sobre lo que él podía desarrollar. Es decir, retomó el fallo sensible de la teoría analítica, en función del discurso de la ciencia, con esta carta que trajo de la relación sexual, con los rasgos singulares con los que dotó a esta relación sexual.

Entonces, precisamente esto debería ponernos en la vía de elucidar por qué caminos la cantidad, la medida, la cifra, el número, han advenido al hombre.

Lacan mismo lo evoca. Es la configuración especial de la relación sexual en la especie hablante, en los seres hablantes, la que podría explicar el acceso que estos encontraron al número. Para anticipar un poco, sería lo inaccesible de la relación sexual lo que explicaría el acceso al número. Esta cuestíón, en los tiempos de Lacan, podría parecer especulativa, aunque ya no lo es hoy, puesto que la cantidad, la medida y el número, es ahí donde nuestra época, lo que es ahora nuestra época –esto no era tan evidente para nosotros al final del siglo pasado–, es ahí donde la época va a buscar sus significantes amos.

Entonces, ya he puesto en oposición el número y la insignia. La insignia, lo que Lacan llamaba así, es el significante como absoluto, o, más precisamente, un significante como absoluto, es el significante de lo incomparable, del sin igual y, por lo tanto, lo que se sustrae a toda multiplicidad. Mientras que el número, al contrario, es la vía por la cual viene a imponerse a nosotros la comparación. Es la vía por donde, cuando se puede numerizar, colocar un número, contar, todo deviene comparable, no equivalente, sino homogéneo, y homogéneo en una escala, en una escala de valores.Se percibe sensiblemente que lo que ha prestado credibilidad, como se dice, a la evaluación universitaria, contra la cual, por otro lado, llevamos a cabo una cierta polémica –y esto no acaba aquí–, lo que ha dado credibilidad a la evaluación universitaria, es el momento en el que hemos visto aparecer una clasificación mundial de las universidades, es decir, donde, a través de los países y a través de las lenguas, hemos afirmado que todo era comparable. Se puede decir aquí que el fenómeno, la realidad llamada mundialización, ha validado, valida, todos los dias, el significante amo del número, el significante amo de la cantidad. Respecto a esto, el hecho de que haya un sistema mundial de intercambios, de comercio, de la producción, es contemporáneo de la subida al cénit de los significantes que yo decía: la medida, la cantidad, el número.

Entonces, hay ahí una realidad que no parece dispuesta a desaparecer en lo inmediato. La alegría de la polémica, la alegría de criticar y de bromear con los agentes de la cuantificación, no debe hacernos desconocer que hay ahí lo que podemos sin duda llamar un real. Hay ahí algo de lo cual siempre podemos decir que es ilusorio por muchos lados, podemos decir que la evaluación es imposible, que sólo es una ficción, esto no le quita nada a lo que aparece aquí fundado de una manera extremadamente potente y a lo cual se opone ¿qué? ¿el culto del sin igual?

He hablado del fetichismo de la cifra, yo mismo he presentado a los evaluadores como una secta. En efecto, aquellos que ponen en marcha, que se hacen los guardianes y los propagandistas de la evaluación, pueden presentarse así actualmente, una falange de primera línea, de vanguardia. Pero correlativamente aparecen los sectarios del sin igual. Y tampoco da mucha confianza pensar que Sartre era uno de ellos, un sin igual.

Recientemente, me interesé por el valor, diserté sobre el sentido que habría que dar a su famoso no al Premio Nobel de literatura, que quedó en la memoria de todos y que es uno de sus grandes azañas. Y bien, si rechazó el Premio Nobel – se lo explicó muy bien a Simone de Bouvoir–, si rechazó el Premio Nobel es porque rechazaba ser comparado. Él podía decir: me gusta Heminway, he ido a verle a Cuba, pero yo no quiero ser lo mismo, no quiero ser clasificado al mismo nivel, rechazando la clasificación, la comparación, que le parecía –no puedo reprochárselo–, que le parecía lo opuesto a lo que es la literatura.

