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La serie, lo serio
Huellas del Trauma
El trauma y lo extrañamente familiar[1]
Mara Arocena
Freud ubica al trauma como causa de las neurosis, determinante en la formación de síntomas. Una huella indeleble susceptible de activarse por retroacción ordenándose en dos tiempos, sólo que para que sobrevenga el segundo previamente debió acontecer el real de la pubertad, de allí en más eso operará como trazos en un cuerpo sexuado y mortal. Lacan, en el Seminario 11 dirá que el trauma es un encuentro fallido con lo real, es contingencia, Tyché [2]. Allí se fija una relación entre el objeto y un significante que no cesará de no escribirse, volviéndose necesario.
Freud utilizó el termino alemán unheimlich para dar cuenta de una serie de fenómenos ligados a la angustia, procede de lo heimisch, lo familiar, que ha sido reprimido[3]. Dirá Lacan que el hombre arma su casa en el Otro y es en esa dialéctica del deseo donde es posible que surja en escena lo extrañamente familiar[4]. Allí, se trata de un cuerpo pulsional agujereado por la extracción del objeto a, que es colocado en el campo del Otro en sus diversas sustancias episódicas siguiendo la lógica del fantasma. Lo patético de lo unheimlich es cuando aparece el objeto que somos en el lugar donde se supone que debería faltar y, el velo del fantasma no viene en auxilio para recubrir esa nada. En el cuento del Hombre de arena, de Hoffman, en un momento cúlmine Nataniel ve con horror sus propios ojos ensangrentados que lo miran desde el suelo, allí se abre ese espacio extraño donde se desdibuja lo propio y lo otro en una circularidad moebiana[5]. Allí, él se ve en su posición de objeto y la escena parece suspenderse, desrealizarse, lo imaginario se disloca por un instante de perturbadora y pesadillesca eternidad. La experiencia de lo unheimlich muestra que el ser hablante sostiene una relación éxtima [6] con lo traumático constitutivo, que irrumpe rasgando la pantalla del fantasma.
Hablarle a un Otro en la experiencia de un análisis y lo que de ello decante por la operación analítica, posibilitará cernir ese lugar de objeto, para dar la ocasión de hacer otra cosa por la vía del síntoma, anudando un goce que hay. En Nataniel, ya no ser llevado por interpretaciones persecutorias que lo colocan como objeto de goce de Coppelius, con el concomitante empuje del pasaje al acto; sino consentir ser ese objeto mirada y poner en juego un goce al fotografiar o retratar, extrayendo detalles de musas-autómatas. Tratamiento por lo imaginario que propicie una escritura inédita del cuento en la que el protagonista pueda anudarse a la vida.
NOTAS