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Diario de las Jornadas - N° 02
Jueves 3 de septiembre de 2009

JACQUES-ALAIN MILLER: Editorial
No, no se trata todavía de la continuación prometida sobre el tema de las Jornadas. He vuelto a toda prisa a París para hacer el afiche –con algunos seis meses de retraso en relación con el calendario habitual, pero en dos horas de agitación febril en el atelier–. Está hecho. Podrá notarse que este afiche tomó forma  en torno del plus de gozar ¿por qué esconder que me gusta lo impreso, la tipografía, poner sobre la página, las formas voluptuosas de las letras? Utilicé para el afiche la grilla original que concebí para la cubierta de LNA-Le Nouvel Âne. Ustedes recibirán la prueba por mail, con el número 3 de este Diario, bajo la forma electrónica llamada pdf. Estará impreso la semana próxima, y espero que los miembros y los amigos de la Escuela se ocuparán de ponerlo en las paredes de las instituciones donde ejercen. En este número 2, he ubicado por orden de llegada, las tres primeras contribuciones que he recibido luego del número 1. Les ruego crean que no las he solicitado de ningún modo. Sin embargo son otras tantas interpretaciones del tema de las Jornadas. La sabiduría de las naciones dice que no hay que ir más rápido que la música. Creo todo lo contrario; siempre ir más rápido que la música.

Post-scriptum. D. Miller corrigió la información que me había comunicado, no son ocho, sino nueve salas de las que dispondremos simultáneamente el sábado 7 de noviembre, para el primer día de las Jornadas. Si agregamos el Auditórium del domingo, resulta de ello que el programa incluirá 120 intervenciones, de 15 minutos cada una (20 máximo absoluto) que movilizarán 60 presidentes, es decir 180 participantes activos. Hasta el presente, todos esos lugares están libres, con excepción de la primera, reservada, como se debe, al Presidente de la Escuela, F. H. Freda. A partir del lunes próximo me dedicaré al trabajo de componer ese programa, a partir de las propuestas que me serán hechas desde ahora (asunto JORNADAS NOVIEMBRE), y de los pedidos que haré por teléfono y por mail, sobre la base de la grilla preparada con el Directorio. La Escuela espera que cada uno haga su deber –y no hará historias–. Por su parte ella no ha puesto al trabajo ningún "comité científico" que asegure un filtro, y dando de este modo la garantía de la Escuela. Ni filtro, ni garantía. Por lo tanto, cada uno a su riesgo –y Dios para todos, por supuesto…, salvo que el Otro no existe–. No digo que sea siempre necesario y en todas partes hacer así, pero para esta vez, el concepto de estas Jornadas –o más bien, su director…– quiere esto.

JACQUES Borie: Un momento de extrema extrañeza
Estimado JAM, le envío un pequeño texto como contribución al Diario de las Jornadas; apenas leída su presentación y su oferta, me pareció evidente y urgente escribir algunas líneas

Hacía ya algún tiempo que el deseo de comenzar una práctica de analista me atormentaba bajo un modo aún demasiado neurótico: ¿no era acaso una impostura atreverme a franquear ese paso? En resumen, entre duda, temor y deseo, la oscilación no me permitía  decidir claramente. Fue entonces cuando recibí un llamado del que no pude escabullirme; este hombre quería a toda costa verme porque yo era "lacaniano", me dice por teléfono. Consentí a ello, no sin algún momento de vacilación. Este encuentro fue un momento de extrema extrañeza, debido sin duda en primer lugar a su aspecto inhabitual: su facha de cristo (barba hirsuta, mirada exaltada) se envolvía en un abrigo lleno de barro; me explicó inmediatamente que viniendo a verme, una voz le había ordenado  que arrojara su abrigo en un charco, pues no era digno en absoluto de presentarse limpio a nuestra cita. En seguida se me presentó la problemática radical del psicótico. Muy lejos del acto fallido del neurótico, era el demasiado real de la lengua lo que venía en primer plano, y apelaba a un tratamiento sin dilación. Me precisó que para él, el "lacaniano" con el que soportaba su demanda provenía de lo que sabía de Lacan: "el hombre de la lengua", según su expresión.

Concluí en acto que no había tiempo para una dilación y que no tenía otra elección que hacerme partenaire del goce paradojal de este sujeto: tratar la lengua con la lengua. Esto le permitió una pacificación segura; en particular en su relación a sus voces.

Por mi parte, fui de algún modo aplicado al lugar del analista, no sin haber consentido a ello, por sorpresa, pero no sin la estructura. Quedó de ello para mí una consecuencia que no ha cesado: si este encuentro fue para mí la ocasión de franquear ese paso hasta entonces incierto del devenir-analista, el orientó desde entonces mis trabajos prioritariamente sobre la cuestión del tratamiento de los psicóticos, y de lo real de la lengua que esto implica.

Judith Miller: Bonita apuesta
Pongámonos, en estas Jornadas, a la hora de la sorpresa, sabiendo que la mayoría de las decisiones son vividas como demasiado tardías. No es una razón para no tomarlas.

Esta me permite saber porqué el título de estas Jornadas hacían que me rasque sin las cosquillas. Sin duda soy demasiado heideggeriana: el "se" mata la sorpresa, que remite a un camino ya trazado.