En definitiva, este rechazo se fundaba en la noción de un cierto absoluto de la conciencia. Y aquí encontramos de nuevo este término de absoluto.

A través de las teorías, están los sectarios de lo absoluto y, del otro lado, están los de lo relativo. Lo relativo toma hoy la forma de la cantidad, de la cuantificación, y esto es tan potente que echa del lado del orden de los valores aristocráticos al culto del sin igual y que podríamos burlarnos de él –ciertamente no voy a ser yo el que voy a encargarme de esto–, como nos burlamos de la evaluación.

Es decir, los dos hacen par, hay como una solidaridad entre los dos.

Esto hace que habrá que encontrar otra cosa –y, por otro lado, va a haber que encontrar otra cosa de muchas cosas– (risas). La última vez evocaba el nacimiento inevitable de la neuropsicología clínica: es porque yo estaba atrasado. Quizás dije que ya debía existir en algún lugar. En cualquier caso, eso existe. Nada más llegar a mi casa me vi invadido de e–mails (risas), haciéndome conocer la existencia de laboratorios de neuropsicología clínica. No hay ninguna razón, en efecto, que la clínica resista en el nivel de lo neuro.

A propósito de esto, encontramos sin embargo en Lacan una fuente que hay que volver a poner en circulación, una fuente que concierte a su posición y a la nuestra con respecto a la perspectiva cognitivista. La encontramos en su "A propósito de la causalidad psíquica" que está en el volumen de los Escritos.

A la salida de la Segunda Guerra Mundial y en los albores de su enseñanza, tenemos el manifiesto de Lacan contra la neuropsiquiatría. Fue elaborado a partir de una polémica con su camarada Henry Ey cuya teoría, llamada organodinamismo, encontraba sus fundamentos en la aplicación de los principios de Jackson a la neuropsiquiatría. En esa fecha, se habla a voluntad de trastorno mental, el lenguaje del disfuncionamiento está ya en curso y la crítica fundamental de Lacan con respecto a la neuropsiquiatría es que ésta busca la génesis del trastorno mental en el espacio, más precisamente, en la extensión, que es la que explora la física matemática, que él llama la física clásica. Lo que funda la neuropsiquiatría es el recurso que encuentra en la evidencia de la realidad física, una realidad física fundamentalmente estructurada como la extensión cartesiana, llamada partes extra partes, partes en el exterior de las partes, sin superposición, sin encabalgamiento, una extensión que es, como decia en otra época Merleau–Ponty, sin escondites, y en cuyo interior tendrán lugar todas las interacciones que ustedes quieran. Lacan habla de interacciones moleculares, pero si pasamos a lo neuronal, nos quedamos en el régimen de la extensión partes extra partes.

Es esta perspectiva la que se ha asentado como cognitivismo, del cual en el inicio de su enseñanza Lacan se desprende y desprende al psicoanálisis.

Entonces, no retomaré en detalle el ejemplo, célebre en otros tiempos, del enfermo neurológico de Gelb y Goldstein, que estaba afectado por una lesión en el occipital y que presentaba trastornos considerables de la conducta, trastornos agnósticos, un déficit de la aprehensión significativo, una ceguera para la intuición del número, etc., con la posibilidad no afectada de ciertos movimientos llamados automáticos. Se describe la catástrofe cognitiva y motora de un paciente afectado de un déficit neurológico. La pregunta de Lacan al respecto es: ¿Qué es lo que permite hacer la diferencia entre un enfermo que sufre de esta afección neurológica y una psicosis? Es con este escalpelo con el cual pasa a los datos que aporta la teoría organicista: Ustedes nos demuestran lesiones y déficits, pero estas lesiones y estos déficits no implican la locura. La diferencia es, en los términos que se empleaban en ese momento, la reacción de la personalidad, cuya caracterización no va más allá de eso pero que, esta personalidad tiene, diría yo, un valor de totalidad significativa.

Esto conduce a Lacan a burlarse del concepto mismo, que ha quedado expandido y operativo en el cognitivismo, el concepto de actividad psíquica. La actividad psíquica, dice, es un sueño –en el sentido de que eso no existe–, es un sueño de sabio o de fabricante de autómatas.

