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La serie, lo serio
El Trauma, el psicoanalista y su acto
El despertar del trauma [1]
Belén Zubillaga
Como sabemos “todos inventamos un truco para llenar el agujero (trou) en lo real. Allí donde no hay relación sexual, eso produce traumatismo. Uno inventa, lo que puede, por supuesto”.[2]
Ese choque inmemorable del significante con el cuerpo -al que se le agrega el sentido fantasmático y el síntoma- será el que el analista conmemora encarnándolo con su cuerpo, y reproduce “no inocentemente”.[3]
Sin embargo, el trauma es lo que no cesa de no ocurrir. “Un minuto más y la bomba estallaba” dice Lacan, y Bassols retoma para decir que el analista trauma con su audaz prudencia es aquel que “ejerce una explosión controlada de modo inesperado de la bomba de lo real”[4], artificiero de lo real, que a veces desactiva la bomba, otras agrega explosivos. El analizante ignora que trae una bomba y hay que mostrarle “el tic-tac, de la bomba de lo real que lo acucia”.[5]
Pienso que el analista trauma/tiza, si en lugar de fomentar “el placer del psicoanálisis”[6], adormeciendo/se con el sentido o con el silencio, se sirve del silencio –no de ese que concilia el sueño- sino del inquietante, el del tic-tac, que presentifica el no hay. Y lo romperá con todo aquello que junto a la brevedad de la sesión, impacienta y “aspira al despertar”[7].
La interpretación como pesadilla es aquella de la que no se podría huir despertándose por el impacto en el cuerpo, por lo inolvidable, lo que la acerca al trauma, por más indecible que sea; del que no hay recuerdo, ni tampoco despertar absoluto.[8]
Es posible "sorprender ese algo cuya incidencia original fue marcada como traumatismo",[9] y producir un relámpago, ya que el despertar es eso, un relámpago, en el que “se deja de dormir”[10].
Agradecemos la imagen a la artista Alicia Leloutre
NOTAS