Felizmente Jacques Lacan encontró el espíritu freudiano: la noción de camino obligado, de cursus, y la del análisis llamado didáctico con sus aparatos de bien necesarios y otras infatuaciones. Ver el texto mordaz de los Escritos. Extraer de allí las consecuencias.

Un análisis no está preprogramado, reserva sorpresas.

No hay prejuicios, no hay ideal tampoco. El pase no es uno, no prejuzga nada, ni siquiera no volver al trabajo de analizante, por un pequeño tramo, aquí, allá.

La pregunta sería al menos doble. ¿Quién es analizante, quién entra en análisis actualmente, y que puede producirse allí? A la primera, numerosas respuestas, caso por caso. Declino algunas, que puedo ver (sin saber nada de eso).

- Están los que creen hacer un análisis, y no lo hacen, porque aquel que pretende preemitírselos no se lo permite. No hay análisis sin analista. La cuestión deviene: habría que demostrar que el "acto" verifica que alguien tuvo el lugar del analista. Es caso es que no todos aquellos que quieren hacer un análisis tienen la oportunidad de encontrar a ese alguien.

- Están los que sufren y que tienen el coraje de no complacerse en ello, de ponerse al trabajo analítico, lo aprenden. Saborean seguramente, y van a saborear aún más de otro modo, ese trabajo tiene efectos, y no veo porque los analistas se ruborizarían diciendo que son de curación, dado que en medicina que tiene que ver con curar, un enfermo no deja de ser por ello menos mortal; la mejoría, la satisfacción de la que se trata, no equivalen ni a la ataraxia, ni a alguna "normalidad", ni a una salud mental…, ni… ni.

- Están los que toman el gusto a ese trabajo, que se les vuelve indispensable, hicieron bien en decidirse, a veces por necesidad estructural, a veces por debilidad (¿cuándo?), a veces por otras vías.

- Otros consideran en determinado momento que han terminado, puede ser algo provisorio o definitivo lo que no implica poner al trabajo su inconciente, enseñando por ejemplo, pero hay otras maneras, a explicitar también, entre ellas, después de too, analizar a los demás.

No existen lo que hacen un análisis por pura curiosidad intelectual, ni para encontrar su camino profesional,  vuelta a la casilla del comienzo.

Están los que no se deciden a ponerse al trabajo de analizante. ¿Están equivocados? La equivocación, como cada uno sabe, mata. Sin duda entre ellos, muchos ceden sobre su deseo. No todos, algunos se las arreglan sin saber cómo. Miden las contingencias que se los ha permitido, los encuentros, las ocasiones fallidas, y aquellas logradas.

- Si el psicoanálisis es precioso hoy, es por ser intempestivo, por preservar de las recetas, de los programas, por apreciar lo inesperado y lo anodino, y por acogerlos sin dañarlos, por tener tacto frente a lo más secreto, dando cuenta de ello con justeza y por medio del detalle singular. Racionalista de otro modo, resta poético.

Encontrar las sorpresas, bonita apuesta. No consuelan, ni evitan la vanidad de lo que constituye la sal de la vida, una pequeña nada, decisiva. ¿En qué?

Dominique Miller : "Mosca del cochero"
Lo que me surge como respuesta a la pregunta del "como", Jacques-Alain, es que "psicoanalista"  determina a este "cómo".

Me explico. Un hombre a quien le preguntaba cómo se había vuelto arquitecto, me habló de la dificultad hoy para realizar una misión para la cual se siente uno destinado. Me sorprendí: no evocaba sus estudios, su formación, ni la cuestión de los recursos financieros, intelectuales, prácticos, que eso suponía. Ponía por delante espontáneamente, su compromiso subjetivo, el sentimiento del destino. Su interpretación singular de ese "oficio" de arquitecto asociaba este a una misión. El "cómo" depende de su interpretación de lo que es ser un arquitecto.

¡Y bien! me parece que el "cómo" asociado a "psicoanalista" depende de la interpretación muy singular que cada psicoanalista hace de esta –yo no diría "misión", y tampoco "oficio"– de esta "posición". Uno se posiciona como psicoanalista con los psicoanalizantes, y con una cierta mirada sobre la vida. Lo que me hacía decir recientemente que los psicoanalistas no duermen. Son insomnes. Un efecto de esta posición de analista.

Una palabra sobre mi propio "cómo", que tiene que ver por otra parte con el insomnio.

Siendo niña, se me reprochaba "dar vueltas como una mosca" (faire la mouche du coche). Era un leitmotiv de mi madre. Nunca estaba en mi lugar, molestaba, muchas veces querían espantarme –para decirlo familiarmente–. Como la mosca que molesta al cochero, y le impide avanzar tranquilamente, proseguir su camino.

"Mosca del cochero" hacía eco a mi "posición" en el deseo de mi madre, a la que molesté naciendo, luego existiendo.

De esta posición de molestia a la de psicoanalista, existe la marca de lo que Lacan llamó lo real, para mí. Una posición que molesta, pero esta vez, calculada y deseada

 
Traducción: Silvia Baudini