Lo que llaman la actividad psíquica sería lo que responde a las interacciones moleculares en la extensión partes extra partes, eso es sólo –estoy glosando– la sombra de las interacciones que tienen lugar en la realidad física. A esto Lacan opone, en la página 159, una descripción que le dejó bastante satisfecho como para citarla muchos años después en su Seminario y en sus Escritos. Eso es un sueño, dice, este sueño ¿puede ser el de un médico –ahí la palabra médico viene en oposición a fabricante de autómatas, o de sabio–, el sueño de un médico que miles de veces –esto es como los cientos de veces de antes, es decir, que no se cuentan–, que mil y diez mil veces ha podido oir desarrollarse en su oído esa cadena bastarda de destino y de inercia, de dados lanzados y de estupor, de falsos éxitos y de encuentros desconocidos, que hacen al texto corriente de una vida humana? Dicho de otra forma, ahí tenemos, a modo de carta forzada, la oposición entre la actividad psíquica ideal, calcada de las interacciones en la extensión física y, luego, lo que se trata realmente en lo concreto de la existencia, a lo cual se accede por la cadena de palabras y, en particular, la que se despliega en el análisis, donde tenemos un paisaje muy diferente al de la actividad psíquica, otra cosa que los paquetes de neuronas que se iluminan en diferentes lugares como se puede observar hoy en la imaginería cerebral.Esta leyenda, esta referencia, es un cortacircuito que implica siempre que en algún lugar hay una vigilancia, en algún lugar hay una vigilancia de un espíritu de la máquina, que la hace responder, "el pequeño hombre que está en el hombre", como lo expresa Lacan, y precisa que antaño se reía con Ey de las teorías que finalmente reconducen al pequeño hombre que está en el hombre. Debo decir que cuando leo a nuestros cognitivistas modernos –sin caer en la polémica (risas)–, cuando leo a nuestros cognitivistas modernos sobre la complejidad extaordinaria de la arquitectura cerebral, se nos describe de nuevo al pequeño hombre que está en el hombre. Simplemente hoy lo centran en lo que nos da acceso la imagineria cerebral, nos dan un doble fantasmático donde se integraría todo lo que sólo nos presentan en trozos disjuntos.

Si hoy buscáramos los fundamentos de un anticognitivismo me parece que podríamos encontrarlos en esta crítica de Lacan a la neuropsiquiatría.

Entonces, esta crítica, hay que decirlo, está muy marcada por la fenomenología, y no es aún de la época del estructuralismo. A la realidad física o, digamos, a lo real aparejado a la física matemática, ella opone la consistencia de otro registro, que es como la anticipación de lo real propio al inconsciente, que es del registro del sentido.

Podemos decir que, en efecto, la fenomenología ha sido en algunos aspectos una exploración del registro del sentido, hasta que esta exploración fuera transformada, fuera como cientificizada en el estructuralismo, en particular con lo que Lacan hizo de las figuras de la retórica, de la metáfora y de la metonimia, que podrían o que iban a poder con el estructuralismo, darnos los mecanismos del sentido, los mecanismos significantes del sentido.

Esos son los instrumentos de los cuales Lacan no dispone todavía en su crítica de la neuropsiquiatría. Entonces, él opone de una manera más masiva, el registro del sentido a la realidad física.

Pero eso no lo invalida. No tiene la precisión que encontrará con el estructuralismo, con la idea de mecanismos significantes de la producción de sentido, del goce y del sujeto. Pero, evidentemente, cuando eso sea estructuralista, será al mismo tiempo, equívoco, porque será ya –yo decía en todo caso– será atraído por lo que será llamado a devenir el cientificismo contemporáneo.

