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La serie, lo serio
El Trauma, el psicoanalista y su acto
Entre el no retroceder y la clínica como lo real imposible de soportar[1]
María Micale
El control permite formarse en la disarmonía entre el ser hablante y su goce. ¿Cómo toca la posición del analista?
Lacan enuncia: “La psicosis es aquello ante lo cual el analista en ningún caso debe retroceder.”[2]
No retroceder frente a la psicosis es desmontar la defensa, para lo cual consideramos en todo sujeto hablante la dignidad de tal. Defensa que remite al trauma en tanto primer momento en que lalangue repercutió en el sujeto. Laurent dice: “en la psicosis (…) no se trata de “contener” sino de permitir la fuga del sentido de la buena manera”[3]. Ese agujero con el que se encuentra el ser hablante y que insiste es lo traumático que no deja de no escribirse. ¿Qué implica esto? El analista va en contra del no querer saber nada del propio goce. Tanto en la psicosis como en algunas presentaciones de la época, se constata que muchas veces no hay un cuerpo que se afecte con lo que dice. El analista presta cuerpo, intentando producir un enganche entre significante y goce. Entiendo que es en el control, en tanto traumático, donde se pone en forma la enunciación del analista: un decir con una afectación del cuerpo.
No retroceder, pero ¿hasta dónde avanzar?
Lacan se refiere a que “la clínica es lo real como imposible de soportar”[4]. El analista lleva a control un caso en un momento de impasse. Momentos a los que alude Lacan como “los puntos de impasse, de sin salida que muestran a lo real accediendo a lo simbólico”[5]. Es decir, cuando lo simbólico ya no alcanza, la clasificación tiene su límite. El agujero se hace presente, no hay relación sexual, no hay Otro del Otro. Esto se verifica, resuena en el decir en el espacio de la supervisión, no solo por el saber teórico, sino por transitar el propio horror, ir más allá del no querer saber, lo fantasmático del analista. El sentido va en la línea del rechazo del agujero. Laurent ubica que “el analista, en la cura marca el lugar del agujero para velarlo”[6]. Momento en que algo se inscribe de manera contingente en el acto analítico. Se tratará de marcar el agujero como borde y no como abismo. Producir un acto de palabra donde el sujeto pueda bordear la invasión de goce.
En el control se despliega lo azaroso e imprevisible de la práctica, lo imposible y la modalidad del encuentro. El efecto de transitar el control ha sido habitar este espacio, autorizar lo que se juega en el deseo del analista, avanzar a sabiendas de lo real imposible.
Agradecemos la imagen a la artista Alicia Leloutre
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