Entonces, manejando el sentido como una categoría masiva y vaga –no tiene la precisión que podemos encontrar en el estructuralismo–, Lacan puede decir que la cuestión no son los fenómenos brutos, como el de la alucinación, sino que esos fenómenos sólo entran en la psicosis como dotados de sentido. Le cito: Un caracter mucho más decisivo que la sensorialidad que experimenta en esos fenómenos, es que todos, cualquiera que sean, alucinaciones, interpretaciones, intuiciones, y cualquiera que sea la extrañeza con la que sean vividos, estos fenómenos conciernen al sujeto personalmente: le desdoblan, le responden, le hacen eco, perplejidad, etc. Es decir, que la locura es vivida toda ella en el registro del sentido. Y, entonces, Lacan opone, a la neuropsiquiatría, la vivencia de la psicosis, su vivencia que es asunto de significacion y de lenguaje y amplifica su consideración hasta decir: Puesto que hay lenguaje se plantea el problema de la verdad.

Digamos que su crítica de la neuropsiquiatría descansa sobre la diferencia –se puede conceptualizar así– entre déficit y falla. El déficit se puede localizar en la realidad física, y esto sigue siendo así: para ocuparse de un cierto número de disfuncionamientos se intenta localizar en la imaginería una actividad insuficiente de tal o cual zona. Entonces, estos son los déficits fundamentalmente físicos. Por otra parte, la falla de la que se trata es una falla significante, que Lacan trata aquí como la falla entre el yo (moi) y el ser del sujeto, pero sobre la cual encontrará la manera de construir más adelante oposiciones mucho más refinadas, yendo hasta escribir un sujeto que es él mismo falla: S tachado. El sujeto tachado es el sujeto falla.

De repente, puesto que este sujeto es falla, todo se juega a nivel de las identificaciones que llenan esa falla. Y, en el fondo, es ahí donde Lacan ve el dinamismo de la locura: el dinamismo de la locura se sostiene por el atractivo de un cierto número de identificaciones donde el sujeto compromete su verdad y su ser.

Eso le conduce, al contrario que la psicología cognitivista –en ese momento desconocida para el personal, hay que decirlo–, eso le conduce a considerar que el objeto propio de la psicología es la imago, es decir, la forma identificatoria que permite la resolución de una fase psíquica, dice, que escande una transformación de las relaciones de lo que él llama en ese momento el individuo con su semblante. Y, en el fondo, ahí tenemos como el esbozo de un programa de la psicología que deviene, yo diría, una psicología semántica, en oposición a la psicología cognitivista.

Encontramos en este texto de Lacan una vez el adjetivo incuantificable, que se asigna a la distancia incuantificable con la imago. La imago no es el ser del sujeto, pero no podemos pensar en cuantificar aquí la separación y decir que está más lejos o más cerca: estamos en el orden de lo incuantificable. El término que empleo de semántico, apunta a esta imposibilidad de cuantificar.

Hay que decir que la identificación quedará para Lacan como vector totalmente decisivo en toda su enseñanza, en la medida en que el sujeto, tal como lo define, desprovisto de la realidad física, haciendo agujero, el sujeto llama a identificaciones (JAM señala el S tachado en la pizarra: S tachado guión).

Y, precisamente, cuando Lacan querrá mostrar, en el campo de la sexualidad, lo real que sería propio del inconsciente, procederá también por la vía de la identificación.

En efecto, las fórmulas de la sexuación, son fórmulas de la identificación sexual primordial. Y digamos que si hay dos identificaciones sexuales primordiales, es en la medida en que no hay relación sexual. Identificación sexual viene al lugar de relación sexual. La relación sexual vendrá al lugar de la falla que está marcada por la sigla S tachado (JAM señana de nuevo S tachado en la pizarra).

Entonces, esta relación sexual, Lacan la ha planteado, la ha construído de tal manera, que como sabemos sería imposible de escribir. ¿Por qué camino llegó a caracterizarla así? Digamos que es en la perspectiva de hacer salir lo real a partir del lenguaje: ¿Mientras que la función de la palabra y el campo del lenguaje son la función y el campo propios del psicoanalisis, en qué medida hay ahí un real?

Y es esta noción de hacer salir lo real a partir del lenguaje, la que le conduce a privilegiar la disciplina de la lógica matemática y, precisamente, en la lógica matemática, a privilegiar las demostraciones de imposibilidad. Hay a la vez, con la lógica, producción de una necesidad propia al discurso, y podemos hacer de la lógica, decía Lacan, un arte de producir una necesidad de discurso, pero que es correlativo al tropiezo con imposibles, que permiten entonces asignar lo real.

La tentativa de Lacan se inscribe en la perspectiva del pasaje de lo simbólico a lo real, un pasaje que ya en la lógica matemática, señalémoslo, no tiene que ver con la medida, con la cantidad, ni con el número, sino que es de otro orden. Y también, si Lacan ha dado esa importancia a la topología, lo vemos mejor ahora, es en la medida en que es una geometría sin la medida: ella demuestra que podemos hacer ciencia en un espacio que no es métrico.

Entonces, cuando Lacan recurrió a la lógica, le hizo falta justificar ampliamente el recurso a la escritura, que es otro modo de lenguaje que la palabra. Dió un rodeo por el japonés e incluso por el chino, para introducir en el campo del lenguaje una función que no era la de la palabra, sino la de la escritura, porque lo real que puede ofrecer la lógica matemática es un real que está aparejado con la escritura.

Por lo tanto, armado del privilegio acordado a lo real, que sale del lenguaje vía la escritura, Lacan podría decir por ejemplo: Lo biológico no es real –nos podríamos servir hoy de esto como un golpe de gracia para las pretensiones de las ciencias de la vida psíquica fundadas en lo neurobiológico–. Es un uso del término de real que le permite decir que lo biológico no es real, lo biológico –es lo que dice en el Seminario XIX que va a aparecer muy pronto–, lo biológico es el fruto de la ciencia que se llama biología. Lo real es otra cosa: es lo que está en relación con la función de la significancia, es lo que está en relación con, decía antes, el campo del lenguaje.

Por consiguiente, es en esta vía que Lacan emprendió la escritura –cito sus palabras– escribir, como en matemáticas, la función que se constituye porque existe el goce sexual.

El forzamiento inicial de Lacan para introducir la función de la escritura en el campo del lenguaje, su forzamiento esencial, es la escritura del goce sexual bajo esta sigla Phi que vale como función de una variable marcada x minúscula: 3Porque, luego, va a utilizar los medios existentes en la lógica, los cuantificadores, el para todo:4, el existe: 5. Y, ciertamente, va a modificarlos invirtiéndolos, del lado mujer de esta manera: – eso hace A.E. (risas) –, pero enfin, utiliza los cuantificadores, los transforma, pero el forzamiento esencial es el de hacer pasar a la escritura el goce sexual: .

Entonces, aquí hay sin duda una relación con la biología, pero no con la neurobiología. La relación que hay con la biología, es con lo bio de la biología, es con lo que concierne a la vida, y no supuestamente a la cognición: es, digamos, la relación entre el ser hablante y lo que le soporta como viviente.

Lo que aisla bajo el nombre de goce –no es por nada que no retomó el término freudiano de libido, al cual, por momentos, lo podemos hacer equivaler–, si dijo goce es porque entiende por goce algo que no es del orden de lo que habíamos encontrado como actividad armoniosa, cuando la llamábamos actividad psíquica. Si sacó y aisló el nombre de goce es porque es en sí mismo un término que es, yo diría, el index de un disfuncionamiento absoluto, es porque el goce del cual habla es, por sí mismo, una relación molestada del ser hablante con su propio cuerpo.

Lo escribe, hace pasar este goce al escrito, lo hace pasar al escrito como goce sexual, pero en el sentido en que el sujeto tiene relación más con este goce que con su partenaire. Es un goce sexual, podemos por momentos calificarlo de sexual, pero es en el sentido de hacer barrera a la relación que habría entre los dos sexos. Como lo expresa Lacan: la relación es con F más que con el partenaire.

Por esto, en el fondo, el goce sexual está siempre marcado por Lacan con comillas.

Porque, precisamente, entiende que no hay goce que esté específicado por el binario sexual. No hay actividad de goce. El goce sólo lo conocemos en psicoanálisis bajo la forma de S tachado, si se puede decir, sólo se le conoce bajo la forma de la falla, del tropiezo, del fracaso. Y, en el fondo, S tachado es lo que está inscrito en el lugar de este símbolo que Lacan nunca escribió –en fin, lo escribió una vez en el Seminario XX y me he servido alguna vez de él– S tachado es lo que viene al lugar de lo que sería el goce de la actividad de goce.

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J

Sólo lo conocemos bajo la forma de tropiezo, bajo la forma de lo fallido, y bajo la forma de lo críptado.
Es ahí, en ese extremo de la enseñanza de Lacan, donde volvemos a encontrar el valor dado al sentido.
Lo que trabaja la última enseñanza de Lacan –que desemboca en su muy última enseñanza– lo que trabaja es la relación de este goce intrísicamente disfuncional (JAM muestra Fx en la pizarra).
En el fondo, el no hay relación sexual de Lacan, es corelativo al hay sentido sexual

Hay sentido sexual: porque en ningún lado la relación sexual se escribe, el sexo resulta del sentido. Y es así que el cifrado inconsciente es, en sí mismo, ejercicio experimentado de goce.

El No existe relación sexual –si lo puedo escribir así: R – es correlativo, por un lado, del sentido sexual, y la no relación es correlativa también del encuentro.

Si Lacan pone en evidencia y valoriza el término de encuentro en la relación amorosa, es en la medida exacta en que no existe relación sexual en ninguna parte. Y, por lo tanto, la oposición es aquí entre la relación que sería necesaria y que no existe en tanto tal y el encuentro que es contingente.

Entonces, es en esos términos donde reposa la idea de Lacan de conceder al psicoanálisis un real que le sería propio.

Es un real del cual puede decir, a la vez, que es el de la no relación o es el real de la modalidad del encuentro, es decir, es el real de la contingencia. Y ahí estamos en el lado opuesto del determinismo físico, en lo opuesto de todo lo que ha intentado, de todo lo que ha calculado la fisica matemática de la cual la neuropsiquiatría –para expresarme como en "A propósito de la causalidad psíquica"– sólo es el vástago.

El real que Lacan ha cernido para el psicoanálisis, es un real que corresponde a la contingencia.

Su muy última enseñanza, podemos decir que se mantiene a este nivel, al nivel de lo real contingente. Este es sin duda el motor, que en su enseñanza derrumba todas las categorías establecidas. Ninguna fundación resiste a este ácido de la contingencia, surgida, consecuencia de la no relación sexual, y que es al mismo tiempo la vía del conocimiento, la vía del saber de la no relación sexual. Es porque sólo podemos constatar contingencia en la relación entre los sexos por lo que podemos inferir que no hay necesidad en la relación entre los sexos. Nada no cesa de escribirse entre los sexos. Y es por ahí por donde estamos en el regimen del encuentro.La muy última enseñanza de Lacan, que explota esta contingencia, al mismo tiempo, podemos decir, dice adiós al ideal científico y, en el fondo, se deshace de los mismos medios a través de los cuales había sido cernido, y ello en favor de un nuevo comienzo. Esto no puede sino evocarnos lo que Lacan dice después de todo de las matemáticas, que su desarrollo no procede de generalización, sino de remodelación topológica. Procede de una retroacción sobre el comienzo, de tal manera que borra con ello la historia.

Y bien, es sobre esto donde Lacan nos ha dejado. Nos ha dejado en una retroacción, que fue hasta borrar –hay que decirlo– en amplia medida, la historia del psicoanálisis y es lo que nos ha dejado para tratar, para hacer con la contingencia de lo real, es decir, también con la invención y la reinvención, sin ningún fatalismo.

Y, por ello, a pesar del peso que tiene hoy en día la cantidad, la medida y el número, todo esto queda a expensas de la contingencia. Nos toca a nosotros saber explotarlo.

Hasta la semana próxima.

(Se recapitula lo que está escrito en la pizarra)

Fin de la Octava Sesión del Curso JAM 2007-2008 - 30.01.08